Un volante a la derecha

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Por P. Gian Paolo Pezzi
Desde Butembo (RDC)

El pasado 25 de agosto dejé Italia con dirección a Kinshasa. Era mi tercera salida con África como destino misionero. La primera vez tenía 26 años cuando llegué a Burundi en 1969. La segunda vez tenía 67 cuando fui destinado a República Democrática de Congo, y ahora llego de nuevo a este país, pero lo hago con 79 años. En medio quedan otras dos salidas para América Latina –Ecuador y Colombia– y otra para Estados Unidos. El resto de mi vida misionera la he vivido en Italia, mi país.

Salir, dejar una actividad por otra, un idioma por otro, un mundo cultural por otro, se ha convertido en algo ordinario para mí y no despierta en mí emociones fuertes, ni aprensión ni incertidumbre. Vivir sin raíces humanas y sociales ya no me asusta. Sin embargo, después de tanto deambular por los caminos de la Misión según los viejos y los nuevos paradigmas, siento la necesidad de abandonar cualquier atisbo de falsa seguridad, de retomar la vida austera y dura del expatriado, de renunciar a las comodidades y volver a ponerme en camino gracias a la fe, sin domicilio fijo, en una especie de nomadismo espiritual que experimenta todo migrante para redescubrir la unicidad del Padre Dios. He recorrido tres continentes, una veintena de países y he rezado en una multiplicidad de idiomas y culturas. Tal vez esto me ha librado de la fe en un dios local, atento a mis pequeños intereses e ideales. Del derrumbe de ese dios ha brotado, tal vez, la búsqueda de un Dios Señor del universo, presente en todos los rincones del mundo, que te hace libre como los pájaros del aire al envolverte en su brisa suave. 

En esos pensamientos pasé mi viaje hasta Kinshasa. Esta desordenada ciudad me devolvió el «sabor» de África. Es un lugar espléndido, a pesar de los cortes de luz e Internet, el gusto amargo del mponduy la inseguridad. Pero mi destino es Butembo, una ciudad que conocí hace 20 años y que está a 2.000 kilómetros al este de la capital.

«¿Para cuándo la salida?», pregunté, pero como respuesta solo obtuve unas sonrisas que me recordaron que en África no hay prisa. Solo había billete hasta Goma, después había que recorrer 350 kilómetros por una pista de tierra que cruza el parque de Virunga, antaño un espléndido lugar y hábitat de animales selváticos convertido en un atractivo turístico cuando, viniendo de Burundi, lo visité en 1970. Hoy es un santuario de bandas militares y de criminales. 

Mi superior no quería que viajara por tierra y me pidió que me quedara en Kinshasa hasta que consiguiera un billete de avión hasta Butembo. Me decía que es un viaje peligroso, con numerosos controles en los que los militares extorsionan a los viajeros en vez de protegerlos. Para tranquilizarle, le dije que aunque soy mayor y tenía que hacer 10 horas por carretera, podría aguantarlo. Respecto a la inseguridad, pensaba en todos aquellos que la sufren cada día, así que si nosotros hacemos causa común con los pobres tendremos que afrontarla también.

Al final resultó un viaje tranquilo, en un día espléndido, reducido por diversas circunstancias a poco más de siete horas y evitando los abusos de los militares. Así que aquí estoy, en Butembo, todavía un poco despistado. Esta ciudad tenía 250.000 habitantes cuando la conocí en 2001. Ahora que se extiende de colina en colina, dicen que cuenta con más de dos millones.

Tan solo una calle, la Rue du Président esta asfaltada. Las demás son, en realidad, caminos de poto-poto,es decir, embarradas cuando llueve y polvorientas cuando hace sol. Las calles suben tan empinadas por las colinas que solo los peatones se arriesgan a recorrerlas. 

La comunidad comboniana donde vivo está a 1.850 metros sobre el nivel del mar y la lluvia trae humedad y frío. Sin embargo, hay fervor por el comercio, un verde que lo domina todo, el trabajo asiduo de la gente en los campos y una efervescencia de vida que viene de una población infantil y juvenil numerosa. Y algo nuevo para mí, la invasión de motos, motardslas llaman. Se han convertido en el medio más común de transporte ya que no hay ni buses ni taxis. Lo trasportan todo, desde familias enteras de cuatro miembros a media docenas de sacos de arroz, de leña para la cocina a vigas para las construcciones. La mayoría de los coches son privados y tienen el volante a la derecha, signo de que Butembo, por su vida económica, mira más a Uganda que a la capital, Kinshasa. 

No sé si el suajili, que antaño hablaba con soltura, volverá a mis labios, o si el kinande, tan similar al kirundi que aprendí en Burundi, se ajustará a mi memoria de anciano misionero. Además ¿sabré acostumbrarme a este clima y a esta cultura? 

¿Y qué haré? El obispo quiere que reemplace a mi compañero, el P. Gaspar, en la animación misionera de la diócesis, que cuenta con más de 90 parroquias, algunas en zonas conflictivas. Posiblemente echaré una mano en la pastoral universitaria. El trabajo no me faltará y doy gracias al Dios de la vida que me ha dado el gusto por la Misión así como el ánimo para dar otra vuelta de página y venir hasta aquí para compartir el sabor del Evangelio.

Imagen de portada: Archivo personal del autor.

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