Publicado por José Naranjo en |
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La pandemia de coronavirus que afecta al mundo ha llegado también a África. La multiplicación de casos por todas las regiones del continente supone una nueva prueba para sus frágiles sistemas sanitarios, ya sometidos a una gran presión por epidemias en curso como el ébola, el sarampión, la meningitis, el cólera, la fiebre de Lassa o la tuberculosis. La experiencia acumulada y las lecciones aprendidas ante estas enfermedades, el mayor tiempo que África ha tenido para prepararse al ser el último continente al que llegó el COVID-19 y el posible aliado de las altas temperaturas juegan a su favor, pero la falta de recursos humanos y materiales de la mayoría de los sistemas de salud es un motivo de enorme preocupación.
A finales de febrero, el director general de la Organización Mundial de la Salud, el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, expresaba una inquietud que recorría el mundo: «Nuestra principal preocupación es el potencial de expansión del COVID-19 en los países con los sistemas de salud más precarios». Todos miraron a África. Sin embargo, unos días más tarde, un grupo de investigadores liderado por el doctor zambiano Nathan Kapata publicaba un informe en la revista International Journal of Infectious Diseases en el que aseguraba que «África está mejor preparada que nunca» para hacer frente a este desafío. Ambas cosas son ciertas.
Los expertos destacaban que los débiles sistemas sanitarios de 41 países africanos ya estaban haciendo frente a otras epidemias, y que esto presentaba tanto el inconveniente de una mayor presión sobre dichos sistemas, como la ventaja de tener engrasados los procedimientos de detección precoz, aislamiento y atención. En concreto, el doctor Kapata y sus colegas hacían hincapié en que las «lecciones aprendidas» de los errores en brotes como el de ébola en África occidental de 2014-16 han llevado a una mayor inversión en vigilancia y recursos materiales que ha permitido fortalecer los protocolos.
En África muere un millón de personas cada año por el sida. Mientras que en los países del Norte, con fácil acceso a los tratamientos, se ha convertido en una enfermedad crónica, el VIH sigue siendo un azote en el Sur. De igual modo, las enfermedades respiratorias, como la bronquitis y la neumonía, se cobran cientos de miles de vidas al año debido a su fácil propagación y lo complicado que resulta acceder a antibióticos. En tercer lugar, las diarreas, que afectan sobre todo a los niños y que provocan decenas de miles de muertes. La malnutrición, la mala calidad del agua o la falta de higiene son las causas principales. La malaria, la meningitis y la tuberculosis también son asesinos silenciosos.
Por todo ello, el peligro de una oleada de casos preocupaba a la OMS por la falta de recursos humanos y materiales de sus sistemas públicos de salud. Antes incluso de que se declarara el primer contagiado en África subsahariana, lo que ocurrió en Nigeria el 27 de febrero, la organización sanitaria mundial puso en marcha un plan de choque que incluyó la distribución de 90.000 equipos de protección entre los países más vulnerables, así como la formación a 11.000 sanitarios del continente. Asimismo, en coordinación con los Centros para el Control de Enfermedades (CDC) de África, se logró que al menos 43 países contaran con laboratorios habilitados para hacer pruebas de detección del virus. Al principio de la pandemia solo se podía en dos.
Uno de estos laboratorios se encuentra en el Instituto Pasteur de Dakar, la capital senegalesa, una institución puntera en el continente. Precisamente allí están desarrollando una innovadora iniciativa: la creación de kits rápidos que permitirán hacer las pruebas de coronavirus en tan solo diez minutos y que estarán disponibles a partir del mes de junio gracias a la colaboración entre el Instituto y la empresa de biotecnología británica Mologic. La idea es producir unos dos millones al año que serán distribuidos en todo el continente africano.
Así las cosas, a mediados de marzo la pandemia había logrado penetrar en la mayoría de países africanos. Egipto, el primero en registrar contagios, era entonces el punto más caliente después de que se produjera un episodio de supercontagio entre turistas y tripulantes del A-Sara, un barco de cruceros por el río Nilo. Según las autoridades, una ciudadana taiwanesa que viajó en dicha embarcación a finales de enero fue la «paciente cero» en el país. Un turista alemán se convirtió en el primer fallecido en África después de haber hecho un viaje de placer entre la presa de Asuán y Luxor.
Tras Egipto, los países más afectados eran Sudáfrica, con una preocupante escalada de casos, Argelia, Marruecos, Senegal y Túnez. El patrón se iba repitiendo. Los primeros casos eran siempre viajeros llegados de distintos destinos del mundo, sobre todo Europa, tanto emigrantes de retorno como extranjeros. Sin embargo, con el transcurso de los días se iba asistiendo a un rápido crecimiento de la transmisión local, lo que indicaba que el virus comenzaba a circular entre la población y a generar cadenas de contagio ocultas, que pueden verse favorecidas por una menor detección de casos en una población con una media de edad mucho menor que en Europa.
Como respuesta ante esta rápida expansión, África decidió echar el candado a sus fronteras. Prácticamente todos los países adoptaron medidas drásticas antes de que la pandemia hiciera estragos. Marruecos, Argelia, Egipto, Senegal, Sudáfrica, Mauritania e incluso países que aún no tenían casos entonces, como Yibuti o Sudán, cerraban puertos y aeropuertos con Europa y otros destinos de todo el mundo, restringían los movimientos de personas, establecían rígidos controles de temperatura en sus fronteras y fijaban cuarentenas de dos semanas para todo recién llegado, además de suspender clases, prohibir actos públicos y hasta cerrar parlamentos, iglesias y mezquitas.
«Hemos hecho lo que teníamos que hacer. Sabíamos que iba a ocurrir y nos preparamos», asegura el doctor John Nkengasong, director de los CDC de África. Su estrategia se ha centrado en la capacitación del personal, en una intensa sensibilización y en el establecimiento de protocolos de alerta y coordinación que han demostrado su eficacia. En Senegal, por ejemplo, todos los casos detectados hasta mediados de marzo en el sistema público de salud fueron comunicados con celeridad a la unidad de alertas con base en Dakar, que se encargó de su traslado, con las debidas precauciones, al centro de aislamiento del hospital de Fann, habilitado durante la epidemia de ébola de 2014-2016. Otros fueron aislados en Touba, uno de los principales focos.
Otro factor que ha podido jugar a favor de África es el calor, aunque los científicos consideran que aún es pronto para ser concluyentes sobre el comportamiento de un virus que acaba de ser identificado. Pese a ello, un grupo de investigadores de Estados Unidos e Irán encabezados por el profesor Mohammad M. Sajadi, del Instituto de Virología Humana de la Facultad de Medicina de Maryland, se atrevió a lanzar a principios de marzo una predicción sobre la potencialidad de expansión del virus en función de la temperatura y la latitud a partir de la evolución de la enfermedad hasta entonces. Y los resultados fueron sorprendentes.
Tras cotejar los datos se dieron cuenta de la «paradoja de Bangkok». El virus fue identificado en la provincia china de Hubei y los primeros modelos epidemiológicos predijeron que el brote se extendería con intensidad hacia el sudeste asiático y que impactaría con especial fuerza en la superpoblada capital tailandesa. Sin embargo, no fue así. «La extensión de la transmisión comunitaria ha seguido un consistente patrón este-oeste. Los nuevos epicentros de la epidemia fueron surgiendo entre los paralelos 30 y 50 norte», es decir, en Corea del Sur y Japón al este, y en Irán y el norte de Italia hacia el oeste. Los posteriores focos en Francia, España e incluso en Estados Unidos estaban también dentro de esos límites.
La hipótesis que defienden los autores es que el COVID-19, al igual que sus primos coronavirus y que la gripe, es estacional y que, por tanto, necesita de unas determinadas condiciones climáticas para prosperar. El doctor Sajadi y sus colegas aseguran que todas las regiones que se han convertido en gran foco de contagio han tenido, al menos en el momento inicial, una temperatura media de entre 5 y 11 grados y una humedad relativa de entre el 47 y el 79 %. Y esto, claro está, excluye a prácticamente todo el continente africano, excepto algunas regiones del norte y de Sudáfrica, precisamente los lugares donde, al principio de la pandemia, la transmisión local fue más intensa.
Sea como fuere, el coronavirus también recorre África, donde se prevé también que el pico de la pandemia se produzca más tarde que en otros lugares. El desafío es imponente, y el riesgo de que afecte a los países más vulnerables o de que penetre en campos de refugiados y desplazados internos en países como Sudán del Sur, Burkina Faso o Chad es muy alto. Todas las alertas están encendidas. Solo el tiempo dirá si las medidas adoptadas fueron suficientes para vencer a esta nueva y global amenaza.
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