Cuidar y acompañar a los últimos

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Centro Hospitalario Dominico San Martín de Porres de Yaundé (Camerún)


En solo dos décadas, el pequeño centro de salud dominico del barrio de Mvog-Betsi se ha convertido en uno de los mejores hospitales de la capital camerunesa. Iniciativa de un consorcio de congregaciones femeninas dominicas para ofrecer asistencia médica a los más vulnerables, en la actualidad dispone de 180 camas y servicios específicos como la unidad de cuidados paliativos o el centro de acompañamiento a personas portadoras del VIH/sida.


Madrugué para evitar los habituales atascos de Yaundé y llegar al Centro Hospitalario Dominico San Martín de Porres antes de las 7:30. A esa hora se reúnen cada día todas las personas que trabajan en el hospital para orar e intercambiar informaciones y su directora, la Hna. Judith Moche, quiso que estuviera presente.

Un centenar de personas llenaban la sala. Era lunes, día asignado a los religiosos y religiosas para animar la oración, así que comenzamos la jornada bajo la protección de los apóstoles Simón y Judas Tadeo. Otros días la oración es animada por cristianos de otras confesiones o por musulmanes y todos oran con el mismo respeto. Un encuentro ecuménico e interreligioso para un grupo heterogéneo de médicos, celadores, enfermeros y personal auxiliar y administrativo unidos por un mismo objetivo: «Poner al hombre de pie», lema del centro hospitalario.

Terminada la oración, alguien leyó el informe del paso de guardia. Después de que se presentaran algunos nuevos trabajadores, los que terminaban la guardia se fueron a descansar y el resto se incorporó al servicio. En aquel grupo humano de más de 160 personas se notaba un ambiente fraternal que más tarde confirmaría la Hna. Judith: «Buena parte de nuestro personal tiene un gran sentido del sacrificio y muchos van más allá de lo que se les podría pedir por su trabajo, llegando incluso a partir sus vacaciones en semanas para que el servicio que prestan no decaiga».

Encuentro matinal de todo el personal del hospital. Fotografía: Enrique Bayo




Variedad de servicios

Para quien lo visita por primera vez, el hospital se asemeja a un laberinto donde todos los espacios y recovecos están aprovechados para poder prestar todos los servicios. La clínica dental ocupa dos pequeñas salas por las que pasan todos los meses una media de 210 pacientes, mientras que el Servicio de Oftalmología, que dispone de mayor espacio, acoge al mes a más de 400 pacientes y está asociado a una óptica donde se fabrican cristales para gafas graduadas. Aunque no falta lo esencial, uno de los oculistas del centro, Innocent Kuade, lamenta que en ocasiones se ven obligados «a derivar ciertos pacientes a otros centros por carecer de otros aparatos que nos permitirían hacer ecografías oculares y retinografías, entre otras cosas».

El banco de sangre del hospital dispone de una reserva de 250 bolsas de todos los grupos. Además, cuentan con una farmacia propia que solo distribuye los medicamentos recetados por los médicos del centro. Otro de los pulmones del hospital es el laboratorio, que realiza al mes más de 12 000 pruebas y análisis, desde los más sencillos, como el diagnóstico de la malaria, a otros más complicados, como el perfil lipídico o las pruebas de cultivo bacteriano.



Obra de familia

Los orígenes del hospital se remontan a 2005. El entonces maestro general de la Orden de Predicadores, P. Carlos Alfonso Azpiroz, animaba a las diferentes órdenes de carisma dominico a trabajar de forma conjunta. Respondiendo a esa llamada, siete congregaciones femeninas dominicas decidieron unir sus fuerzas para crear un centro sanitario donde los más pobres y vulnerables tuvieran acceso a la salud. El 3 de noviembre de ese año se abría en el barrio de Mvog-Betsi, en Yaundé, el Centro de Salud Dominico, que muy pronto se quedó pequeño.

En abril de 2006 se puso la primera piedra del futuro hospital, que fue inaugurado el 7 de febrero de 2008. Sin embargo, las necesidades sanitarias del barrio obligaron a construir un nuevo edificio y en la actualidad se está construyendo un tercero para acoger la nueva maternidad. La actual es demasiado pequeña para atender de forma adecuada a las cerca de 200 mujeres que cada mes eligen el centro para dar a luz.

Dos congregaciones se retiraron del proyecto y cada una de las cinco que continúan aportan al menos dos religiosas para el servicio en el hospital y para integrar el consejo de administración. Todas las religiosas son africanas y pertenecen a las Dominicas de la Beata Imelda, las Dominicas de la Presentación, las Dominicas de la Anunciata, las Dominicas Misioneras de la Sagrada Familia y la Congregación de Santo Domingo, que desde el inicio ha asumido la dirección general. La Hna. Moche, camerunesa, es la segunda directora en la historia del centro. Sucedió a la Hna. Cristina Antolín, española, quien tuvo que dejar el hospital después de ser elegida priora general de su congregación en 2017.

Marlène Claudine con una beneficiaria del servicio. Fotografía: Enrique Bayo


Hospital social

El centro nació como una obra social para ayudar a los más pobres y sigue siendo fiel a ese principio. «Jamás expulsamos a nadie sin que antes haya recibido, al menos, la ayuda sanitaria de urgencia que necesite. Primero se le cura y después vemos si puede pagar o no», asegura la Hna. Moche, que también reconoce la imposibilidad del centro para autofinanciarse. Por ello, el centro se dotó en 2008 del Servicio de Cooperación y Proyectos, responsable de buscar fondos para mejorar los servicios que presta el hospital, tanto el personal cualificado como el material técnico necesario.

Uno de los bienhechores más relevantes del centro es la ONG católica española Manos Unidas que, entre otros proyectos, ha financiado los aparatos del Servicio de Radiología y adquirió la casa adosada al centro que alberga la Unidad de Atención y Apoyo (UPEC, por sus siglas en francés) para enfermos de VIH/sida (ver p. 47). Recientemente Manos Unidas ha hecho posible que Neonatología adquiera una moderna incubadora de túnel para fototerapia que, a decir de Nathalie, la responsable del servicio, «ya ha comenzado a salvar vidas porque ofrece rápidos resultados en bebés con ictericia severa y otras patologías». En la actualidad, la ONG española está apoyando al Servicio de Pediatría para conseguir que ninguno de los niños y niñas que pasan por el hospital lo abandone sin haber terminado su tratamiento.

Varios centros sanitarios españoles contribuyen en la formación del personal. Ejemplo de ello es Gérard, técnico en ecografía, que pudo realizar un curso intensivo de tres meses en el Hospital Vithas Valencia 9 de octubre. Esa formación «me dio confianza para trabajar en este servicio tan especializado». Otro ejemplo es el reciente acuerdo de colaboración con el Hospital Universitario Fundación Alcorcón.

Son habituales los estudiantes de Enfermería y de Medicina procedentes de Francia, España y otros países que realizan sus prácticas profesionales en el San Martín de Porres, al igual que muchos alumnos y alumnas de escuelas de enfermería camerunesas con las que hay firmados acuerdos. Después está la marea de religiosos y religiosas, jóvenes en formación de diferentes congregaciones, que hacen su apostolado en el centro y que la directora trata de coordinar lo mejor posible. «Recientemente –dice la Hna. Moche– hemos acogido a un grupo numeroso de novicios dominicos y les hemos pedido que vengan los miércoles para que no coincidan con otros grupos. Los hemos distribuido en diferentes servicios, incluso en la maternidad, porque en todos los sitios hay gente que necesita ser escuchada, tanto los pacientes como sus acompañantes. Aunque los religiosos no intervienen a nivel médico, sí que hacen un gran servicio en esa parte esencial de escuchar y acompañar».

Exterior del centro. Fotografía: Enrique Bayo



Servicio social y CIF

Marlène Claudine Melingui es asistente social y coordina el Servicio Social, encargado de identificar a todas las personas indigentes que no pueden permitirse el acceso a los cuidados médicos. Se trata de evitar la picaresca para que nadie se aproveche de la buena voluntad del hospital e impida que los más necesitados puedan beneficiarse. «Cuando establecemos el grado de indigencia de una persona la ayudamos con una reducción total o parcial del coste del tratamiento. Unas cien personas reciben ayuda del hospital cada mes», dice Melingui. Además, desde el Servicio Social se visita a las personas más necesitadas para asegurarse de que siguen el tratamiento. 

La Comunidad Itinerante de Formación (CIF), en coordinación con el Servicio Social, se ocupa de la prevención de enfermedades y de la pastoral de enfermos. Cada día organiza charlas en la sala de espera del hospital sobre temas como la prevención del cáncer, el sida o la tuberculosis. Los miembros de la CIF visitan a los enfermos en sus habitaciones, oran con ellos, los escuchan y si necesitan recibir algún sacramento llaman a los sacerdotes para que les asistan. También colaboran en la preparación de las dos eucaristías mensuales que se celebran en el hospital, en la que participan numerosos enfermos y sus acompañantes. El centro tiene el sello dominico, que es la formación, la educación y la predicación, y no podía limitarse a ser solo un hospital asistencial.



Cuidados paliativos

El Centro Hospitalario Dominico San Martín de Porres fue el primero en Camerún que abrió –en 2014 y por iniciativa de la Hna. Antolín– una unidad de cuidados paliativos: «Vimos que muchos enfermos afectados por cánceres en estados muy avanzados y por otras enfermedades morían de una manera indigna y con muchos dolores y decidimos abrir una casa para acogerlos, tratarlos y acompañarlos», explica la antigua directora.

En la actualidad, la unidad de cuidados paliativos está en una planta del hospital. Además de las habitaciones para los pacientes, cuenta con una sala de convivencia en la que estos pueden reunirse con sus familiares. Algunos de los enfermos de los que se ocupan están ingresados, mientras que otros siguen tratamiento domiciliario, donde reciben la atención del equipo médico, compuesto por médicos, enfermeros, psicólogos y un sacerdote responsable de la capellanía. Según uno de los enfermeros, Geoffroy Essama, «el objetivo de todos es mejorar la calidad de los pacientes para que partan de este mundo con el menor dolor posible». Essama confiesa que el principal desafío es encontrar morfina u otros fármacos sustitutivos porque «son difíciles de conseguir y la demanda es tan grande que siempre andamos escasos».

De lo que no andan escasos ni en la unidad de cuidados paliativos ni en resto de los servicios del San Martín de Porres es del calor humano, la entrega y las ganas de servir de este hospital social, cuya inspiración está en la fe cristiana, que es fuente de vida y esperanza.   

Fotografía: Enrique Bayo



EL VALOR DE LA UPEC

El Día Mundial de Lucha contra el VIH/sida que celebramos cada año el 1 de diciembre nos recuerda que el virus sigue ahí. Aunque en la actualidad la mayoría de las personas seropositivas tienen acceso a medicamentos retrovirales eficaces, ONUSIDA recuerda que en 2023 se produjeron 1,3 millones de nuevas infecciones y que relajarse en la lucha contra el virus puede disparar su incidencia. Todo ello justifica la existencia en el San Martín de Porres de un servicio como la UPEC, dirigido por la doctora Jocelyne ­Cheukak ­Ngangom (en la imagen), que hace el seguimiento clínico y psicológico de los pacientes de VIH/sida y tuberculosis.

La UPEC, creada en 2008, acompaña en la actualidad a cerca de 2 300 pacientes. Según Cheukak, «cada año identificamos e integramos en nuestro programa a más de 180 nuevos casos». Muchos de ellos llegan cuando el Servicio de Pediatría detecta a un niño portador del virus. Las pruebas a sus familiares confirman que los progenitores son también seropositivos. El centro hace un seguimiento particular a mujeres embarazadas portadoras del virus para evitar que sus hijos nazcan con él.

El hospital se encarga de establecer el tratamiento y de entregar a los pacientes sus dosis, de cuyo coste se encarga el Gobierno camerunés. Además de las seis personas que dependen directamente del hospital, en la UPEC trabajan una veintena de personas a cargo de asociaciones colaboradoras, sobre todo personal administrativo y agentes sociales que se aseguran de que los pacientes toman la medicación.

La UPEC organiza regularmente campañas de sensibilización de lucha contra el VIH/sida, lo que no siempre evita los contagios. Cheukah Ngangom se muestra pesimista: «Constatamos que muchas personas dejan el tratamiento y otras multiplican las parejas ocasionales. El fácil acceso a la pornografía en Internet hace que muchos jóvenes quieran experimentar sin protegerse. Un estudio reciente identificó a cerca de 9 000 jóvenes infectados entre 17 y 23 años, algo inaudito en Camerún».

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