El amor como terapia

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La Iglesia católica angoleña impulsa iniciativas para apoyar a menores desfavorecidos


El Lar dos pequeninos, la Residência bons meninos o la Casa dos rapaces son algunas de las iniciativas de la Iglesia católica en Huambo que colaboran para acoger, proteger y educar a la infancia y a la juventud más desfavorecidas.



La Hna. Josefina Gatuta nos esperaba al otro lado del portón. Nunca nos habíamos encontrado, pero su acogida fue tan calurosa y alegre que inmediatamente nos hizo sentir a gusto. Tras las breves presentaciones, la religiosa angoleña nos invitó a seguirla en medio de la algazara de niños y niñas que jugaban, alegres y ruidosos, durante su recreo escolar. Enseguida llegamos al Lar dos pequeninos (Hogar de los más pequeños), la institución caritativa de las Hermanas del Santísimo Salvador que veníamos a visitar y que ocupa un viejo edificio colonial de planta baja bastante bien conservado.

Desde su fundación en Huambo en 1958 por religiosas europeas, el centro se ha mantenido fiel a su objetivo de acoger a niños y niñas huérfanos o abandonados de cualquier edad. «En estos momentos, de entre los 53 acogidos tenemos dos de apenas unos meses cuyas madres murieron durante el parto», nos informa la Hna. Josefina, responsable del Lar desde 2015, que siempre se refiere a niños y niñas con una sola palabra, crianças. Ellas son mayoría, porque al cumplir los siete años los niños continúan su formación en la Residência bons meninos (Residencia de los buenos chicos), un hogar gestionado por los Pobres Siervos de la Divina Providencia, fundados por el P. Juan Calabria, situado también en la ciudad de Huambo. 

Algunos de los niños llegan al centro con apenas unos días, otros con meses o pocos años y, en general, son llevados por algún familiar que, ante la imposibilidad de hacerse cargo de ellos, solicita ayuda a las hermanas. «La situación de vida es muy difícil en las aldeas vecinas a Huambo. La sequía está afectando mucho a los campos de los que se alimenta la gente y en algunas zonas las personas pasan hambre, lo que nos lleva a acoger a algunos niños vulnerables que, más adelante, tratamos de reintegrar en sus familias. Sin embargo, otros no tienen a nadie. Hay algunas niñas que se quedan a nuestro cargo hasta los 18 años o más». Una de esas niñas es Rosalina, que llegó al centro cuando era un bebé y ya ha alcanzado la mayoría de edad. Se le encienden los ojos de alegría al hablar de las hermanas: «Son mis verdaderas mamás. Me han tratado muy bien y estoy muy agradecida. Ahora ayudo en todo lo que puedo, me ocupo de los bebés, hago la limpieza, cocino…».

La Hna. Josefina Gatuta, con un bebé en el Lar dos pequeninos. Fotografía: José Luis Silván Sen



Guardería

Todos los niños del Lar dos pequeninos están escolarizados o van a la guardería, dos instituciones de las Hermanas del Santísimo Salvador que comparten parcela con el centro de acogida. Los mayores de cinco años estudian en el colegio concertado con el Estado angoleño –que paga a los profesores–, mientras que los 17 niños menores de esa edad van a la guardería, gestionada directamente por las hermanas y que es el pulmón económico del Lar. Este curso cuentan con 170 niños que pasan todo el día en la guardería: comen, juegan, aprenden y hasta dedican un tiempo para dormir. «Con el dinero que nos dan los padres al final de mes podemos pagar al personal que nos ayuda en todos los servicios y mantener el centro.De hecho, cuando la guardería cierra en vacaciones tenemos grandes dificultades para encontrar los medios necesarios para cubrir todos los gastos», dice la Hna. Josefina.

No es fácil vivir con tantos niños porque exigen atención y cuidados constantes, pero las siete religiosas de la comunidad, todas angoleñas, lo viven con mucho amor. «Tenemos nuestro tiempo de oración y cada viernes organizamos un encuentro comunitario para compartir, programar y ver si hay algún problema o decisión que tomar con alguno de los niños. Por las noches, una de nosotras, por turnos, se queda, junto a las mujeres que nos ayudan, en la zona donde duermen, y si hay algún problema intervenimos», dice la Hna. Josefina. En ocasiones, si alguno de ellos se pone enfermo durante la noche le llevan al hospital para que reciba los cuidados necesarios, porque «los niños pequeños son muy frágiles». Cariacontecida, la religiosa recuerda que «hace dos meses perdimos a un niño de solo 19 meses y fue muy doloroso».



Buenos chicos

A la mañana siguiente fuimos a visitar la Residência bons meninos, de la que nos había hablado la Hna. Josefina Gatuta. Este centro de acogida para chicos huérfanos y abandonados se encuentra en una amplia parcela cercana al aeropuerto de Huambo, donde los Pobres Siervos de la Divina Providencia también gestionan una escuela y un pequeño dispensario médico. La comunidad religiosa está formada por cinco miembros, tres sacerdotes y dos hermanos, y en el momento de nuestra visita estaba enriquecida con dos postulantes durante su experiencia comunitaria antes de comenzar la etapa del noviciado. A nuestra llegada nos recibió el P. Edimilson José da Silva. El misionero brasileño, que llegó a Angola hace nueve años y que lleva dos en Huambo, es el actual responsable de la Residência.

El edificio del centro, de planta rectangular, tiene varios dormitorios con literas y algunas dependencias comunes, todo muy sencillo, con un mobiliario muy escaso. Este año acoge a 47 chicos frente a los 32 que había en el curso pasado. Según el P. Edimilson, la razón de este aumento tan significativo «es la situación de extrema pobreza que vive el país y que hace que muchas familias lo estén pasando muy mal. Algunas nos envían a sus hijos ante la imposibilidad de hacerse cargo de ellos. Otros llegan a través del Instituto Nacional de la Infancia con el que colaboramos». De hecho, el Gobierno abona el salario de tres de los cinco educadores que trabajan en el centro.

El P. Edimilson José da Silva con un grupo de chicos en la Rêsidencia bons meninos. Fotografía: José Luis Silván Sen



Educación completa

La mayoría de los chicos tienen entre siete y diez años, pero algunos más mayores son invitados a quedarse hasta los 18 años o más porque prestan servicio dentro del plan educativo del centro. En los dormitorios, los chicos están mezclados por edades y los más mayores son los responsables del grupo. Si hay algún problema «es a ellos a quienes pedimos responsabilidades», asegura el P. Edimilson. Uno de esos chicos es Calixto, que tiene 20 años y lleva en el centro más de la mitad de su vida: «Estoy estudiando Ciencias Biológicas e intento ayudar todo lo que puedo en el centro, entre otras cosas me ocupo de la despensa, un punto estratégico en un lugar donde vivimos tantas personas».

Los chicos estudian en la escuela de los Pobres Siervos con la excepción de Calixto y de otro de los mayores, muy retrasado en sus estudios, que pidió matricularse en otro centro porque «le daba vergüenza estar en la misma clase que sus compañeros más pequeños, con los que vive», nos aclara el P. Edimilson. Fuera de los horarios escolares, los chicos siguen un programa detallado de actividades, con días dedicados a la interacción para que se expresen y socialicen, tiempo para el deporte, los trabajos comunitarios y los momentos lúdicos.



Colaboración

La relación entre los Pobres Siervos de la Divina Providencia y las Hermanas del Santísimo Salvador es excelente y cada vez que un chico del Lar dos pequeninos llega a los siete años, «inmediatamente viene a nuestro centro. Las hermanas saben que también nosotros tenemos una escuela y que la educación de los muchachos está asegurada», dice el P. Edimilson, que no ha constatado ninguna dificultad en su integración: «Vienen con mucho gusto, no suelen llegar solos, sino que son varios los que lo hacen cada año. Además, enseguida encuentran antiguos colegas que estaban con ellos en el otro centro». Del mismo modo, cuando los chicos cumplen 10 años de edad, normalmente son transferidos al Lar dos rapaces, gestionado por la archidiócesis de Huambo, y donde tampoco se producen dificultades de integración cuando llegan los muchachos.

Para ayudar en los gastos del centro, los Pobres Siervos de la Divina Providencia reciben ayudas de Italia y han elaborado un programa de apadrinamiento entre familias de este país y los chicos. A nivel local, para ahorrar en gastos de alimentación, aprovechan la enorme extensión de la parcela donde se encuentra el centro para plantar maíz y cultivar un pequeño huerto que produce buena parte de las legumbres y verduras que consumen durante el año. Aunque el P. Edimilson se queja de algunos robos que están sufriendo, asume que «alguien lo necesitará más».

Tres chicos lavan los platos en la Casa dos rapaces, dirigida por un sacerdote diocesano de Huambo, P. Marcelino Pungulimue. Fotografía: José Luis Silván Sen



Casa dos rapaces

Nuestra última visita a los centros de acogida de la Iglesia en Huambo nos la facilitó el P. Edimilson al ponernos en contacto con el P. Marcelino Pungulimue, sacerdote de esta archidiócesis y director de la Casa dos rapaces. La institución fue fundada en 1955 para acoger a adolescentes y jóvenes en situación de vulnerabilidad, tanto afectiva como material, y aunque en 1991 dejó de funcionar porque la casa fue destruida durante la guerra, la institución reabrió sus puertas en 2009 después de la rehabilitación del edificio. En la actualidad acoge a 56 chicos de entre 10 y 24 años. En principio, deberían abandonar el centro a los 18 años, pero el P. Marcelino les permite permanecer más tiempo porque «carecen de medios financieros y preparación para afrontar la vida y, desde muchos puntos de vista, siguen siendo niños».

Desde que comenzó este proyecto educativo hace 69 años, junto a la casa de varias plantas donde residen los chicos se construyó una escuela de artes y oficios para que, además de la formación académica normal, los residentes pudieran aprender carpintería, albañilería, artes gráficas y otras profesiones. Este edificio también ha sido objeto de rehabilitación, pero todavía no se ha conseguido la financiación para hacerlo funcionar. Sí que se puso en marcha una panadería que, «a pesar de su viejo horno de leña de más de 50 años, produce al día unos 750 kilos de pan, cuya venta nos ayuda a financiar en parte el centro», señala el P. Marcelino.



Raparigas

El sacerdote diocesano dirige la Casa dos rapaces desde su reapertura en 2009, pero enseguida se dio cuenta de que era necesario hacer también algo por las chicas. Después de reflexionar sobre la posibilidad de abrirles también las puertas del centro, decidió que lo mejor era poner en marcha una iniciativa específica para ellas. Así nació Mais oportunidades. O meu sonho. O meu futuro (Más oportunidades. Mi sueño. Mi futuro), exclusivamente para raparigas (chicas). «Aquí en Angola decimos que educar a una niña es educar a toda una familia. Cuestionado por esta idea, supe que tenía que hacer algo. Se trata de un proyecto personal, pero como soy sacerdote se puede decir que es un proyecto de la Iglesia» dice el P. Marcelino, quien añade que «yo crecí en los tiempos de la guerra y me formé en el seminario gracias a la ayuda de otras personas, porque mi familia no podía pagarme los estudios. Ahora que soy sacerdote siento que tengo que devolver de alguna manera lo que un día hicieron por mí».

Para llevar adelante su proyecto, el sacerdote comenzó a contactar con familias conocidas de Huambo para pedirles que acogieran en sus casas a las chicas. La propuesta surtió efecto y en la actualidad hay 43 chicas diseminadas por toda la ciudad. El siguiente paso del proyecto es crear «pequeños hogares» con un pequeño grupo de chicas acompañadas por un adulto responsable. El P. Marcelino se muestra esperanzado porque la iniciativa se va materializando. «Hemos creado un hogar donde viven ocho chicas y una mujer de 27 años que las acompaña. Queremos multiplicar esta experiencia porque son muchas las demandas que nos llegan de jóvenes de las aldeas del interior que quieren estudiar y sus familias carecen de medios para ayudarlas. Son chicas a las que hay que dar una oportunidad para que hagan realidad su sueño y se construyan un futuro mejor».  

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