Publicado por Javier Fariñas Martín en |
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En menos de dos semanas, millones de ciudadanos de dos países separados por unos 6.500 kilometros en línea recta tuvieron que ir a las urnas. Unos, por orden cronológico, para elegir a su primer ministro –no renovaron al anterior–. Otros, los segundos, para hacer lo propio con su presidente –en este caso, sí optaron por la enésima continuidad–. Los recuentos confirmaron las intuiciones previas. El conservador Rishi Sunak cayó con estrépito en Londres. Paul Kagamé ganó por aplastamiento en Kigali. En el caso de este último, antes de conocerse los resultados definitivos se hablaba ya de un 99% de sufragios a favor del líder del Frente Patriótico Ruandés. [¿Es razonable validar la limpieza de unas elecciones en las que técnicamente todos los electores han elegido a un candidato?].
Más allá del vínculo establecido por la hipotética línea que une a las dos capitales, el resultado de los comicios en Inglaterra no validó el proyecto de expulsión a Ruanda de solicitantes de asilo en las islas. El nuevo primer ministro, Keir Starmer, dejó claro en el minuto uno que «este proyecto estaba muerto y enterrado incluso antes de comenzar». La obsesión de Sunak [¿qué parte del electorado se desencantó con los tories por su empecinamiento en una iniciativa de dudoso encaje legal?], hijo de migrantes, ha quedado, por suerte, solo como una declaración de intenciones más de este Occidente que no quiere compañeros de viaje de pieles y culturas distintas.
Pero no todo está ganado ni perdido.
Desde el otro lado del tablero, Ruanda no renuncia al proyecto. De momento, no va a devolver a Inglaterra los cerca de 300 millones de euros transferidos desde las islas para acomodar, entre otros, el Hostel Hope, del que hablábamos en estas páginas hace tres meses (ver MN 703, pp. 30-35), y para garantizar el sustento de las personas trasladadas forzosamente hasta allí durante seis meses. Además, desde Kigali se reconocen dispuestos a explorar esa misma vía con otras naciones occidentales que quieran abrir ese hipócrita corredor humanitario [Dinamarca podría ser la siguiente, de hecho ya lo contempló hace un par de años].
Con Ruanda, al menos, hay una cosa clara. Su decisión, sea la que sea, no se tomará por un medido cálculo electoral. En Kigali, técnicamente, no les queda a nadie a quien convencer de quién es el bueno. Suerte que tienen algunos.
Fotografía: Javier Fariñas Martín
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