«Hay quien paga un precio muy alto solo por nacer»

José Manuel Colón (foto: Gonzalo Gómez)

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José Manuel Colón, periodista y documentalista
Con su impactante El camino, José Manuel Colón cierra lo que denomina su «trilogía africana». A esta historia de migraciones le preceden Hombre negro, piel blanca, sobre los problemas que supone ser albino en el continente, y La manzana de Eva,que aborda la mutilación genital femenina. Ambas fueron adquiridas por Netflix.
¿Por qué hacer una trilogía africana?

Soy periodista y creo que el periodismo sirve para contar historias, sobre todo aquellas que, de otra manera, no saldrían. El documental permite indagar en los temas, y me gustan los que nos hacen conocer diferentes vidas y realidades. Me parece que a la hora de analizar mi trabajo en el futuro, podría estar bien dividir estos largometrajes, que tienen un carácter más cinematográfico. Me gustaría hacer una trilogía americana, otra asiática…, y tener un recuerdo de esa labor artística dentro del periodismo.

¿Cómo surgió?

En 2007 fundé mi productora e hice programas para Canal Sur. Luego trabajé tres años en televisión y me quedé en la calle. Con el dinero del paro tenía la idea de hacer un documental sobre albinos en África. Supe de ellos cuando estudié Historia. Recuerdo un documento del capitán Drake que hablaba de una expedición más allá del ecuador donde encontró a unos «seres celestiales». Me pareció llamativo y empecé a indagar. Contacté con el médico Pedro Jaén, que viaja a operar los cánceres de piel en Tanzania. Sabía que eran perseguidos, pero entonces no se hablaba de que el mayor número de muertes era por cáncer. El documental Hombre negro, piel blanca tuvo éxito. Ganó un premio en México y un directivo de Netflix se interesó. Con la venta de los derechos pude hacer el segundo, La manzana de Eva, sobre la mutilación genital femenina. La idea surgió haciendo el de los albinos, porque conocí a Adriana Kaplan (antropóloga experta en el tema), y una historia te lleva a otra. Ahora estoy muy contento con El camino. Siempre nos quedamos con la patera que llega a nuestras costas o con la valla. No sabemos qué motivó la salida y qué es lo que se vive. 

Cartel de El camino
¿Qué querías mostrar?

La realidad del camino. Mi idea era que la gente entendiera lo que es este viaje. Por ejemplo, Rashid Iddrisu abandona su país para darle salud a su padre enfermo. Es un motivo económico y sanitario, pero otros tienen otros, como huir de una guerra o de una persecución religiosa… Y está la historia de Chasmeddine Marzoug, el pescador de cadáveres, que sale cuatro minutos y medio, pero te quedas embobado al ver a un tío que ha enterrado a más de 450 personas para que tengan un entierro digno en la bahía de Zarzis (Túnez). Cada uno merecería un documental entero.

¿Cuál es el mensaje principal?

Creo que es la empatía y la riqueza de ser diferentes, ¿no? Como sociedad nos podemos beneficiar de esa diferencia. Ahora vivimos la desgracia de la pandemia, con el dolor que conlleva ver a gente morir y nuestras libertades coartadas. Cuando se nos quitan cosas es cuando las valoramos, y es algo que en cualquier momento puede pasar, por una pandemia o por líderes políticos… Parece que a nosotros no nos va a tocar, pero las democracias no son perpetuas y a lo mejor estamos comprando mensajes de odio. Hay cosas que pasan fuera que podrían ocurrir en España y nos gustaría que, si viviésemos estas circunstancias, nos dieran cobijo. Yo soy de Cádiz, he nacido a 15 kilómetros del norte de Marruecos. Si hubiera nacido allí, mi vida sería muy diferente. Uno no elige dónde nace o quiénes son sus padres, elige cuando tiene responsabilidad, pero hay mucha gente a la que convertimos en delincuentes, les hacemos pagar un precio muy alto simplemente por nacer.

En mi película era muy importante la figura del P. Kenneth Iloabuchi (ver MN 596, junio 2014, pp. 34-39) porque es un sacerdote y mucha gente podría haber pensado que «este viene a quitarnos el trabajo», o «este es un negro que tal y tal», pero al ser un sacerdote se lo piensan y se callan…

Está muy presente el engaño. No sé si fue consciente…

Son engaños interesados: políticos, traficantes, los que hacen el viaje y no quieren quedar como el perdedor del pueblo… En el viaje de Rashid, este ve una película por primera vez en su vida y se le acerca uno y le dice que el que sale, Chuck Norris, gana 400 dólares a la hora. Él piensa: «Mi padre se está muriendo. ¿Por qué no puedo darle una medicación?».

Tenemos más información que nunca, pero hay que distinguir qué creer y los medios no son imparciales porque dependen de poderes económicos. El periodismo se devalúa. A lo mejor por eso hago documentales, porque puedo contar una historia más cuidada e intento ser objetivo.

El P. Kenneth Iloabuchi en un momento de El camino.

¿Te consideras activista?

No, me considero periodista. Mi labor es investigar y poner voz a historias que no se cuentan. ¿Son activistas los médicos que viajaron conmigo para operar en Hombre negro, piel blanca a las personas de cáncer de piel? Yo los considero doctores, pero tienen una labor que es notable, llevar la salud a donde no la hay. Intento hacer mi profesión bien y con una ética.

¿Viajas con mucho equipo?

Cuatro personas y a veces tres. No vamos como periodistas porque no nos dejarían entrar para contar lo de los albinos o la mutilación genital… Siempre preparo un plan de fuga por si se ponen mal las cosas. He tenido problemas, no solo de que te salgan con una espada y te amenacen o, como en Nigeria, donde hubo un momento que creía que me estaban secuestrando, sino por las autoridades. En La manzana de Eva nos amenazaban con condenarnos por espías. Si viajamos cuatro cabemos en un coche con conductor… Con cinco tendríamos que ir en dos y seríamos más vulnerables. 

¿Cómo llevas el miedo?


Hombre, te lo piensas, y ahora que voy a ser padre a lo mejor me lo pienso más. Pero yo, que no suelo beber cerveza, las mejores que he tomado han sido en los viajes tras un día de grabación al llegar a un motel perdido. Además, siempre he tenido en África libertad para grabar lo que quería. 

Leí que Hombre negro, piel blanca sirvió para que el 13 de junio fuera declarado Día de Sensibilización sobre el Albinismo

Dos de mis películas tienen el sello de la Unesco. Yo buscaba patrocinador y les llamé. Conocí al que entonces era embajador de la Unesco en España, Federico Palomera. Vieron la película y me invitaron para proyectarla el 13 de junio. Convocaron a varias personas relacionadas con la defensa de las personas albinas…

Volviendo a lo de ser activista, todas mis películas han dejado algo, por ejemplo, las pulseras que llevo salen en La manzana de Eva, las hacen niñas masais y se emplean para pagar los estudios de 40 niñas que salen en la película. En El camino, cuando rescatamos la barca, el Open Arms no tenía puerto seguro. Llamé al alcalde de Palermo, al que ya había entrevistado, y me dijo que fuéramos. Hoy en día, Open Arms tiene puerto seguro en Palermo. En la película se ve cómo viene a recibirnos a las 12 de la noche, me da la mano y le señalo: «Este es el capitán». En El camino aparecen Maribel Verdú, -Malena Alterio o Nathalie Seseña que tienen un caché… Les dije que tenía dinero para pagarlas, pero poco para ellas, y les propuse que, como estaban concienciadas, por qué no donábamos el dinero a Karibu. Ellas aceptaron, y en plena pandemia esta asociación de acogida a personas migrantes recibió un cheque.

Fotograma de Hombre negro, piel blanca. 
¿Te han cambiado estas películas a nivel personal?

Me considero una persona comprometida, poco materialista. Pero no es lo mismo leer algo que verlo de primera mano. Te cambia, pero el ser humano se olvida. Yo estoy deseando volver a grabar estas experiencias vitales. Pienso que he vivido más en cinco años con estos documentales que otros en 20 o 30. Ves a gente que se supera… Pocas veces he llorado, pero lo hice en la cubierta del Open Arms cuando rescatamos a las personas y las entregamos a la embarcación de Malta; yo veía su alegría y sabía, ya que tenía más información, que su camino no había acabado y que les quedaba mucho por sufrir. Me dio pena. Vi gestos importantes, como el del cámara que me acompañó, Juan Candial, que hizo algo que le agradezco: cuando los chicos se iban a meter en la nueva embarcación, alguno no tenía ni zapatos, y él se quitó los suyos y se los dio a uno de ellos. Cuando acabamos el documental y vino a la oficina le regalé unas zapatillas. Me dijo que no tenía que hacerlo, pero yo quería porque necesito trabajar con buenas personas. Si no son buenas personas no valen para esto. Las historias te cambian y si más gente las viera, más cambiarían.

Foto de portada: Gonzalo Gómez

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