Hierro o muerte

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Cada año fallecen en Angola decenas de personas a causa de las minas de la guerra



Por Xaquín López desde Luanda




22 años después del final de la guerra civil que sufrió Angola, buena parte de su territorio sigue minado. A pesar de los trabajos del Estado y de varias organizaciones no gubernamentales, las explosiones accidentales se suceden con frecuencia, mientras grandes superficies de terreno están inhabilitadas para el cultivo. Cuito Cuanavale, donde se libró una de las batallas más cruentas del conflicto, es el lugar más minado del mundo.



No era la primera vez que David Tchiza hundía las tres ruedas de su caleluya, los motocarros típicos de la Angola rural, por los socavones de la aldea de Sanda. Aquella mañana podría haber sido la última. 

David salió a las siete y media de su casa, en Menongue. Por el camino, siete pasajeros se fueron subiendo al remolque. Dos vecinas, cuatro familiares –entre primos y cuñados–, y un amigo que le ayudaba a organizar el trajín para que solo tuviera que concentrarse en conducir. Llevaban azadones, sachos y machetes para recoger maíz y mandioca en el campo de la familia Tchiza.

Media hora más tarde, una rueda del remolque brincó sobre la cazuela que detonaba una mina antitanque y el motocarro saltó por los aires. Aterrizó, retorcido en un amasijo de hierros, en un campo de maíz. La explosión se escuchó en la ciudad, a una veintena de kilómetros.

Solo hubo dos supervivientes, uno de los pasajeros y David. «Me tocó a mí porque era el primer motocarro de la mañana que circulaba por la picada (camino de tierra)», se lamenta el joven en su casa, a 100 metros del hospital materno del barrio de la Vitoria. 

La mina antitanque TM62 de fabricación rusa que destrozó la caleluya de David es una de las miles que todavía siguen enterradas, pero activas, en esa provincia de Angola desde la batalla de Cuito Cuanavale [noviembre de 1987-marzo de 1988].

«La mina ni la vi. Al principio no me enteré de nada. Solo recuerdo que salí disparado. Me quedé inconsciente en la picada. El remolque salió despedido por los aires y yo me fui de cabeza hacia adelante». David resultó herido por un trozo de metal en una pierna. En el hospital le dieron el alta ese mismo día. Lo que no le pudieron curar fue el horror, que permanece indeleble en su memoria. «Cuando recuperé la consciencia vi los cuerpos destrozados de los pasajeros esparcidos por la pista. Menos uno, que sobrevivió, todos murieron. Cinco lo hicieron en el acto. El otro agonizaba. Me preguntó: “¿Quién puso eso en la carretera?”, y falleció enseguida». 

Una caleluya cargada de viajeros. Fotografía: Sonsoles Meana


Las consecuencias

David tiene 24 años y vive en casa de sus padres con su hijo de tres años. Después del siniestro se divorció de su mujer. La caleluya era su única fuente de ingresos y ahora se busca la vida como puede. Terminó un módulo de Recursos Humanos, pero solo ha encontrado un trabajo informal de camarero en el hospital pediátrico de Menongue. Le pagan con una comida diaria en la cocina del centro médico. «El Gobierno no nos ha ayudado. Es una desgracia porque la caleluya era muy importante para la familia», se lamenta Jorge Luiz, su padre, pertrechado en la moto, entre aperos de labranza. Se va tres días a trabajar a la finca de la picada de Sanda. «El motocarro me costó 1,3 millones de kuanzas en 2020, unos 1.300 euros. Ahora nos hemos quedado sin esos ingresos. Las autoridades de Cuando Cubango le prometió una nueva a mi hijo, pero no lo se la han dado». 

Cuando Cubango es la provincia más minada del país. Desde que terminó la guerra civil (1975-2002), en Angola se han destruido más de 100.000 minas antipersona y antitanque, la mitad de ellas en esa provincia. Alguna era del modelo C3, de fabricación española.

Se cuenta cada artefacto desactivado, pero no hay una estadística oficial de víctimas. La delegación en Cuando Cubango de la TPA, la televisión pública angoleña, informa de cada caso mortal. 2022 fue especialmente trágico. El número de víctimas mortales llegó a la treintena, según el recuento de la cadena.

El incidente más grave ocurrió a unos 30 kilómetros de Menongue. Unos niños encontraron un obús en el bosque, lo trasladaron a la aldea y se pusieron a jugar. Saltaron sobre él, le arrojaron piedras, lo batieron con palos, hasta que explotó. Murieron seis niños, de entre 3 y 12 años.

Un periodista de la televisión local entrevistó a un vecino que socorrió a la única niña superviviente. «Estábamos labrando y escuchamos el ruido. Vinimos corriendo y vimos todos los cuerpos por el suelo. Había una niña herida. La cogimos entre varios y salimos corriendo a la carretera para parar un coche y llevarla al hospital a Menongue», cuenta João Macoi.

La provincia de Cuando Cubango es una de las más despobladas del país, medio millón de personas, para una superficie que casi dobla la de Portugal. Más de la mitad de la población se concentra en la capital, Menongue. Tiene un centro urbano, con edificios oficiales alrededor del fastuoso palacio del gobernador, cientos de caleluyas circulando a todas horas y un Shoprite, la poderosa cadena de alimentación sudafricana que pone el sello de modernidad a las ciudades del África austral. El río Cuebe atraviesa la ciudad, con mujeres haciendo la colada y niños enjabonados zambulléndose en la orilla.

Alrededor de ese eje urbano se extienden decenas de barrios polvorientos, con infraviviendas a las que se accede por caminos de arena impracticables. El tercer cinturón geográfico es el mato, una masa de arbustos que deja a la vista reducidos terrenos para el cultivo. 

La miseria y la ignorancia llevan a muchos desahuciados a buscar fortuna aquí. Son los conocidos buscadores de hierro viejo, que se dedican a rastrear las zonas más tupidas del bosque. Cuando descubren un proyectil de la guerra sin explotar, se lo llevan a la chabola.

Eso es lo que hizo en junio del año pasado Kennedy Oawata, de 19 años. Acompañado de un amigo, peinaron una zona militar a las afueras de Menongue y se hicieron con un obús ruso de 12 kilos. Kennedy lo guardó bajo la cama. Antes de venderlo debían comprobar si seguía activo. «A la mañana siguiente hicimos una hoguera separada unos 100 metros de las casas. Pusimos el proyectil sobre las llamas. Pasados unos diez minutos, explotó».

Los vecinos del barrio de Terra Nova le llevaron al hospital con esquirlas de metralla en el cuerpo. Dos meses después, casi recuperado del todo, no sabe si volverá a rastrear el mato. «Es una forma rápida y segura de ganar dinero. Podría haber vendido ese proyectil por 20.000 kuanzas, unos veinte euros. Lo que no podía imaginarme es que pudiera ocasionarme la muerte».

En Angola preocupan las minas enterradas, pero también los proyectiles sin explotar, los denominados UXO, material de guerra fuera de control. Las autoridades reconocieron cinco casos como el de Kennedy durante 2023. 

Los negocios de la chatarra se concentran a la salida de la ciudad. «Desde que pasó lo de los niños ya no compramos proyectiles de la guerra», reconoce Ambrosio Daniel mientras ayuda a cargar un camión con hierro viejo con destino a Luanda. «En todo el país está despuntando el negocio del reciclaje. Estamos sensibilizando a las comunidades rurales para evitar más accidentes», asegura Leonardo Sapala, director general de ANAM, la agencia gubernamental que lucha contra las minas.

Rosalía Ngambo, sentada, en el centro, con la familia Tchiza. David, de pie, resultó herido cuando conducía un vehículo de este tipo. Fotografía: Sonsoles Meana




El recuerdo de la guerra

Una de las zonas más minadas de Angola y del mundo es Cuito Cuanavale, campo de batalla de la contienda más sangrienta de la guerra civil angoleña. La ciudad, a 200 kilómetros al sur de Menongue, se ha convertido en icono de la propaganda belicista del Gobierno, en manos del Movimiento Popular de Liberación de Angola, el MPLA, desde su independencia de Portugal en 1975. En 2017, el Gobierno inauguró un memorial que conmemora la batalla, construido por canteros norcoreanos. Representa a dos soldados, uno angoleño y otro cubano, hermanados en la victoria. 

La ayuda del régimen castrista al MPLA fue clave en la contienda. Enfrente tenían al desorganizado grupo rebelde UNITA, que controlaba parte del sur del país y que tenía un socio poderoso, el Ejército del régimen sudafricano del apartheid. En plena Guerra Fría, los soviéticos apoyaron al régimen de Luanda y los estadounidenses a los insurgentes. Cada bando minó a conciencia el campo de batalla, el mítico Triángulo de Tumpo, flanqueado por tres ríos.

Manuel Zeca pasa los días sentado bajo una mulemba, una higuera apreciada no tanto por su fruto como por su sombra. Tiene 60 años y una sola pierna. La otra la perdió en el campo de batalla. Combatió en el MPLA como rastreador. Cuando le explotó la mina, en octubre de 1988, la batalla ya había terminado. «Iba en un grupo de seis personas. Yo era consciente de que había pisado una mina. Salvé la vida gracias a mis compañeros, pero el que iba a mi lado murió allí mismo».

Zeca tenía 25 años cuando se alistó para defender Cuito Cuanavale. Pertenece a la estirpe de los Héroes del barrio de Santa María, término acuñado por el régimen para ensalzar la valentía de los vecinos, que se negaron a abandonar sus casas durante la acometida enemiga. «Lo más arriesgado era saber dónde pisar seguro», recuerda Manuel. «Si veíamos algo raro, reculábamos y soltábamos unas cuantas minas, que siempre llevábamos en la mochila, para asegurarnos la retirada».

En Cuando Cubando hay cuatro brigadas desactivando minas: del Ejército, la Policía, el Instituto Nacional de Desminado y la ONG angloamericana Halo Trust.

Agosto es el mes más seco del año, en Angola le llaman cacimbo. Al mediodía, dos camiones blindados con decenas de trabajadores llegan a la base de Halo Trust en Cuito Cuanavale. Han estado desminando un campo. «No hay ni un solo día que no desactivemos una», comenta Zacarías Domingos, al bajar del camión. Tiene 37 años, lleva ocho en Halo Trust y ya es jefe de grupo. No le gusta hablar del peligro de su trabajo. «La más difícil de detectar y desactivar para mí es la sudafricana R2M2». Tres zapadores de la ONG han perdido la vida durante los trabajos. 

Halo Trust es una organización internacional especializada en la desactivación de minas, con presencia en 27 países. Opera en Angola desde los 90. Solo en Cuando Cubango da empleo a un millar de personas. «Cuito Cuanavale es el municipio más minado del mundo», comenta Toninho, director provincial de la organización, quien añade que «generamos empleo juvenil y liberamos tierras para la agricultura. Solo está hecho el 50 % del desminado». 

Gaspar Jindanji es un periodista local que escribe un libro sobre las minas en la provincia. Cree que Angola no está preparada para solucionar el problema sin la ayuda internacional. «Hay países que utilizan drones para localizar minas. Aquí todavía estamos en la época de los detectores de metales y descubrimos los artefactos de forma manual», dice.

Una buena forma de calibrar el alcance del problema es caminar por las calles de Menongue. Se ven numerosas personas con muletas, jóvenes arrastrándose por el suelo o privilegiados en sillas de ruedas. Son muchas las familias golpeadas por una explosión, y alguna por partida doble.

Es el caso de Rosalía Ngambo. Tiene 60 años y una sola pierna. La izquierda se la segó una mina, camino del campo de labranza, en 2001. «Cuando mi di cuenta, ya estaba en el suelo. Perdí la mitad de la pierna, de rodilla para abajo». 

Rosalía fue una de las primeras personas en llegar al lugar del siniestro de la caleluya de Sanda. Lo que no se podía imaginar era que, esparcidos por la picada, había cuatro miembros de su familia: dos sobrinas, un nieto y una nuera. El que conducía, David, es su sobrino. Lleva la resignación cincelada en el rostro porque sabe lo duro y peligroso que resulta ir al campo a ganarse la vida, a riesgo de quedarse discapacitada de por vida.    

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