La educación y la patria de Rilke

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Colegio Santa Ana, en Elmina (Ghana)


A varios kilómetros de la costera Elmina, en una pequeña carretera rodeada de vegetación, se encuentra un colegio que recibe a cientos de alumnos, muchos de ellos desde zonas rurales. Cada día, dan un paso adelante para mejorar su educación y su futuro.

Al terminar la jornada en la que recorrimos las aulas del colegio de Santa Ana, en Elmina (Ghana), teníamos dos apuntes en la cabeza para los que ya no harían falta cuadernos ni grabadoras: la importancia de lo que allí se hace –la educación lo es todo–, y la fuerza y determinación con la que la hermana Charo Vázquez dirige el centro.

Se confiesa algo cansada –llegó a Ghana en 1981 y desde 1994 está a cargo del proyecto–, pero acompañándola por el colegio y viendo cómo mientras nos atiende no deja de corregir todo tipo de detalles organizativos, de higiene, estéticos, etc., es fácil reconocer que ha sido su implicación y ese nivel de exigencia los que han convertido al colegio en un elemento clave en su comunidad.

«Empezamos con los de infantil. Al principio dábamos las clases bajo un árbol. Los padres no entendían por qué había que educar a niños tan pequeños y venían pocos. Pero gradualmente fue aumentando el número y tuvimos que pedir ayuda para construir el bloque de infantil. Cuando acabó la etapa, nos pidieron que continuásemos. Habían recibido una buena base y los padres no querían que se perdiera lo aprendido. Con ayuda de Manos Unidas construimos el bloque de Primaria. Cada año añadíamos una clase y, cuando terminamos, nos volvieron a pedir que siguiéramos; volvimos a pedir ayuda a Manos Unidas y a la Fundación Juan Bonal. En 2007 salió el primer grupo que se presentó a los exámenes oficiales de Ghana. Habían entrado en 1994».


La hermana Charo Vázquez. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo


El carisma en la escuela

Los niños se alborotan y saludan con curiosidad la visita, quizá contentos por la ruptura de la rutina mañanera. Pero para los más pequeños, esa costumbre no existe, enfocados al 100 % en que todo sea siempre una sorpresa. De entre ellos, surge uno que, más abiertamente y sin cortarse, se nos acerca, nos toma del brazo, nos habla… «Es uno de los chicos con carisma, que decimos aquí», nos explica la hermana Vázquez. Más adelante, en su despacho, profundiza en el término cuando le preguntamos: «Recibimos a todos y algunos son especiales. Esto es lo que digo del carisma, que suelen ser chicos que no se concentran, que les cuesta ser aplicados y necesitan más atención… A menudo tienen alguna pequeña discapacidad. Otros tienen dificultades motoras. Por ejemplo, tenemos a uno que tiene un pie postizo. Nosotras invitamos a los niños a que acojan a todos, porque es parte de nuestro carisma, centrado en los más pobres y necesitados. Por suerte, no hemos sabido de acoso escolar todavía».

El objetivo fundamental del colegio Santa Ana es ofrecer una educación de calidad, porque si van bien en los estudios conseguirán acceder a mejores escuelas en el futuro, lo que les llevará a poder encontrar un buen trabajo. «No se trata de que ­ganen más dinero –explica Vázquez–, sino de que suban el nivel de vida para tener sus necesidades cubiertas. Me refiero a que coman todos los días, que tengan una casa con diferentes habitaciones para no tener que estar todos juntos, lo que a veces incluye gallinas y cabras».


Fotografía: Javier Sánchez Salcedo


El problema de los recursos

Conseguir recursos para poder mantener y mejorar el proyecto no es sencillo: «El Gobierno no nos ayuda. Solo nos demanda. Ahora quieren que les dejemos las sillas y las mesas…, así que miramos mucho cómo gastar y enseñamos a los trabajadores a organizarse». Para muchas familias es difícil pagar una educación privada y sus aportaciones no son suficientes para mantener el colegio. Por eso decidieron hace unos años iniciar un programa de apadrinamientos. Desde España, varias personas apoyan a algunos niños con los costes de su educación y aportan recursos para atender a las zonas rurales, las más deprimidas. «Con esto pagamos las mensualidades, gastos de mantenimiento y vamos sacando parte del salario de los profesores, el conductor, la gasolina… Todo esto nos ha servido para poder decir, con satisfacción, que muchos en esta escuela han llegado a la universidad. Unos son doctores, otros policías, hay quien está en la administración, en tráfico. Estamos muy contentas de ver gente que se supera y mejora sus posibilidades».

Fotografía: Javier Sánchez Salcedo


Dar el cien por cien

Resulta abrumador pensar, al pasar por las clases, en el tremendo potencial humano que hay en los cientos de niños y niñas a los que vamos viendo a lo largo de la mañana. Si el poeta Rilke decía que la verdadera patria es la infancia, el valor de lo que hay en juego en la educación es incalculable. La hermana Vázquez piensa que la conciencia es cada vez mayor: «Creo que el futuro de la escuela es positivo, porque la gente está mentalizada con que los chiquillos tienen que aprender. La verdad es que se están abriendo muchas escuelas. Antes no veías autobuses y ahora ves pasar por la carretera los de diferentes centros. La educación es de vital importancia».

Acercándose ya a los 30 años de tarea, queríamos saber cómo sentía lo vivido esta religiosa de Santa Ana: «Para mí, vivir todo esto ha sido enriquecedor. Cuando estoy aquí, estoy al cien por cien. Eso sí, cuando me voy de vacaciones cambio el chip, porque es necesario descansar. Me siento feliz de estar aquí, pero ahora me canso más físicamente. Tengo 75 años y sigo con la misma actividad de siempre. Soy la directora, la administradora, la secretaria… Cuando no hay gente en el comedor, voy. También hago otras actividades… En fin, lo que haga falta. De momento no hay hermanas aquí en Ghana que vengan a hacerse cargo de todo eso, aunque creo que cuando me vaya vendrán porque tenemos alguna hermana del país en nuestra orden. [Y el tema vira hacia su congregación]. Tenemos de Ruanda, de Costa de Marfil, de Congo… Es curioso, pero cuando hay más desarrollo entra el consumo y eso atrapa a todo el mundo. Empieza a pasar en algunos países africanos y, desde luego, en Europa, donde tenemos muy pocas novicias. Nuestra casa general está en Zaragoza. Nacimos en tiempos de la guerra de la Independencia con los franceses, en 1804. Teníamos muchas casas, pero hemos cerrado bastantes».

«Y la idea es que continúen las africanas, ¿no?», preguntamos, casi afirmando. «Yo creo que sí. Pero no solo africanas, sino ghanesas. Sería lo ideal», concluye Charo.

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