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Por Fidel García Gutiérrez y Emilio J. Gómez Ciriano
Cuando las historias personales confluyen en espacios que han resultado significativos tanto desde una clave histórica como emocional, se pueden producir situaciones como las vividas en el seminario internacional celebrado recientemente en Elmina (Ghana) entre el 10 y el 17 de septiembre, organizado por la Gobernanza de Justicia y Paz de Ghana junto con la Comisión de Justicia y Paz Alemana. Un seminario-taller que, bajo el título Afrontar y tratar con el legado del comercio de esclavos y las consecuencias de la trata de personas y la esclavitud, desarrolló una contribución para superar el legado tóxico de la historia y encontrar inspiración para la lucha contra la esclavitud en la actualidad. 45 participantes de tres continentes estuvimos reflexionando, debatiendo y planteando retos de futuro acerca de las esclavitudes pasadas y sus consecuencias, así como sus manifestaciones actuales. El espíritu que nos animaba en Elmina se refleja en las preguntas propuestas por la historiadora Esther Mayoko Ortega : «¿Cómo dar cuenta de nuestras historias cuando nos han negado el nombre, el recuerdo, el cuerpo en el territorio o el archivo? ¿Cómo dar cuenta de nuestras historias cuando nos han negado la humanidad misma? ¿Cómo dar cuenta de nuestras historias cuando han sido contadas desde la supuesta objetividad del testigo modesto?, ¿Qué historia cuenta como historia?»
El encuentro se celebró en el Castillo de Elmina y en el Fuerte de Gross Friedischburg –lugares de dolor, sufrimiento, de vulneraciones de la dignidad y de los derechos–, que dejó de ser un sitio donde se desarrollaban actividades turísticas, para convertirse en un espacio de resignificación, de memoria (que no de museo), donde resonaban las experiencias de personas esclavizadas y se reconectaban con las historias, sentimientos, saberes y compromisos de las personas afroamericanas que participaban en el seminario junto a los representantes africanos y europeos. Durante esos días abordamos cuestiones como el comercio de esclavos en África, el negocio que para Europa y América supuso dicho comercio transatlántico, así como el papel que en todo esto jugó la Iglesia. Pero también se habló de cómo podemos hacer verdad y recuperar la memoria en nuestras calles, museos y plazas.
La frase que nos invita a la acción y que sigue en plena vigencia la recogemos de Los condenados de la Tierra (1961) del martiniqués Frantz Fanon, donde el autor, en respuesta a la mirada a un continente humillado y ofendido por las conquistas de países occidentales en busca de las riquezas y de las materias primas, nos avisa: «El bienestar y el progreso de Europa han sido construidos con el sudor y los cadáveres de los negros, los árabes, los indios y los amarillos. Y hemos decidido no olvidarlo». Podemos decir que ese «no olvido» debe superar el esquema dominante que invisibiliza ciertos hechos y sus consecuencias. Uno de ellos es el colonialismo europeo. Este sistema basado en el control militar, el empleo de mano de obra esclavizada africana y la apropiación de tierras y materias primas a nivel global, está en la raíz de la modernidad occidental y su legado sigue afectando a las relaciones humanas y políticas en todo el mundo. La conquista de libertades en el continente europeo se ha cimentado en una economía esclavista que supuso el tráfico transatlántico de entre 12,5 y 15 millones de seres humanos, la gran mayoría provenientes del continente africano. Un comercio, el de esclavos, que en países como España fue legal hasta hace menos de 150 años y con el que se cubrían los trabajos más duros y desprestigiados pero que, sobre todo, cambió profundamente la percepción que desde el continente europeo se tenía de África. Mientras que durante la Edad Media los reinos y estados africanos gozaban de un claro reconocimiento, la consolidación del racismo desde el siglo XVI para justificar el esclavismo y la expansión del racismo científico a partir del XIX para justificar la colonización han influido extremadamente en la percepción que hoy se tiene del continente africano. Así, los territorios de ultramar se erigieron en un «mundo aparte» en donde carecían de vigencia los derechos civiles presentes en Europa, y en donde las personas esclavizadas eran la base del sistema productivo de carácter extractivo.
En este seminario-taller se pretendía, por lo tanto, crear un ambiente donde romper la amnesia y el olvido colonial para reconocer las devastadores consecuencias que para muchos pueblos implicó la esclavitud. Partiendo de esta realidad histórica, no se trató únicamente de un ejercicio de indagación sobre la historia de la esclavitud, sino que, sobre todo, se buscó resignificar esa historia, descolonizar nuestra mirada y preguntarnos, desde el ahora, cómo se manifiesta nuestra herencia colonial ante las nuevas esclavitudes vinculadas a la inmigración y a la trata de personas, así como a las guerras intencionadas para mantener el expolio de los recursos humanos y materiales.
Una herencia en la que participaron también las Iglesias y las religiones, como afirma el Padre Christopher J. Kellerman en su reciente obra All oppression shall cease, incluido el mismo Bartolomé de las Casas quien, si bien se opuso a la esclavización de los indígenas americanos, fue permisivo con la de los africanos, aunque más adelante se arrepintiese. Junto con él, muchos otros justificaron la esclavitud, aunque conviene remarcar que hubo excepciones como las de los capuchinos Miguel García y Gonçalo Leite. Cuestionar y reconocer esta otra mirada de la historia desde los procesos de evangelización –e incluso desde proyectos como el de las reducciones y su relación con la esclavitud– es un sano ejercicio que pudimos realizar durante los días del encuentro, no tanto para exigir cuentas al pasado, sino para aprender de él y reconfigurar el futuro.
En esta línea podemos mencionar la bula de convocación del año jubilar 2025 por el Vaticano titulada La esperanza no defrauda. En su N.º 16, recoge la invitación apremiante dirigida a las naciones más ricas para que reconozcan la gravedad de tantas decisiones tomadas y determinen condonar las deudas de los países que nunca podrán saldarlas, pues, como se puede leer en el texto «si verdaderamente queremos preparar en el mundo el camino de la paz, esforcémonos por remediar las causas que originan las injusticias, cancelemos las deudas injustas e insolutas y saciemos a los hambrientos». Sería más propio afirmar, sin embargo, que los países expoliados durante siglos no son los que están en deuda, sino los países dominantes que continúan perpetuando modelos de colonización, expolio y explotación. Por ello, la condonación de la deuda injusta no es suficiente para romper el círculo vicioso del modelo dominante de las relaciones internacionales. Es, además, necesario acabar con los modelos capitalistas de expolio y explotación, recorrer caminos de respeto y autonomía de las decisiones de cada pueblo, y crear nuevas relaciones en igualdad de condiciones desde la justicia como garantía para la paz.
La novela Volver a casa de la autora ghanesa Yaa Gyasi expresa el reencuentro con un continente y unas raíces culturales, sociales, históricas, religiosas que sufrió expolio, represión, dominación y colonialismo con la trata de millones de esclavos arrancados de su tierra. En esta sugestiva e imaginaria fábula, la escritora reconecta con su historia familiar y ancestral tras haber pasado con una beca de investigación unos meses en su país natal, del que salió en 1992 hacia EEUU con 2 años de edad. La obra no narra tanto su vuelta a casa, a sus raíces, sino la historia de un retorno como respuesta a la salida por la ‘puerta de no retorno’. El ‘volver a casa’ de Gyasi lo percibimos tanto en los lugares físicos y geográficos del comercio de la trata de esclavos en los que se celebró el seminario-taller, como en la expresión de los sentimientos de los participantes afroamericanos. Ellos nos hicieron partícipes de su necesidad de sentirse ‘pueblo’ por la falta de un territorio propio y reconocido, y de su sentimiento de estar en un ‘no lugar’, en el sentido de Marc Augé. Un espacio que necesitan resignificar y apropiarse, recrear y recuperar raíces desde el desenraizamiento, y lograr el respeto a su dignidad y a sus derechos básicos, vulnerados por seguir viviendo como población aún hoy marginada y excluida en los países de América.
Nos quedó claro a partir del testimonio de los representantes afroamericanos y africanos participantes en el taller, así como de los historiadores e investigadores que nos ofrecieron sus conocimientos académicos y experiencias vitales, que la expansión moderna colonial europea sigue teniendo importantes consecuencias. Por un lado, en la postergación de muchos países de África y en un sinfín de comunidades indígenas y afrodescendientes y, por otro lado, en el rechazo a la negritud tanto en los países de América como en los de Europa. La marginación y desposesión iniciada durante la llegada de esclavos africanos a América junto con la explotación y opresión a los pueblos originarios, continuó y se intensificó con los estados poscoloniales. Hasta hoy. Y aquella lacerante historia sigue afectando en las migraciones sur-sur y sur-norte, así como alimentando las nuevas esclavitudes, trata de personas y empobrecimientos endémicos.
Esta experiencia ha posibilitado reencontrar el presente y proyectar el futuro desde un pasado que sigue determinando e influenciando situaciones de violaciones de derechos humanos para los mismos sujetos. No se trata sólo de pedir perdón por hechos acaecidos en siglos pasados, o no es eso lo más importante. Se trata, sin embargo, de reconocer las consecuencias actuales de aquellos desmanes e intentar corregirlas desde una humanización y respeto a la dignidad de todas las personas y el derecho de los pueblos, naciones y continentes. Se trata, también, de gestionar y decidir en igualdad de condiciones y de manera autónoma el destino de sus riquezas, promover la verdadera integración continental, fortalecer los lazos solidarios, y luchar para erradicar toda marginación, todo imperialismo y todo colonialismo a partir de un diálogo interreligioso e intercultural para construir un solo mundo, «la gran familia humana, hijos del Dios de la vida». Es, por lo tanto, imperante acabar con esa colonización política, económica, ideológica y cultural, incluso religiosa. La liberación de los pueblos significa mucho más que la independencia, pues se debe constituir en un proceso de autoliberación y autoreconocimiento que permitirá fortalecer su soberanía contra los nuevos imperialismos. Por ello, más que nunca es necesario impulsar la decolonialidad a través de la descolonización de nuestra mirada y, así, resignificar las historias.
Si quieres profundizar más sobre estas cuestiones, recomendamos en primer lugar las obras de Frantz Fanon Los condenados de la tierra y Piel negra, máscaras blancas, junto con la del escritor keniano Wa Thiongo Descolonizar la mente: la política lingüística de la literatura africana, que nos permitirán adentrarnos más en la cuestión decolonial. En segundo lugar, para comprender más a fondo los impactos de la esclavitud, pueden acercarse a la obra La esclavitud en el sur de la Península Ibérica coordinada por Rafael Pérez y Manuel Fernández, al libro de José Antonio Piqueras titulado La esclavitud en las Españas. Un lazo transatlántico, al texto de James Walvin Breve historia de la esclavitud, o a la monografía que será publicada por Mundo Negro en 2025 escrita por José Luis Cortés Historia de la esclavitud en España. En tercer lugar, queda por recomendaros el título All oppression shall cease: A History of Slavery, Abolitionism, and the Catholic Church, escrito por el jesuita norteamericano Christopher J. Kellerman, para entender el papel de la Iglesia en estas historias.
Imagen superior cedida por la organización del evento.
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