El coronavirus golpea a África

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La experiencia en la lucha contra otras epidemias puede ayudar a frenar el virus


La multiplicación de casos en el continente supone un enorme desafío para sus sistemas sanitarios, ya bajo presión por otras epidemias más mortales.

La pandemia de coronavirus que afecta al mundo ha llegado también a África. La multipli­cación de casos por todas las regiones del continente supone una nueva prueba para sus frágiles sistemas sanita­rios, ya sometidos a una gran presión por epidemias en curso como el ébola, el sa­rampión, la meningitis, el cólera, la fiebre de Lassa o la tuberculosis. La experiencia acumulada y las lecciones aprendidas ante estas enfermedades, el mayor tiempo que África ha tenido para prepararse al ser el úl­timo continente al que llegó el COVID-19 y el posible aliado de las altas temperaturas juegan a su favor, pero la falta de recursos humanos y materiales de la mayoría de los sistemas de salud es un motivo de enorme preocupación.

A finales de febrero, el director general de la Organización Mundial de la Salud, el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, ex­presaba una inquietud que recorría el mun­do: «Nuestra principal preocupación es el potencial de expansión del COVID-19 en los países con los sistemas de salud más precarios». Todos miraron a África. Sin embargo, unos días más tarde, un grupo de investigadores liderado por el doctor zambiano Nathan Kapata publicaba un informe en la revista Internatio­nal Journal of Infectious Diseases en el que aseguraba que «África está me­jor preparada que nunca» para hacer frente a este desafío. Ambas cosas son ciertas.

Manifestación en Nairobi para pedir el cierre del aeropuerto para vuelos procedentes de países con alta incidencia del COVID-19. Fotografía: Billy Mutai / Getty

Experiencia en epidemias

Los expertos destacaban que los dé­biles sistemas sanitarios de 41 paí­ses africanos ya estaban haciendo frente a otras epidemias, y que esto presentaba tanto el inconveniente de una mayor presión sobre dichos sis­temas, como la ventaja de tener en­grasados los procedimientos de de­tección precoz, aislamiento y aten­ción. En concreto, el doctor Kapata y sus colegas hacían hincapié en que las «lecciones aprendidas» de los errores en brotes como el de ébola en África occidental de 2014-16 han llevado a una mayor inversión en vi­gilancia y recursos materiales que ha permitido fortalecer los protocolos.

En África muere un millón de per­sonas cada año por el sida. Mientras que en los países del Norte, con fácil acceso a los tratamientos, se ha con­vertido en una enfermedad crónica, el VIH sigue siendo un azote en el Sur. De igual modo, las enfermeda­des respiratorias, como la bronqui­tis y la neumonía, se cobran cientos de miles de vidas al año debido a su fácil propagación y lo complica­do que resulta acceder a antibióti­cos. En tercer lugar, las diarreas, que afectan sobre todo a los niños y que provocan decenas de miles de muer­tes. La malnutrición, la mala calidad del agua o la falta de higiene son las causas principales. La malaria, la meningitis y la tuberculosis también son asesinos silenciosos.

Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS. Fotografía: Fabrice Coffrini / Getty

Por todo ello, el peligro de una oleada de casos preocupaba a la OMS por la falta de recursos huma­nos y materiales de sus sistemas pú­blicos de salud. Antes incluso de que se declarara el primer contagiado en África subsahariana, lo que ocurrió en Nigeria el 27 de febrero, la or­ganización sanitaria mundial puso en marcha un plan de choque que incluyó la distribución de 90.000 equipos de protección entre los paí­ses más vulnerables, así como la for­mación a 11.000 sanitarios del con­tinente. Asimismo, en coordinación con los Centros para el Control de Enfermedades (CDC) de África, se logró que al menos 43 países conta­ran con laboratorios habilitados para hacer pruebas de detección del vi­rus. Al principio de la pandemia solo se podía en dos.

Uno de estos laboratorios se en­cuentra en el Instituto Pasteur de Dakar, la capital senegalesa, una ins­titución puntera en el continente. Precisamente allí están desarrollan­do una innovadora iniciativa: la crea­ción de kits rápidos que permitirán hacer las pruebas de coronavirus en tan solo diez minutos y que estarán disponibles a partir del mes de ju­nio gracias a la colaboración entre el Instituto y la empresa de biotecno­logía británica Mologic. La idea es producir unos dos millones al año que serán distribuidos en todo el continente africano.

Imagen del A-Sara, crucero egipcio en el que se registró el primer caso en el continente. El país norteafricano ha sido el que más infectados ha tenido en las primeras semanas de expansión del virus en África. Fotografía: AFP / Getty
Egipto, el primer caso

Así las cosas, a mediados de marzo la pandemia había logrado penetrar en la mayoría de países africanos. Egipto, el primero en registrar con­tagios, era entonces el punto más caliente después de que se produjera un episodio de supercontagio entre turistas y tripulantes del A-Sara, un barco de cruceros por el río Nilo. Según las autoridades, una ciuda­dana taiwanesa que viajó en dicha embarcación a finales de enero fue la «paciente cero» en el país. Un tu­rista alemán se convirtió en el pri­mer fallecido en África después de haber hecho un viaje de placer entre la presa de Asuán y Luxor.

Tras Egipto, los países más afec­tados eran Sudáfrica, con una preo­cupante escalada de casos, Argelia, Marruecos, Senegal y Túnez. El pa­trón se iba repitiendo. Los primeros casos eran siempre viajeros llegados de distintos destinos del mundo, sobre todo Europa, tanto emigran­tes de retorno como extranjeros. Sin embargo, con el transcurso de los días se iba asistiendo a un rápido crecimiento de la transmisión local, lo que indicaba que el virus comen­zaba a circular entre la población y a generar cadenas de contagio ocul­tas, que pueden verse favorecidas por una menor detección de casos en una población con una media de edad mucho menor que en Europa.

Científicos del Instituto Pasteur de Dakar, en un laboratorio donde se investiga el virus. Fotografía: Seyllou / Getty

Como respuesta ante esta rápi­da expansión, África decidió echar el candado a sus fronteras. Prácti­camente todos los países adoptaron medidas drásticas antes de que la pandemia hiciera estragos. Marrue­cos, Argelia, Egipto, Senegal, Sudá­frica, Mauritania e incluso países que aún no tenían casos entonces, como Yibuti o Sudán, cerraban puertos y aeropuertos con Europa y otros desti­nos de todo el mundo, restringían los movimientos de personas, estable­cían rígidos controles de temperatura en sus fronteras y fijaban cuarente­nas de dos semanas para todo recién llegado, además de suspender clases, prohibir actos públicos y hasta cerrar parlamentos, iglesias y mezquitas.

«Hemos hecho lo que teníamos que hacer. Sabíamos que iba a ocu­rrir y nos preparamos», asegura el doctor John Nkengasong, director de los CDC de África. Su estrategia se ha centrado en la capacitación del per­sonal, en una intensa sensibilización y en el establecimiento de protoco­los de alerta y coordinación que han demostrado su eficacia. En Senegal, por ejemplo, todos los casos detec­tados hasta mediados de marzo en el sistema público de salud fueron co­municados con celeridad a la unidad de alertas con base en Dakar, que se encargó de su traslado, con las debi­das precauciones, al centro de aisla­miento del hospital de Fann, habili­tado durante la epidemia de ébola de 2014-2016. Otros fueron aislados en Touba, uno de los principales focos.



La «paradoja de Bangkok»

Otro factor que ha podido jugar a favor de África es el calor, aunque los científicos consideran que aún es pronto para ser concluyentes sobre el comportamiento de un virus que acaba de ser identificado. Pese a ello, un grupo de investigadores de Esta­dos Unidos e Irán encabezados por el profesor Mohammad M. Sajadi, del Instituto de Virología Humana de la Facultad de Medicina de Ma­ryland, se atrevió a lanzar a princi­pios de marzo una predicción sobre la potencialidad de expansión del virus en función de la temperatura y la latitud a partir de la evolución de la enfermedad hasta entonces. Y los resultados fueron sorprendentes.

Tras cotejar los datos se dieron cuenta de la «paradoja de Bangkok». El virus fue identificado en la pro­vincia china de Hubei y los primeros modelos epidemiológicos predije­ron que el brote se extendería con intensidad hacia el sudeste asiático y que impactaría con especial fuerza en la superpoblada capital tailande­sa. Sin embargo, no fue así. «La ex­tensión de la transmisión comunita­ria ha seguido un consistente patrón este-oeste. Los nuevos epicentros de la epidemia fueron surgiendo entre los paralelos 30 y 50 norte», es decir, en Corea del Sur y Japón al este, y en Irán y el norte de Italia hacia el oes­te. Los posteriores focos en Francia, España e incluso en Estados Unidos estaban también dentro de esos lí­mites.

Un senegalés se protege del virus con una mascarilla el pasado 3 de marzo. El primer caso en el país fue importado: un viajero infectado procedente de París que llegó a Dakar el 29 de febrero. Fotografía: Jerome Gilles / Getty


La hipótesis que defienden los au­tores es que el COVID-19, al igual que sus primos coronavirus y que la gripe, es estacional y que, por tanto, necesita de unas determinadas con­diciones climáticas para prosperar. El doctor Sajadi y sus colegas aseguran que todas las regiones que se han convertido en gran foco de contagio han tenido, al menos en el momento inicial, una temperatura media de en­tre 5 y 11 grados y una humedad rela­tiva de entre el 47 y el 79 %. Y esto, claro está, excluye a prácticamente todo el continente africano, excepto algunas regiones del norte y de Sudá­frica, precisamente los lugares donde, al principio de la pandemia, la trans­misión local fue más intensa.

Sea como fuere, el coronavirus también recorre África, donde se prevé también que el pico de la pan­demia se produzca más tarde que en otros lugares. El desafío es im­ponente, y el riesgo de que afecte a los países más vulnerables o de que penetre en campos de refugiados y desplazados internos en países co­mo Sudán del Sur, Burkina Faso o Chad es muy alto. Todas las alertas están encendidas. Solo el tiempo di­rá si las medidas adoptadas fueron suficientes para vencer a esta nueva y global amenaza.

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