«Evangelizar es dar dignidad a las personas»

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Hno. Felipe García, Hermano de La Salle


La situación sanitaria generada por la pandemia y la crisis política de Sudán del Sur retrasaron su incorporación a un proyecto intercongregacional en el país. Antes de esta nueva etapa, el Hno. Felipe García, hermano de La Salle leonés, ha trabajado en Togo y en la ONG Proyde, de la que ha sido secretario general. En estas páginas habla de las diferentes formas de participar en la Misión.

El Hno. Felipe García ha llegado en plena pandemia a Yuba para incorporarse a Solidaridad con Sudán del Sur, un proyecto intercongregacional que comenzó a funcionar en 2008. Ha dejado atrás su trabajo en la ONG Proyde, de la que ha sido secretario general hasta su marcha a Sudán del Sur, «siete años de trabajo misionero completamente diferente, pero no menos interesante que cuando estaba entre los moba de Togo. Es otra manera de promover la Misión y luchar en favor de los pobres».

La etapa misionera del Hno. -García en Proyde, más administrativa, vino precedida por una experiencia de 28 años en el norte de Togo. «Pasé algún tiempo en Lomé y en Toussiana (Burkina Faso) para aprender la lengua y zambullirme en el entorno, hice un par de paréntesis formativos y, sobre todo, viví tres años interesantes en Abiyán (Costa de Marfil), enseñando en un colegio femenino que no era de nuestra congregación. Pero la mayor parte de mi tiempo se distribuyó entre el colegio de Saint Athanase de Dapaong y el Centro de Formación Rural de Tami, a unos 20 kilómetros de la capital».


Colegio Saint Athanase, en Dapaong. Fotografía: Archivo personal Hno. Felipe García


Algo más que un colegio

Sobre su experiencia en Saint Athanase, recuerda que el primer contacto con este colegio diocesano, «un centro clásico que acababa de inaugurarse, fue en 1985. Aunque nos tocó dirigirlo a los Hermanos de La Salle, era un proyecto donde trabajábamos misioneros y misioneras de varias congregaciones, sacerdotes extranjeros y nativos, y profesores locales. No era mi colegio o tu colegio, sino nuestro colegio, una auténtica obra de Iglesia».

Saint Athanase ha sido siempre muy respetado en Togo, sobre todo por sus buenos resultados en los exámenes oficiales: «Para nosotros, lo principal era la calidad educativa. Luego cuidábamos mucho la formación religiosa, aunque solo una minoría de nuestros alumnos eran cristianos. Y teníamos también un fuerte compromiso pastoral: nos responsabilizamos, por ejemplo, de la preparación para la confirmación de los jóvenes de Dapaong, y, cuando se organizaron varias parroquias, seguimos encargados de esta tarea en la nuestra, la de Santa Mónica. También preparábamos otras actividades como la peregrinación nocturna a -Dalwak y cosas así. En el colegio se formaban los seminaristas y muchos candidatos a ingresar en congregaciones presentes en la región».

En ese contexto, este misionero leonés vivió en Togo la lucha de la sociedad por democratizar el país. «Sí, fue lo peor, sobre todo la larguísima huelga general de 1992. Fueron muchos meses en los que ni los profesores ni los alumnos venían a clase, pero no podíamos cerrar el colegio. Yo era el director, y alguna vez se presentó allí el prefecto con varios soldados. Sabías que no te iba a pasar nada, pero impresionaban, dejaban claro quién mandaba allí. Perdimos muchos alumnos y profesores y pasamos apuros económicos, pero conseguimos salir adelante».

El centro, además de promover la educación entre la población del entorno, se convirtió en un vivero de maestros rurales. Esto, explica el Hno. García, «tiene que ver con la iniciativa EDIL, las Escuelas de Iniciativa Local, toleradas por el Gobierno, que permitían espabilarse a los poblados que carecían de escuela oficial, que eran muchos, para -dotarse de una. La escuela católica se implicó mucho en este proyecto, subvencionando construcciones y reclutando personas formadas que se animasen a ir como maestros a poblados apartados. Muchos de nuestros alumnos que no siguieron en la universidad se comprometieron a ser maestros rurales».

¿Cuál fue el resultado de esta experiencia? «Conocíamos a nuestros alumnos y solo accedían a este servicio los que sabíamos que podían desarrollarlo medianamente bien. -Como me dijo uno de ellos: “Aparte de nuestra mayor o menor preparación, en Saint Athanase nos inculcaron el sentido del deber, y en las escuelas de los poblados esto es lo más importante”. Así que nuestro colegio no solo contribuyó a la formación de médicos o abogados. También muchos sacerdotes, religiosos y religiosas estudiaron en él, así como un gran número de profesores rurales. Por eso no es exagerado afirmar que Saint Athanase cambió por completo aquella región, y yo añadiría que ayudó también a asentar la Iglesia local sobre bases sólidas».


El Hno. Felipe García (sentado, segundo por la izquierda). Fotografía: Archivo personal Hno. Felipe García


El poder de la educación

A quienes no entienden la presencia de un misionero trabajando a tiempo completo en una escuela, el Hno. García les dedica una reflexión: «Monseñor Hanrion, el primer obispo de Dapaong, que puso en marcha gran parte de las iniciativas de desarrollo en la diócesis, solía repetir que la evangelización tiene dos frentes que deben atenderse al mismo tiempo: el anuncio del Evangelio, por un lado, y todo lo que tiene que ver con el desarrollo, por otro. De nada sirve anunciar que Dios es bueno y nos quiere, si después la gente se muere de hambre o no tiene donde curarse. Evangelizar es poner a las personas de pie, decía el obispo, darles dignidad; y uno de los medios que más dignifican a las personas es, sin duda, la educación».

Nuestro misionero se enciende un poco cuando habla de estos asuntos: «Una persona sin una mínima formación es alguien postrado. Lo que desarrolla un país es la educación de sus ciudadanos, asegurarles una formación seria en conocimientos teóricos y en valores. Lo que saca de la miseria a los pueblos es su gente preparada. Y, en este sentido, la Iglesia misionera ha hecho en África un trabajo excepcional». Para fundamentar su aserto, acude a su experiencia personal: «Durante mis años en el norte de Togo he sido testigo de una evolución impresionante, tanto en la ciudad como en el campo. Y esto se debió fundamentalmente a la escuela. Al principio nadie la valoraba, preferían que los niños fueran al campo, con el ganado o que ayudasen a sus madres. Los jefes de poblado, los sacerdotes y los gendarmes… tenían que obligar a la gente a mandar a sus hijos a clase. Pero, con el tiempo, esta mentalidad fue cambiando y los campesinos comenzaron a «perseguir» a la Iglesia y a las oenegés para que les ayudasen a construir escuelas. Esta necesidad no vino impuesta desde arriba, sino que surgió de la base».

Esta reflexión anima al Hno. Felipe García a recordar su experiencia al frente del Centro de Formación Rural de Tami, no lejos de Dapaong, un proyecto formativo pero distinto a Saint Athanase. «El de Tami es un centro muy original. Pretende la promoción del mundo rural en todos sus aspectos. A él vienen durante dos años familias jóvenes para recibir una formación en múltiples aspectos: agricultura, ganadería, alimentación, higiene, puericultura, alfabetización, costura, catequesis… Cuando llegué, mi idea era seguir cumpliendo los objetivos del centro y continuar con todas las obras que desarrollaba fuera: construcción de pozos, capillas, escuelas, caminos, proyectos de verano… Luego, había que modernizar todo aquello e introducir algunas novedades, sobre todo los cultivos hortícolas, con regadío, a los que veía mucho futuro en aquella comarca».

La valoración que hace de sus 13 años en Tami es enormemente positiva: «Con el paso de los años, de una manera u otra, se fue realizando lo previsto, pero se incorporaron muchas ideas más: ofrecer parcelas de riego a los interesados, formar a jóvenes ajenos al centro, colaboración con universidades y otras instituciones, conservación y trasformación de alimentos, construcción de embalses… Visto ahora, el resultado es impresionante, sobre todo el cambio que, casi sin darnos cuenta, fue promoviéndose en la comarca».


Una de las clases del Centro de Formación Rural de Tami. Fotografía: Archivo personal Hno. Felipe García


El tercer capítulo

El Hno. Felipe García regresó a España en 2012, agotado y con intención de estar más cerca de su madre, que siempre se despedía de él como si fuera la última vez que lo vería. «Fui recomponiendo mi salud, de modo que me decía a mí mismo: “Si me recupero bien quiero volver a la misión; pero no al África que conozco, donde se ha hecho ya mucha labor, sino a algún lugar donde las necesidades sean mayores, más evidentes”. En estas andaba cuando, a través de ciertos documentos que me encargaron traducir, conocí el proyecto Solidaridad con Sudán del Sur, que me interesó de inmediato».

No es difícil animar al Hno. Felipe para que nos hable de este proyecto: «Surgió del Congreso Internacional de Vida Consagrada, reunido en Roma en 2004, bajo el lema “Pasión por Cristo, pasión por la humanidad”, con dos iconos evangélicos señalados: el buen samaritano y la samaritana. Al concluir el Congreso, quedó en el aire una pregunta: ¿qué podemos hacer los religiosos para responder a los desafíos planteados? La respuesta los llevó a Sudán del Sur, cuyos obispos estaban pidiendo ayuda de forma insistente. El proyecto, intercongregacional, empezó a gestarse en serio allá por 2008». Según su página web, en él participan misioneros religiosos y laicos de 13 países, en representación de 14 congregaciones católicas.

Fallecida su madre y vislumbrada la posibilidad de regresar a África, el Hno. García quiso ponerse a prueba para responder a tan exigente reto: «Desde muchos años atrás quería hacer el Camino de Santiago. Ahora se me presentaba la posibilidad, como una preparación física, psíquica, espiritual… de cara a la Misión. Quería tomarme un tiempo para ser caminante, peregrino, para dejar cosas… Me decía: “Si soy capaz de terminar el Camino, será signo de que estoy preparado para regresar a África”». 

Aunque completó el Camino en 2019, diversas circunstancias y la pandemia retrasaron la materialización de su compromiso de trabajar en Sudán del Sur. «Para mí es una oportunidad de seguir haciendo algo por los demás, de ofrecer mi servicio generoso a un país joven, recién salido de una guerra, a una Iglesia joven, formando a sus bases: a sus maestros, sus enfermeros, sus campesinos, ayudando a que se reconcilien… Ya veremos cómo se presentan las cosas, pero voy dispuesto a todo».   

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