Gaël Faye, los paraísos perdidos

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El debut literario de este rapero francoruandés con Pequeño país ha trastocado los mimbres de las historias del genocidio de 1994. Con una narrativa exquisita, su obra ha sido traducida a más de 35 idiomas. En Francia las ventas superan los 700.00 ejemplares.

Gabriel es el nombre del protagonista de la novela ­Pequeño país y los parecidos con la historial personal del autor son remarcables. Gaël Faye (36 años) es un burundés de padre francés y madre ruandesa que tiene que agachar la cabeza para acceder al aula del Instituto Francés de Madrid donde tendrá lugar la entrevista. Él tuvo que huir en 1994 a París… El genocidio. Su vestuario sesentero hace que el último botón de la camisa se le ciña al cuello. Le aprieta. Faye aguarda en un pupitre mientras mira por la ventana y acomoda sus largas y espigadas piernas. Sonríe. Sabe que atrae por su historia, su trayectoria… Además es un cantante de rap conocido en el ámbito francófono. Esta novela bien podría ser un libro de viajes preciosista –aunque duro en sus capítulos finales–. Una de las notas al margen más escalofriantes es la forma en la que la música clásica se reproduce en la radio de Burundi cada vez que hay un golpe de Estado en marcha. En 1966, la Sonata para piano nº 21 de Schubert; en 1976, la Séptima Sinfonía de Beethoven; en 1987 el Bolero en Do mayor de Chopin; y el 21 de octubre de 1993, fue El crepúsculo de los dioses, de Wagner. Después mucho silencio.

En muchos sentidos, la obra trata sobre un niño que pierde su inocencia a pesar de querer aferrarse a ella desesperadamente. Un trabajo con el que zambullirse en un país que amalgama titulares que rozan el horror. Y por ello lo hace desde el lado más turístico: te hace saborear cada plato que Gabriel degusta, como las brochetas de pollo y pescado; cada esquina oscura de su capital Buyumbura donde juega a la pelota; cada escuela donde se enseña la tabla de multiplicar… Un libro adictivo que se escapa en varias tardes.

 

Gaël Faye

Gaël Faye en el momento de la entrevista. Fotografía: José Luis Silván

Gabriel, el protagonista, ¿es su alter ego?

(Ríe y medita la respuesta) No. Pero Burundi es un país pequeño. Solo tenemos una historia oral. Y la gente, como mi libro, está en todas partes, ya sea en Burundi o Ruanda. Quería contar una historia sobre ellos, sobre la gente normal.

Burundi es el escenario de su primera novela, pero el título, Pequeño país, no se refiere solo al tamaño, ¿verdad?

Sí, no solo quería hablar sobre el área del país, que tiene menos de 30.000 kilómetros cuadrados. También se trata de la historia de una infancia. Burundi es el pequeño país de la infancia. Esto también expresa un afecto especial por Burundi. Amo a Burundi y es por eso que el adjetivo ‘pequeño’ también está ahí para enfatizar este afecto.

¿Es la novela un intento de regresar al paraíso perdido de la infancia?

Quería recuperar la felicidad que existía antes de la violencia. Desafortunadamente, cuando llegué a Francia tenía 13 años y solo recordaba los dos años de guerra que acababa de experimentar. Nací y crecí en Burundi y el país olía a sangre y pólvora. Pero yo quería atrapar el olor que existía antes de la guerra: el de los mangos, los jardines y las buganvillas. Este libro me ha permitido hacer un viaje en el tiempo, aprovechando la felicidad de la infancia.

El libro no trata solo sobre la guerra, también acerca la vida cotidiana de Burundi. ¿Por qué era tan importante para usted?

Después de todo, quería contar la historia de la vida cotidiana, pero también cómo aumentan las tensiones. Creo que los autores africanos están empezando a comprender que no hay que esperar al machete, al garrote o al Kaláshnikov para contar una historia. Hablemos de amor a primera vista o de cómo holgazanear después de una dura jornada de trabajo.

Sin embargo, el foco de este costumbrismo se centra en una parte del mundo en la que los terremotos son una característica habitual de la vida.

Absolutamente de acuerdo. Como escribo en el libro, debajo de la apariencia tranquila, detrás de la fachada de sonrisas y discursos optimistas, oscuras fuerzas clandestinas trabajaban continuamente, fomentando la violencia y la destrucción que volvían sucesivamente, como los malos vientos.

¿Por qué cree que la gente puede llegar a ser tan violenta?

¿Es ignorancia? ¿Es miedo? No lo sé. Solo puedo concluir que siempre debemos estar atentos. La violencia puede desencadenarse muy rápido. Piensa en Siria, que fue un país hermoso hace cinco años…

Pero, ¿qué puede hacer el individuo?

Mantenerse alerta. Me enoja cuando la gente en Europa dice que la política no le interesa, o no vota. Es algo que encuentro cínico. Tienes que trabajar para mejorar el mundo. No me gusta la pereza.

En su faceta como cantante le ha brindado letras a Burundi y a su destino. ¿Por qué no fue eso suficiente? ¿Por qué se ha visto en la necesidad de escribir esta historia en forma de novela?

Hay que diversificar el negocio (bromea)… No, en serio. Una canción es muy corta y en ella no tengo el tiempo necesario para expresar todo lo que me gustaría. De hecho, había frustración al final de algunas de ellas. Quería decir más, pero está claro que no podemos escribir canciones de 30 minutos. Quería probar otras formas de escritura, ya sea teatro o novela… Y digamos que esta forma es una vía para expandir las canciones.

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