IRREVERSIBLES. Patricia Simón: «Si no contamos los matices, somos injustos»

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Entrevista, fotografía y vídeo por Javier Sánchez Salcedo

 

Patricia Simón (33 años) es andaluza, vive en Asturias, es periodista y se muestra interesada en hacer un periodismo atento a cómo las informaciones afectan a las fuentes, sobre todo cuando estas fuentes son víctimas de violaciones de derechos fundamentales.

 

 

 

 

¿Cuándo decides dedicarte al periodismo?

Con cinco años una profesora me puso en una redacción: “Escribes muy bien, deberías ser periodista”. Ella era colaboradora de la agencia EFE y profesora de religión en mi pueblo, Estepona. Me pareció maravilloso lo de ser periodista, una forma magnífica de conocer a gente diversa y salir de nuestro pequeño mundo.

 

¿Qué te llevó a enfocarte en temas sociales?

Decidí hacer un Erasmus sobre Ciencias Políticas. Viajé a Brasil y conocí el Centro de Defensa de los Derechos Humanos en Açailandia, fundado entre otras personas por Carmina Bascarán. Hasta quince años antes de que yo llegase no se reconocía la existencia de trabajo esclavo en la zona, cuando era uno de los motores económicos fundamentales. Me di cuenta de que se podían hacer cosas para cambiar el mundo, de que las aspiraciones de todos los seres humanos son las mismas en cualquier lugar y que no había nada que más energía y entusiasmo generase y que diera más sentido a la vida que trabajar por nuestros derechos y los de los demás. Me había hecho periodista para estar al lado de estas personas.

 

¿Qué se puede conseguir en la defensa de los derechos humanos desde el periodismo?

Todo. Tenemos la capacidad de generar imaginarios e influir en la opinión pública, de enseñar todo lo que se puede hacer y lo que se está haciendo. Intento trabajar cada vez más sobre las potencialidades y las fortalezas, sobre lo que la gente es capaz de hacer en entornos de dificultad, de empobrecimiento o de conflicto. Cuando tenemos la posibilidad de entrar en contacto con esas realidades, nuestros umbrales de resiliencia cambian, nuestras prioridades y nuestras empatías cambian.

 

Convencida entonces de que el periodismo provoca cambios

Claro que se cambian cosas. La gente no estaría ahora igual de sensibilizada y activada como está con el tema de los refugiados si no hubiese habido tantos periodistas documentando este éxodo. Si no hubiese habido una sola cámara allí no sabríamos lo que está ocurriendo, con lo cual los estados podrían estar haciéndolo peor de lo que lo están haciendo. Documentar la historia siempre cambia las cosas, en el momento o al cabo de los años. Hicimos un tema de un chico albino que estaba en Melilla, que llevaba más de un año y medio tirado en una chabola. Tenía claramente derecho a asilo porque en su país era perseguido. Gracias a un reportaje que publicamos se abrió una investigación en la defensoría del pueblo y su caso se resolvió positivamente. 

 

Patricia Simón

Patricia Simón el día de la entrevista / Fotografía: Javier Sánchez Salcedo

¿Cómo ves la profesión?

El problema es que nos hemos estancado en las formas de narrar. Y con las dinámicas de los medios de comunicación, la sobrecarga de trabajo en la que los compañeros están sumidos, la obsesión por la visita y la superficialidad, no nos da tiempo a seguir formándonos y explorar nuevas formas de narración. La gente lo que recibe siempre es un tono muy monótono en las informaciones, muy aburrido. Como no se permite profundizar, se repiten siempre los lugares comunes y los estereotipos.  Además yo creo que si no contamos todos los matices y no ponemos el foco en la capacidad de supervivencia y fortaleza de estas personas, somos injustos. Primero con la persona que nos ha contado su historia, porque lo que tiene ante sí, la información, es un reflejo que la presenta como una persona débil, cuando no lo es. Y eso afecta a su proceso de recuperación psicosocial. “Si ellos me ven así, a lo mejor es que soy así, una pobrecita que no es capaz de tomar las riendas de su vida”. Y me parece también injusto para los destinatarios de nuestra información, porque en lugar de mostrarles cómo se pueden superar las barreras, algo que podrían aplicar en sus propias vidas, les contamos “mira estos pobrecitos cómo han terminado”. Por eso cuando construimos historias me parece tan importante mostrar la capacidad de supervivencia.

 

Entonces, tú que trabajas en campañas de sensibilización de ONG, tendrás una mirada crítica con la tendencia a mostrar la debilidad.

A mí el planteamiento de buscar la empatía con la imagen más dolorosa y forzando el llanto me parece inmoral. Me parece un recurso muy pobre, muy antiguo y muy injusto con las personas con las que trabajan las ONG, que son a las que principalmente hay que cuidar. Pero creo que esto está cambiando. Hay muchos trabajos de sensibilización que ponen el foco en la capacidad de transformación de la realidad de estas personas. Creo que lo que aún falta es educar a la ciudadanía para que no espere para donar a la imagen del pobre niño refugiado con los ojitos brillantes.

 

¿Nos interesan los temas sociales?

Necesitamos información de calidad. Los nuevos medios digitales que han surgido, y ya son muchos, abrieron una puerta y un horizonte que demostraba que esta información era  demandada, que se podía hacer, que había mucha gente dispuesta, aunque fuera con pequeñas cuotas, a pagarla. El modelo de negocio y la crisis publicitaria no era el problema. El problema era una crisis de credibilidad. Yo creo que ahora los temas sociales bien abordados los hace gente muy joven que tiene una mirada nueva mucho más contemporánea. Y los hacen en estos medios de comunicación nuevos. Ahí está la información de calidad. Y los otros medios siguen empeñados en hacer juego de trileros e intentar engañarnos con truquitos como sacar un día un desahucio.

 

 

¿Cómo contar mejor las historias?

Hacer interesante lo importante es súper difícil. Creo que hay que primar la calidad y tener en cuenta que, aunque inmediatamente no vaya a ser lo más leído, esa información, ese reportaje en profundidad, no caduca al día siguiente. Es una forma de documentar la historia en el momento preciso en el que está teniendo lugar. Ese reportaje va a ser igualmente interesante dentro de un año o de muchos, porque va a contar un hecho en varias de sus dimensiones.

 

Y como lectores, ¿cómo elegir una buena información?

Nunca se ha leído tan poco bien y tanto mal. Tenemos muchísima información, mucha bien hecha, pero perdemos demasiado tiempo leyendo información que mañana ya ha caducado. A mí no me interesan las declaraciones de los políticos, ni me interesa un reportaje social que no me explique todo el fenómeno. Creo que tenemos que leer más libros y más ensayos. Ahora tenemos todas las tesis doctorales y todos los papers de las investigaciones científicas disponibles en internet. Y eso es lo que nos permite entender. Lo otro son pildoritas de actualidad para saber un poco por dónde va.

 

Patricia Simón, entrevistada por Javier Sánchez Salcedo

Patricia Simón el día de la entrevista / Fotografía: Javier Sánchez Salcedo

De tus trabajos en África, ¿qué destacarías?

Fue muy revelador un trabajo que hicimos sobre las madres y familiares de los desaparecidos migrantes que venían a Europa, gracias a un cambio conceptual del fotoperiodista Juan Medina al decir que son madres de desaparecidos exactamente igual que las madres de los desaparecidos de la dictadura de Chile o de Argentina, y su duelo está exactamente igual de quebrantado por el hecho de no saber si sus hijos están vivos, están muertos o dónde están. Entrevistando a estas madres constatamos de nuevo que los periodistas estamos fallando al contar la migración desde las pateras, totalmente descontextualizado, como si fueran personas que amanecen en una playa, sin contar cómo allí tienen familias que les echan de menos exactamente igual que aquí, que hay madres compungidas y temerosas como cualquier madre española cuando su hijo emprende un viaje peligroso. Más de 20.000 personas han muerto en el Mediterráneo en los últimos 20 años. En Senegal también aprendí la importancia de la comunidad y el apoyo que hay entre ellos.

 

Has trabajado además en los campamentos saharauis, en la valla, en Sierra Leona…

El primero fue un trabajo con Médicos del Mundo sobre la fortaleza de estas personas. A los campamentos solo están llegando los periodistas cuando se celebra el Festival de Cine, que es el único que financia ese viaje. Así que siempre tenemos la imagen del momento del festival, de celebración, pero el resto del año allí no va nadie porque los medios de comunicación se han olvidado del Sáhara. En la frontera sur, en Melilla, para mí fue muy importante descubrir cómo el aparato estatal podía ser tan cruel y descorazonador tratando a las personas que llegan hasta Melilla y son encerradas en esos dieciocho kilómetros cuadrados. Tuve la oportunidad de conocer a un referente ético muy importante como es José Palazón, de la Asociación Prodein. Me enseñó cómo maltratamos sistemáticamente desde las instituciones a estas personas. Mi último trabajo en África ha sido un documental sobre el impacto del Ébola en Sierra Leona.

 

Abordar siempre estos temas supongo que a veces es demasiado duro

Un día le pregunté a Carmina Bascarán que por qué hacía lo que hacía, enfrentándose a amenazas muy serias contra su vida en Brasil. Ella me decía que le dolía la barriga si no lo hacía, que no entendía por qué no había más gente haciéndolo, que en este mundo no se puede morir nadie por malnutrición cuando hay comida para todos. Que ella tenía claro de qué lado quería estar, en el de los que intentaban cambiarlo aunque no se consiguiera. Yo quiero estar también de ese lado. Y en ese lado se tejen relaciones muy bonitas con muchas personas. No hay tantas profesiones donde tú puedas entrevistar a una gran dramaturga colombiana y al día siguiente estar en una chabola con una mujer que es capaz de generar vida a su alrededor haciendo una huertita y manteniendo a sus niños, siendo alegre y simpática. Esos contrastes son apasionantes y te obligan a estar intelectualmente muy despierta porque cambias mucho de escenario. Eso es fascinante.

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