El fuego de la damera

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Por P. Pedro Pablo Hernández, desde Awasa (Etiopía)


Soy un misionero comboniano mexicano y la mayor parte de los 20 años que he vivido en Etiopía lo he hecho junto al pueblo guyi. Desde hace más de seis meses continúo mi labor evangelizadora en Awasa, en una realidad diferente donde estoy viviendo nuevas experiencias, como participar en la fiesta de la Cruz de la Iglesia ortodoxa.

«Melkam yemeskel beal» (¡Feliz fiesta de la Cruz!) fue el primer saludo que recibí de un matrimonio conocido nada más salir a la calle. Me dirigía a la plaza central donde miles de personas empezaban a concentrarse. Conforme iba acercándome, constaté que la mayoría llevaban puestos los atuendos típicos de la Iglesia ortodoxa, siempre con una cruz muy elegante y con un largo chal natela, que usan tanto las mujeres como los hombres, aunque de manera diferente.

El cristianismo en el norte de Etiopía acumula siglos de historia y es un baúl de grandes riquezas litúrgicas y religiosas. Cuando llegué por primera vez a este país, me sorprendió saber que el mensaje de Jesús entró en Etiopía en el siglo IV gracias al mensaje de Frumentius, un misionero fenicio, que motivó la conversión de ­Ezana, el rey de Aksum, quien posteriormente declaró el cristianismo como religión oficial de su territorio. Hoy no existen ni reinado ni religión oficial, pero se siguen practicando muchas de las antiguas costumbres, como la de la Cruz.

Frente a la plaza había varios grupos de jóvenes cantado alabanzas a Dios. Era imposible no dejarme llevar por su entusiasmo ni marcar su ritmo con el pie. La Iglesia ortodoxa aglutina al 43 % de los 110 millones de habitantes de Etiopía, frente al 31 % de musulmanes y el 23 % de protestantes. Los católicos somos menos del 0,7 %. El resto siguen otras religiones.

En cuanto entré a la plaza vi de lejos la damera, una especie de construcción con más de 50 varas de cinco metros de altura. Mientras me metía entre la gente, vi que la mayoría de las personas llevaban velas y escuché, a través de las bocinas, que un obispo concluía la oración y se disponía a prender fuego a la estructura.

La relación entre la Cruz y la hoguera se encuentra en una tradición del año 327 que hace referencia a un viaje que la reina Helena, madre del emperador Constantino, hizo a Jerusalén para encontrar la cruz de Cristo. Al no lograrlo, se dispuso a retirarse cuando Kiriakos, un anciano del lugar, le dijo que para encontrarla tenía que poner leña en el suelo, echar incienso encima y después quemarla para que el humo indicara el lugar donde se encontraba. Por este motivo, todos los años, la Iglesia ortodoxa celebra esta fiesta, recordando su hallazgo y expresando su devoción. Los cristianos de otras confesiones nos unimos también a ellos.

En el centro de la plaza presencié cómo muchos feligreses ejecutaban una gran danza rítmica alrededor de la pira. Al mirar a mi alrededor mientras la fogata se debilitaba, noté que las personas que llevaron sus velas las mantenían encendidas, manifestando así su gozo por la Cruz encontrada y su reverencia por la salvación ofrecida.
La fiesta de la Cruz es una profunda manifestación de fe de los cristianos en esta tierra africana, donde se dan gracias a Dios por el don de Jesucristo y el misterio de su cruz. Esa misma fe nos invita a llevar una cruz en el pecho o a colgarla en las paredes de nuestras iglesias y casas.

Caminando de regreso a casa, me di cuenta de que me había dejado contagiar de la alegría que había compartido con los cristianos ortodoxos etíopes y antes de llegar a la puerta, de manera espontánea, le dije a un hombre desconocido que pasó a mi lado: «Melkam yemeskel beal».



En la imagen superior, el P. Pedro Pablo Hernández (dcha.) fotografiado delante de la damera durante la última fiesta de la Cruz. Fotografía: archivo personal del autor



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