El calendario de la vejez

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La obsolescencia programada condiciona la economía africana



Por Alfonso Masoliver





Muchos electrodomésticos, aparatos tecnológicos o automóviles tienen fecha de caducidad desde el momento de su fabricación. La falta de recambios y la ausencia de servicios técnicos condicionan el día a día de millones de ciudadanos al sur del Sahara.



Abdoulaye tiene problemas con su teléfono. La semana pasada quiso grabar un vídeo con su iPhone 4 para mostrarle a su hermano mayor cómo los cuervos se están comiendo su cosecha de arroz en la región de Sikasso, al sur de Malí. Pero en la pantalla leyó que no tenía suficiente espacio en la memoria para el vídeo. Abdoulaye no comprende la situación. ¿Cómo no va a tener memoria? Apenas guarda media docena de vídeos en el móvil y menos de 50 fotos. La aplicación que más espacio le ocupa es WhatsApp. Le parece que le están jugando una mala pasada. ¿Cómo no va a tener memoria para grabar apenas 30 segundos en su dispositivo?

Abdoulaye es un granjero maliense de 42 años víctima de la obsolescencia programada. Este es un mundo nuevo para él. Su teléfono, que le regaló hace años un periodista alemán, se ha convertido, lenta e inevitablemente, en un ladrillo inservible. Y él no se lo esperaba: «Cada vez que el teléfono me avisaba de que era hora de actualizar el sistema, yo lo hacía». Abdoulaye ha cumplido con confianza las normas que fue señalándole Silicon Valley cada vez que accedió a actualizar el software, y ahora toda esta confianza le explota en la cara, justo cuando los cuervos se están comiendo el arroz de sus tierras.


Julius Paul repara televisores de segunda mano en el mercado de Alaba (Nigeria). Fotografía: Kristian Buus / Getty


Sin alternativas 

Si Abdoulaye viviese en Europa, podría ir al punto de asistencia técnica más próximo en busca de ayuda. Pero en Malí no hay ninguna tienda Apple a la que acudir. Es más, en toda África subsahariana la marca solo tiene un establecimiento oficial, y se encuentra nada menos que en Johannesburgo. A Abdoulaye le queda más cerca cualquiera de las 11 tiendas de la multinacional abiertas en España. Por supuesto, tampoco existen teléfonos de atención al cliente de Apple en Malí, por lo que pedir ayuda oficial no entra dentro de la ecuación para él. 

Para liberar memoria de su viejo teléfono, Abdoulaye podría crearse una cuenta en iCloud y guardar en la nube sus viejas –y escasas– instantáneas, pero surge un nuevo problema: para hacerse usuario de este servicio necesita una tarjeta de crédito o una cuenta bancaria, y Abdoulaye, al igual que el 57 % de los africanos, según un informe de BPC publicado en 2022, no tiene. El dinero aquí se mueve a través de los billetes impresos, manoseados y arreglados con celo. Por eso Abdoulaye se ha dado por vencido y no ha hecho el vídeo de los cuervos comiéndose el arroz.


Antiguo vehículo del Ejército libio incautado por el Ejército chadiano. Fotografía: Patrick Robert / Getty

Causas y efectos

La obsolescencia programada consiste en limitar la vida útil de un producto de manera planificada. Para conseguirlo, la empresa encargada de su manufactura introduce una serie de elementos que determinan la durabilidad del mismo. Esto obliga a que el consumidor deba sustituirlo por otro más reciente que, por lo general, es de la misma marca. Si la obsolescencia programada supone en Europa una molestia para unos, o un gasto inasequible para otros, en África significa una seria traba para el desarrollo de personas, comercios o industrias. 

África subsahariana, con un PIB diez veces menor que el de Estados Unidos, no puede mantener el mismo ritmo de renovación tecnológica que el país norteamericano. Abdoulaye, y millones de ciudadanos como él, no solo se ve incapacitado para pedir ayuda a Apple, sino que el precio de un IPhone 12 –unos 800 ¤– -equivale o supera la renta per cápita de 21 países africanos. Por ejemplo, un -individuo de Sierra Leona tendría que dedicar su salario medio de casi dos años completos para comprarse uno de esos modelos. Abdoulaye tendría que dedicar casi un año de su salario. 

Un número significativo de africanos solo pueden acceder a un atisbo de las nuevas tecnologías a través de donaciones o regalos. Esta realidad, junto al hecho de que el desarrollo económico solo es posible en la actualidad si va acompañado de cierto nivel tecnológico, nos muestra un ejemplo de la pescadilla que se muerde la cola. 

En este contexto, la única opción que le queda al granjero maliense consiste en llevar el teléfono a Bamako, la capital, para que se lo revisen. Allí conoce a un nigeriano que se dedica a arreglar objetos tecnológicos con unos métodos poco ortodoxos. Acompañamos a Abdoulaye tres días después, y conocemos a Vicent. La obsolescencia programada es la especialidad de este hombre enjuto nacido hace 30 años en Abuya. Hasta él acuden, como si de un gurú de los cables se tratase, decenas de bamakeses cuyos portátiles donados, comprados o de segunda mano empiezan a dar problemas de una forma u otra. 


Una calle de Dakar con electrodomésticos de segunda mano. Fotografía: Alfonso Masoliver


El maestro de los arreglos

¿Cómo combate Vicent la obsolescencia programada? A veces no puede. A Abdoulaye le explica que su iPhone ya solo sirve como paleta para alisar cemento y le ofrece 5.000 francos CFA por él, unos 7,5 ¤. Si acepta, encargará a uno de sus aprendices que lo destripe y busque piezas útiles para arreglar otros aparatos. Pero Abdoulaye, mirando con desconfianza alrededor, se niega a vendérselo. El negocio está decorado con todos esos cables, discos duros oxidados, teclados deteriorados y baterías correosas que rescató Vicent de los aparatos muertos. En la penumbra de su oficina se amontonan las víctimas de la tecnología, juguetes rotos de antemano. Las ideas viejas de los genios de California se ponen mustias y caen en manos de Vicent, famoso en su barrio por las virguerías que es capaz de hacer con un destornillador y su portátil. 

A veces puede encontrar baterías compatibles con los sistemas operativos de diferentes marcas, o consigue prolongar la vida de una cámara de fotos durante unos pocos meses. Cuando no obtiene los recambios de teléfonos desechados, comenta que tiene «contactos en Europa» –en referencia a otros nigerianos residentes en el Viejo Continente– que le procuran «recambios y teléfonos usados». Y también conoce a quienes le consiguen de otros países copias casi idénticas a los Samsung originales. 

¿Significa eso que la obsolescencia programada puede provocar el establecimiento de mafias de contrabando de portátiles y marcas falsas? Vicent opina que sí. Más que opinarlo, está seguro de ello. Pero no siente ningún remordimiento y reconoce que si cualquiera de las tecnológicas tuviera un establecimiento en su ciudad, él podría trabajar allí sin ningún problema. Pero como no lo hay, tiene su propio negocio. Para Vicent es así de sencillo: él se limita a ofrecer un servicio que Occidente ha negado a sus compatriotas. Y se pregunta si hay algo de malo en querer arreglar un teléfono, aunque haya que robar los recambios o pagarlos a precios irrisorios. La única alternativa sería, en su caso, que todos los malienses regresasen a las tecnologías de hace 30 años. 


Una mujer consulta su teléfono en el mercado de Gikomba, en Nairobi (Kenia). Fotografía: Boniface Muthoni / Getty


No solo teléfonos

La obsolescencia programada no se limita a teléfonos móviles y ordenadores. También tiene que ver, por ejemplo, con los automóviles. Desde que se fabricara el primer Ford T en 1908, las empresas automovilísticas determinan la rentabilidad de fabricar determinados modelos en relación a la capacidad de encontrar repuestos en el mercado. Cualquier automóvil que precise de piezas concretas y de escasa accesibilidad en Guinea-Bissau o Togo queda automáticamente excluido del mercado en estos países. La dificultad de encontrar recambios para Mercedes o Volkswagen ha llevado a Toyota a convertirse en la marca de coches más común en África. Son vehículos baratos, duraderos y de fácil arreglo. Y hay recambios. No existe una marca más común que esta traqueteando por sus carreteras. Incluso la guerra que enfrentó a Chad y Libia, allá por la década de los 80, se conoció con el sobrenombre de la Guerra de los Toyota, debido a la cantidad de vehículos de esta marca que se utilizaban para el transporte de combatientes. 

Mientras que la existencia de Toyotas puede suponer un aspecto positivo en este tema, también significa que el mercado africano queda acotado a la compra de estos vehículos. Vemos aquí cómo la capacidad de elección del africano no se sitúa a la altura de otros continentes por su economía y por la falta de acceso a los recambios. 

Ricardo es ecuatoguineano. Tiene un Nissan Terrano del 2010 que compró en 2016 a un francés instalado en el país. Los inyectores se estropearon en 2019. Trabajador de un hospital público, su salario le permitía, a duras penas, pagar el arreglo de los inyectores averiados hasta conseguir unos nuevos. Pero ¿dónde podría hacerse con ellos? Buscó por toda Guinea Ecuatorial sin éxito. Preguntó a sus amigos europeos y tiró de favores. Su única alternativa era comprarlos en el extranjero y pagar los elevados costes del envío (que podía no llegar nunca) al ecuador africano. Todo eran complicaciones para Ricardo y su Nissan Terrano. Consiguió las piezas cuatro meses después de estropearse su coche por un precio -desorbitado en comparación con lo que tendría que haber pagado en España. 

Hornos de cocina, neveras o microondas también son objeto de esta práctica. En un paseo por la calle 42 del barrio de Fann Hock, en Dakar (Senegal) puedes ver, al alcance de cualquiera, una veintena de neveras manufacturadas a comienzos del siglo xxi. Puedes ir, quitarles alguna pieza útil y llevártela a casa para intentar arreglar el -frigorífico de la familia. Aquí -tampoco hay -soporte técnico ni garantías. Las neveras, manoseadas y como a punto de estallar, vibran y se retuercen en los hogares para conseguir algo tan elemental en nuestra época cómo mantener la comida fresca. Y si no encuentras recambios para ella en la calle 42, que es lo más probable, tendrás que arriesgarte a comerte la carne en mal estado. 

A raíz de este trabajo, tuve la oportunidad de hablar con un empresario español que donaba guantes quirúrgicos a los hospitales senegaleses, una tarea a priori loable. Cuando mostré mi sorpresa al saber que los guantes que donaba estaban caducados, contestó con orgullo que «al menos tienen guantes gracias a mí». El desprecio a la capacidad adquisitiva de los individuos y de los organismos africanos es tal, que tomamos como positivo para ellos lo que en nuestro país es ilegal, como utilizar guantes caducados en el quirófano. Da que pensar.

Obsolescencia europea

Pero la obsolescencia programada va más allá de África. Debemos volver la vista a nuestra propia casa. Los productos europeos tampoco se libran de esta aberrante práctica empresarial que nos obliga también a deshacernos de los productos obsoletos, cosa que hacemos con solvencia y, en ocasiones, con pocos escrúpulos. Los que no sirven ni para una donación terminan, en muchos casos, en infames vertederos africanos. Según un informe de la Oficina Internacional de Reciclaje, en 2025 se generarán en todo el mundo 53,9 millones de toneladas de desechos procedentes de productos electrónicos. Teniendo en cuenta que, según demostró otro estudio publicado en 2018 por Basel Action Network, solo en ese año se habían introducido desde la UE 41.500 toneladas de basura tecnológica en Lagos (Nigeria), es posible imaginar las cantidades de basura que acumulará la ciudad nigeriana en 2025. Nigeria, Ghana y Tanzania encabezan la lista de los países africanos que mayor cantidad de basura reciben desde Europa. 

Sujetos como Vicent exprimen al máximo los posibles componentes útiles y devuelven el resto al montón de basura europea. Si el lector viaja a las grandes ciudades africanas y ve enormes montones de basura –-como los infames vertederos de Adís Abeba, en Etiopía–, debe reconocer que gran parte de estos desechos vienen de Europa. Estudios recientes a los que se puede acceder con un golpe de ratón han confirmado que el alto número de residuos tecnológicos en las zonas urbanas de ciertas partes de África han multiplicado los casos de cáncer de jóvenes entre los 20 y los 30 años.

Y todo esto sin entrar en el negocio del coltán congoleño que sirve para la fabricación de los chips de los ordenadores, de los teléfonos inteligentes y de tantos otros aparatos tecnológicos. Este mercado requiere de precios ridículamente bajos para mantener constantes los niveles de producción; un negocio que roba a las naciones y esclaviza a las poblaciones locales para sacar el nuevo modelo de iPhone antes de que Samsung se le adelante, o viceversa. Minas ilegales, esclavos contemporáneos que pican, guerra en el este de República Democrática de Congo, destrucción. 

La práctica de la obsolescencia programada genera delincuencia, precariedad, desigualdad, ruina, impulsa conductas racistas e incluso «juega» con el cáncer para arrebatar vidas que apenas han comenzado a florecer. Sin miedo a sonar extremistas, podríamos confirmar que la obsolescencia programada cumple con los requisitos para ser considerada como un crimen contra los países en vías de desarrollo, ya que los aplasta y los asfixia hasta que el desarrollo se convierte en una meta inalcanzable. En un lugar donde cada aspecto de la vida es para muchos un ámbito ligado a la pura supervivencia, la tecnología no es un lujo ni una forma de vida, sino una herramienta para sobrevivir. ¿Y quién diría que lo que para algunos en España es una moda, como podría ser comprar el móvil de última generación, sea en África un asunto de vida o muerte? Tu móvil te lo diría. Y tu coche y tu ordenador. Nadie escapa a esta realidad si decide mirar los números. 

 




PARA SABER MÁS

Por Óscar Mateos

El desarrollo económico e industrial del mundo moderno y la configuración del capitalismo global no se explican sin el papel que tuvieron la trata de esclavos y la utilización de millones de personas en las plantaciones americanas de azúcar o algodón durante siglos. En este sentido, multitud de obras han destacado la importancia de visualizar el papel de los africanos, tanto de élites económicas y políticas que se adaptaron y nutrieron de este negocio, como de colectivos e individuos que se autoorganizaron dando luz a múltiples historias y experiencias de resistencia y de lucha. El libro Born in Blackness. Africa, Africans, and the Making of the Modern World, 1471 to the Second World War, del periodista y profesor de la Universidad de Columbia (EE. UU.) Howard W. French, es una nueva (2022) y muy solvente contribución a las voces que, desde la historiografía crítica, han tratado de entender las relaciones históricas entre Europa y el conjunto del mundo occidental y África. Para continuar ahondando de forma amena y rigurosa en esta realidad con la participación de historiadores africanos y occidentales de referencia como Lansiné Kaba o Richard Dowden, vale la pena visionar el documental Africa: States of independence – the scramble for Africa, producido por Al Jazeera en 2010 con motivo de los 50 años de las independencias africanas, y en el que se analizan de forma cronológica aspectos que han condicionado las estructuras económicas africanas de la actualidad.

El contexto de globalización a partir de los 90 y, en particular, la rearticulación del Sur global con el inicio del nuevo milenio, han favorecido nuevas dinámicas económicas globales con el continente africano en el que pueden observarse muchas continuidades y algunas novedades que merece la pena analizar. Para entender, por ejemplo, las características y contradicciones de las relaciones económicas entre China y África, pueden ser de enorme interés documentales como When China met Africa, de Marc y Nick Francis (2010), y Empire of Dust, de Bram Van Paesschen (2011), que no solo nos ayudan a entender el funcionamiento de las políticas económicas desde una perspectiva macroeconómica entre estas dos realidades, sino que, sobre todo, nos invitan a acercarnos a las implicaciones antropológicas y sociales de este encuentro en países como Zambia o RDC. 

The Economist dedicó en 2019 un monográfico a la competencia multipolar por el continente. Con el título «The new scramble for Africa», el número aborda las causas y consecuencias para África y para la geopolítica global del creciente interés y presencia en el continente de países como Turquía, Arabia Saudita o Rusia. Para aproximarnos a la comprensión de quiénes son los «ganadores» y «perdedores» de estas nuevas dinámicas, vale la pena volver a otros dos documentales. Por una parte, Paul Moreira (2019) aborda en ­Toxic Somalia: la otra piratería el negocio de los vertidos tóxicos en el país, así como los efectos sociales o económicos que esta práctica genera. Del mismo modo, Planeta en venta, documental producido por Arte France-Capa, presenta el fenómeno de la compra de tierras. El documental nos aproxima a un fenómeno generador de explotación e injusticia, pero que también tiene ganadores concretos, tanto a escala local como global. Precisamente, el ensayo del investigador del International Institute for Environment & Development Lorenzo Cotula, publicado por Zed Books (2013) y titulado The Great African Land Grab? Agricultural Investments and the Global Food System, es, seguramente, una de las obras más útiles para entender este fenómeno.

La obra, sin embargo, que puede ofrecernos una visión panorámica y a la vez exhaustiva, utilizando un tono riguroso y divulgativo, sobre el conjunto de los retos económicos del continente es el ensayo África en transformación. Desarrollo económico en la edad de la duda(2019), del que fuera secretario general de la Comisión Económica de Naciones Unidas para África (UNECA), Carlos Lopes. El libro es un ineludible catálogo de propuestas en el plano de la industrialización o del comercio con una idea persistente de fondo: África necesita construir un nuevo contrato social basado en la redistribución y la justicia económica en medio de un escenario global cambiante.

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