Publicado por Sebastián Ruiz-Cabrera en |
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Este viernes 1 de septiembre será recordado por los anales de la historia africana. Es la primera vez en el continente que un Tribunal Supremo decide anular unas elecciones. Las lecturas básicas pueden ser dos: o la democracia ha saltado por los aires o se han apuntalado los pilares de la justicia en un país en el que la palabra «juez» hasta ahora engalanaba alfombras rojas más que velar por la justicia. Aunque quizás coincidan ambas. Los comicios celebrados el 8 de agosto supusieron la reelección de Uhuru Kenyatta (del partido Jubilee) con un 54,27 por ciento frente al viejo líder opositor Raila Odinga (y representante del nuevo partido Súper Alianza Nacional – NASA) con un 44,74 por ciento.
1. El clientelismo al descubierto. El rapto de la democracia ha quedado tan visible que su desnudez señala al sistema perverso creado por la Comisión Electoral, los observadores internacionales y hasta fundaciones privadas con un rastro de prestigio. Pero ahora: ¿todo han sido mentiras? ¿Todo papel mojado? La puñalada a la trama corrupta que el actual presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, se ha encargado de cincelar durante los últimos cinco años (2013-2017) se ha desmoronado frente a los ojos de miles de kenianos que esta mañana no perdían detalle de la emisión en directo del fallo del Tribunal Supremo en los medios nacionales. ¿Cuál es la respuesta que el ex vicepresidente de Estados Unidos, John Kerry, le dará a Kenia después de que subrayara que las elecciones habían sido limpias y creíbles? ¿Qué ocurre con todos los funcionarios de la Unión Europea y Unión Africana con salarios casi futbolísticos que en misión oficial al país se apresuraron a confirmar que los comicios se habían desarrollado sin ningún tipo de manipulación? ¿Es, quizás, un punto de inflexión para que se modifique el sistema de los observadores electorales? ¿Qué ha significado toda la inversión del programa invertido en el sistema de votación electrónica?
2. El rito de iniciación (tardío) de la justicia keniana. Los jueces del Tribunal Supremo (TS) han tenido su rito de iniciación tarde, pero no lo han hecho a la vieja usanza –en el bosque, fuera de las miradas del pueblo–, sino en la televisión y en directo. Un rastro de la modernidad en el que analistas y periodistas hacían servir las redes sociales para citar cada frase –histórica–. La justicia keniana ha recobrado el poder, al menos la credibilidad. ¿Habrá habido presiones o habrán ejercido su veredicto con las garantías de la nueva Constitución de 2010? Aunque no todo han sido rosas: de los seis jueces, cuatro han votado a favor de anular las elecciones y convocarlas para los próximos 60 días, otros 2, no. De aquí la deducción es la valentía de la Corte de meter un gol con parábola a los resultados que se esperaban. En 2013 también fue el TS el que decidió por un reducido margen de votos otorgar la victoria a Kenyatta.
3. La saga
La batalla final entre el viejo Odinga de 72 años, quien se presentaba a sus cuartas elecciones, y Kenyatta continuará. Al menos 2 meses más. El desenlace de quién será el primero en pronunciar en suahili «safari njema» (buen viaje) está por ver. De momento, se volverán a escuchar las citas bíblicas de Odinga que apelaba a sus fieles a caminar en «peregrinación hacia Canaan», la tierra prometida.
A continuación la crónica electoral publicada en la revista de septiembre desde Nairobi.
La fotografía en Mathare, uno de los barrios chabolistas más grandes de Nairobi impactaba. Balcones repletos de gente para poder ver a Baba (padre), como llaman cariñosamente sus seguidores a Raila Odinga, el líder de la coalición Súper Alianza Nacional (NASA, por sus siglas en inglés). Todos querían verlo. Escucharlo. Y esperar. La noticia debería ser que Kenia ha celebrado en un clima tenso sus sextas elecciones multipartidistas que dieron la victoria al reelegido presidente Uhuru Kenyatta, con un 54,27 por ciento de los votos frente al 44,74 por ciento de Odinga. Pero no.
Los fantasmas de la violencia poselectoral interétnica de 2007 y 2008 (especialmente entre lúos y kikuyus) se han reactivado después de que el opositor subrayara durante la misma campaña electoral que si perdían sería a causa de un fraude. Así lo denunciaron tras cerrarse los colegios electorales. También dieron una rueda de prensa un día antes de que se anunciaran los resultados oficiales por parte de la Comisión Electoral, en la que aseguraron que habían ganado. La historia recordaba a lo vivido hacía una década. Y todas las miradas puestas en Odinga, de 72 años, que ha visto escapar su cuarta y –quizás– última opción a liderar su país. En él está la baza de avivar –más aún– la llama de la violencia o llamar a la calma a los suyos. En 2008, un idéntico escenario le aupó a la vicepresidencia junto al presidente Mwai Kibaki.
Cronología electoral
A finales de julio, Chris Msando, director del área digital de la Comisión Electoral era asesinado. Un hecho que conmocionó el país al saberse que los sicarios le habían cortado el brazo. En el cierre de campaña, Odinga afirmaba que no aceptaría perder en las urnas. La sentencia casi premonitoria no tardó en llegar: el 8 de agosto, día de la votación, la -NASA denunció los primeros indicios de fraude.
Durante la noche comenzaron a aparecer los primeros resultados del sistema de votación electrónica, que ya daban la victoria a Kenyatta. Al día siguiente, los miembros de la NASA seguían justificando el fraude y demandaban el formulario 34A en el que, de forma manual, se registraba el número de votos independientemente de que se enviaran o no de forma telemática. Así se hizo, pero no les fue suficiente. El día 10 los representantes de la NASA dieron una rueda de prensa en la que terminaron de incendiar los ánimos en los feudos donde la oposición tenía mayoría de fieles, incluidos los barrios chabolistas de Nairobi como Mathare, Kibera o Kwagangare, o la provincia de Nyanza. La propia Comisión Electoral confirmó un intento de hackeo del sistema –el asesinato de Msando confirmaba la incógnita para los lúos, partidarios de Odinga–, aunque según observadores internacionales no pudieron acceder al sistema. Pero ya era tarde. La historia estaba perfectamente construida y era difícil desmentirla.La declaración de la NASA sorprendió: “Tenemos información confidencial en la que se dice que somos los vencedores”. Sus seguidores salieron a la calle a festejar que ya había un ganador de los comicios de 2017, pero los resultados oficiales vendrían al día siguiente. El viernes 11 de agosto el clima de tensión se encontraba en su punto de ebullición. La televisión local mostraba el recuento de votos en el que Kenyatta mantenía una diferencia de un millón y medio de votos. Pero la gente aguardaba con desconfianza el anuncio oficial.
En Mathare, un laberinto de casas de chapa con tendederos repletos de ropas de colores y basura fosilizada y acumulada en las esquinas, ya habían muerto dos personas en las protestas violentas con la policía, y todo estaba preparado para una fuerte contestación. “Aquí no juegan a asustar. Nos disparan con balas de verdad”. Así es. Todavía había restos de sangre de uno de los fallecidos mientras que miles de jóvenes desempleados y sin un futuro mejor que retroalimentarse a base de consignas –“Fraude kikuyu” (la etnia del presidente), “Sin Raila no habrá paz”, o “Uhuru debe marcharse”– aguardaban las palabras de su líder, que el día 13 llamaba a una huelga general que tuvo un bajo seguimiento.
¿Y los medios de comunicación?
La violencia poselectoral entre diciembre de 2007 y febrero de 2008, paralizó y transformó a los medios locales. Había miedo de explicar qué estaba ocurriendo, que al menos 1.200 personas fueron asesinadas y que otras 600.000 tuvieron que ser desplazadas de sus hogares. Había pánico a que mostrar el terror provocara un efecto dominó. Pero ni una cosa ni la otra. Fue la sociedad civil la que se organizó para informar a través de Ushahidi, una plataforma para monitorizar la violencia a través de mensajes de móvil –un modelo exportado a cerca de 130 países–. El miedo de que los hechos de hace una década volvieran a repetirse ha provocado un apagón informativo con una mezcla de rumorología sobre si las imágenes de muertos, casas quemadas y policías disparando eran noticias falsas o imágenes de archivo.
Esta percepción no resta importancia al hecho de que el líder de la oposición ha estado jugando con fuego incitando a la manifestación violenta. Los días posteriores a los comicios, las fuentes y los números bailaban. No obstante, la realidad era que la violencia poselectoral estaba causando muertes. La oposición hablaba de al menos 100 víctimas, mientras que la Cruz Roja y algunas ONG aludían a una veintena.
La economía de África del Este ha mantenido la respiración durante al menos una semana. El clima previo a las votaciones ha vuelto a poner de manifiesto el delicado estado de la democracia en Kenia donde la contestación violenta se ha convertido en moneda de cambio para reclamar el cambio en el país. Aunque las elecciones de 2013 fueron pacíficas, más de 150 personas murieron a causa de la violencia en los meses previos a los comicios. En el día de la votación, 13 personas, entre ellas 6 policías y un funcionario electoral, murieron en ataques en la costa y al menos otros 5 tras la sentencia de la Corte Suprema que concedió la presidencia a Kenyatta, quien ahora ha prometido educación secundaria gratuita a partir de enero de 2018 o proporcionar atención médica gratuita a los mayores de 70 años. Parte de la política implementada en este último lustro ha consistido en una inversión masiva en infraestructura que ha contribuido a mantener el crecimiento económico de más del 5 por ciento desde 2013. La inauguración de la línea férrea entre Mombasa y Nairobi, construida por China a comienzos de junio ha desatado el debate sobre el papel que está jugando el gigante asiático en el desarrollo del país.
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