«He escogido perdonar»

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Emmanuel Taban, neumólogo


La editorial MUNDO NEGRO acaba de publicar El chico que nunca se rindió, obra autobiográfica del neumólogo sursudanés, afincado en Sudáfrica, Emmanuel Taban. De paso por Madrid para presentar su libro, ha compartido su historia de superación y de lucha incansable en busca de un futuro mejor.



Emmanuel Taban es una persona famosa e importante. La revista New African lo escogió como uno de los 100 africanos más influyentes en 2020 y, al año siguiente, el periódico sudafricano Daily Maverick lo seleccionó como el Personaje Africano del Año. Taban, médico de profesión, está especializado en Neumología y durante la pandemia ha desarrollado una técnica de broncoscopia para limpiar las vías respiratorias gracias a la cual muchas personas afectadas por la COVID-19 han podido superar la enfermedad. Pocos podrían imaginar el origen humilde de este prestigioso neumólogo y el largo y duro camino que recorrió para alcanzar el éxito.




Sus orígenes

Emmanuel Taban nació en 1977 en Yuba, capital de Sudán del Sur tras su independencia de Sudán en 2011. Desde sus comienzos, la vida del doctor Taban no fue fácil porque, como él mismo relata, «mis padres se separaron cuando mi madre estaba embarazada de mí y tuve que crecer sin padre en una aldea situada a 70 kilómetros al sur de Yuba». Phoebe, la madre de Emmanuel, únicamente había cursado dos años de Primaria y trabajaba como empleada en una escuela, lo que le permitía ganar lo justo para sacar adelante a sus hijos. Sus condiciones de vida eran muy precarias. Sin agua corriente ni alcantarillado, las casas de su entorno estaban construidas con los materiales propios del terreno: troncos, palos y barro para las paredes, y paja para cubrir los techos. Allí, dice Emmanuel, «consumíamos agua del río e íbamos a hacer nuestras necesidades al campo. El primer inodoro lo vi en Eritrea cuando tenía 16 años».


Una persona en situación de calle rebusca en una papelera de Johannesburgo. Fotografía: José Luis Silván Sen/MN




Cuando era niño pensaba con naturalidad que aquella vida de precariedad y pobreza «era lo normal» y solo cuando conoció otros países más desarrollados se percató de la «anormalidad» en la que vivió durante su niñez y adolescencia. «Durante un tiempo pensé que Dios se había olvidado de África y que no escuchaba el sufrimiento de los africanos, lo que hacía que me sintiera enojado. Pero, poco a poco, me he dado cuenta de que el problema está en nosotros mismos, en los africanos». Sin querer juzgar la parte de responsabilidad que otros continentes tienen en la actual situación de África, Taban incide en que «si estamos detrás del resto del mundo es porque nos falta un buen liderazgo. Muchos de nuestros líderes han fallado a la gente. Pero, sobre todo, carecemos de educación y de formación en habilidades y destrezas que nos permitirían desarrollar nuestros países. Dios nos ha dado un continente maravilloso en el que tenemos de todo: tierra fértil y un montón de recursos naturales». Por ello se entristece al constatar que, todavía hoy, «el 90 % de la población de Sudán del Sur sigue viviendo en las mismas condiciones en las que yo crecí. Nada ha cambiado y, por si no fuera bastante, el país está sufriendo una situación de guerra civil».

El viaje

Con solo 15 años, Emmanuel Taban fue arrestado por el Ejército sudanés y torturado en la cárcel. Enseguida comprendió que si quería escapar de aquella situación la mejor alternativa era convertirse al islam, aunque fuera únicamente como estrategia. Su conversión relajó la actitud de sus agresores, quienes «poco después me llevaron a una escuela coránica en Gadarif, al noreste de Sudán, para formarme como imam. Pero me escapé en cuanto tuve ocasión y huí a pie hasta Eritrea», recuerda Taban. Lejos de los suyos y de su país, comenzó un largo periplo de 18 meses en los que recorrió, casi siempre solo y a pie, los caminos de Eritrea, Etiopía, Kenia, Tanzania, Mozambique, Zimbabue y, por último, Sudáfrica. Según cuenta, si fue capaz de caminar distancias tan largas sin apenas agua ni comida es porque «en situaciones extremas siempre buscas sobrevivir y seguir hacia delante. Puedes morir o no morir, que es lo que me pasó a mí, por eso estoy aquí. En cualquier caso, nunca debemos rendirnos sin intentar primero llegar al lugar al que nos hemos propuesto llegar».

Un momento de la presentación del libro de Emmanuel Taban en Madrid. Fotografía: Boniface Gbama Nsusu/MN



A veces, dice el neumólogo, «no es fácil hacerse una idea de lo que significa ser un niño de la calle como fui yo. No es fácil dormir con el frío de la calle, con una humedad que te traspasa los huesos. No es fácil dormir con el estómago vacío. Son situaciones cargadas de sufrimiento que, no obstante, nos pueden ayudar a ser más fuertes. En mi caso ha sido así. El sufrimiento me fortaleció, impidió que me relajara y me hizo descubrir que el sentido de mi vida es transformar el mundo para que sea un sitio mejor, que cuando yo muera sea un lugar más pacífico que el que yo me encontré».

En su viaje atravesó fronteras, selvas, sabanas y descubrió parajes maravillosos, aunque también tuvo que vérselas con animales salvajes e infinidad de peligros. Encontró personas de buen corazón que lo ayudaron, pero otras le robaron, le traicionaron e, incluso, le golpearon. Al recordar estas vicisitudes habla con un sentimiento de pena: «Ya no tengo miedo de los animales salvajes, pero sigo teniendo miedo de las personas que nos pueden hacer daño. La principal amenaza del mundo no son los animales, es el hombre que lucha contra el propio hombre». Con todo, Taban ha interiorizado las experiencias vividas y asegura no guardar ningún rencor: «He escogido perdonar, seguir adelante y no quedarme atascado en el pasado. No culpo a las personas que a lo largo de mi viaje pudieran estar relacionadas con mi sufrimiento, porque también ese sufrimiento me ha construido como persona y me ha hecho más fuerte».

Última etapa
Puedes encontrar el libro de Emmanuel Taban aquí.

Una vez en Sudáfrica, las dificultades continuaron para el joven Taban. Estaba en un país desconocido sin familia ni personas conocidas y carecía absolutamente de todo. Pero el tesón que le caracteriza hoy, cumplidos los 45 años, le empujó a no rendirse jamás hasta cumplir su deseo de poder estudiar y formarse. Lo consiguió.

En la actualidad, el doctor Emmanuel Taban vive con su mujer, Motheo, y sus tres hijas, pero no se ha olvidado ni de su familia en Sudán del Sur, a la que visita y ayuda con regularidad, ni de su país, donde ha comenzado varios proyectos de formación para jóvenes. Allí también trabaja en la construcción de una planta embotelladora de agua. «Gracias a Dios tengo una vida muy holgada, vivo en Sudáfrica en mejores condiciones que muchas personas en Europa, pero mi alma no está en paz, está inquieta, porque Sudán del Sur sigue inmerso en la pobreza. Por eso trato de ayudar en todo lo que puedo».

El doctor Taban destaca en el ejercicio profesional de la medicina como neumólogo, pero la generosidad de su corazón lo convierte además en una gran persona, cuyo testimonio de vida merece la pena conocer.


«Los combonianos son parte de mí»


Guarda una estrecha relación con los Misioneros Combonianos.

Sí. Los conozco desde que era niño, porque estudié unos años en la escuela de St. Joseph, en Yuba. Más tarde, en Eritrea, conocí a la Hna. Else, una comboniana que había trabajado en Sudán y que me puso en contacto con el obispo responsable de Cáritas. Los 500 dólares que me dio me permitieron viajar hasta Kenia. Luego me crucé con algunos combonianos en Kenia y Mozambique, pero fue sobre todo en Sudáfrica donde estreché relaciones con ellos. Llevaba viviendo tres días en las calles de Johannesburgo cuando el P. Joe Sandri, que ha sido como un padre para mí, me recogió y me llevó a su comunidad. Allí conocí también al Hno. Peter Niederbrunner, que tanto me ha ayudado. Desde entonces siempre he mantenido una relación estrecha con los ­combonianos.

¿Sería hoy médico sin su apoyo?

Nunca se sabe, pero probablemente no. Se necesitan muchos apoyos para salir de la calle y alcanzar el nivel formativo que yo he conseguido.

Ahora es usted quien los ayuda a ellos.

Sí, pero no lo hago porque sienta que les deba algo, sino porque son parte de mí, son mi familia, y si están enfermos les ofrezco atención médica. Mons. Sandri ha sido una persona muy importante en mi vida, y cuando le nombraron obispo de Witbank quise regalarle un coche. Tenía que viajar mucho por carreteras no siempre en buen estado para visitar a las comunidades cristianas y su coche era muy viejo y pequeño. Ahora, en la medida que puedo, sigo apoyando proyectos de los misioneros combonianos.

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