Hambre de Dios

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Editorial del número de febrero de MUNDO NEGRO



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Cada mes de febrero tiene lugar el lanzamiento de la Campaña contra el Hambre de la ONG católica de cooperación al desarrollo Manos Unidas, este año bajo el lema «Nuestra indiferencia los condena al olvido». En MUNDO NEGRO nos hacemos eco cada año de esta iniciativa solidaria porque los misioneros y misioneras españoles somos beneficiarios privilegiados en la gestión de las ayudas y sabemos el bien que hacen en África y en otros continentes. En Malí, por ejemplo, la institución ha financiado durante el último decenio 38 proyectos por un montante de casi dos millones y medio de euros (ver pp. 32-33). Gracias a la generosidad de tantas personas que colaboran en la campaña, Manos Unidas no se detiene en su lucha sin cuartel contra el hambre y otras formas de subdesarrollo.

Que siga habiendo centenares de millones de personas hambrientas y malnu­tridas en el siglo XXI es un fracaso para la humanidad y, como ha señalado el papa Francisco, «la política mundial no puede dejar de colocar entre sus objetivos principales e imperiosos el de acabar eficazmente con el hambre». Entre sus causas están, sin duda, el cambio climático que sufre el planeta y los conflictos internos que estamos viendo, por ejemplo, en Etiopía o Sudán del Sur. Este último país es un ejemplo claro de cómo el enfrentamiento personal por el poder de sus líderes ha llevado a la población a una grave crisis humanitaria (ver pp. 20-23). No obstante, el hambre se perpetúa en el mundo debido, sobre todo, a un sistema económico y financiero global egoísta que beneficia a los que más tienen, y que sigue condicionando el precio de los alimentos como si fueran una «mercancía no esencial». Falta voluntad política a nivel internacional para acabar con el hambre y las ­desigualdades. En este contexto, la Iglesia siempre ha afirmado el destino común de los bienes creados, y mientras el derecho a la alimentación no esté garantizado para todo ser humano sobre esta tierra, cualquier despilfarro es un gesto que condena al olvido a nuestros hermanos y hermanas hambrientos de pan.

Sin alimento, la vida humana no es posible porque somos cuerpo, pero también somos espíritu y estamos habitados por un deseo de eternidad. No nos dejemos hipnotizar por esas voces desesperantes que repiten, casi como un mantra, que nada tiene sentido, que el ser humano es un animal como los demás, un primate evolucionado en medio de un universo hostil y producto del azar, destinado a disolverse en la nada. Como cristianos, creemos firmemente que no somos solo materia, por eso el pan no nos basta, también tenemos, aunque sea de manera inconsciente, hambre de Dios. El Maestro de Nazaret lo dijo: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios».

La Misión auténtica de la Iglesia ha entendido esto perfectamente y nace como alimento para el hambre corporal y el espiritual, sin distinciones, porque el ser humano es una unidad indisoluble. En palabras de Vicente Martín Muñoz, delegado episcopal de Cáritas Española: «La acción que nace del amor, no solo cura las heridas de los caídos en el camino, sino que está abierta a ofrecer, sin caer en el proselitismo, la experiencia de sentirse hijos del Padre de la misericordia».

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