Publicado por Gonzalo Gómez en |
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[Fotografía: Getty]
Lo que hace solo un mes parecía ser la promesa de un choque de trenes con Uhuru Kenyatta y Raila Odinga como maquinistas (y vagones repletos de banderolas de partidos, cargamentos tribales y una montaña de rencillas del pasado), se transformó de un plumazo en una declaración conjunta en favor de la unidad. El presidente de Kenia y su principal opositor comparecieron el 9 de marzo ante la prensa llamándose «hermanos» y anunciando una serie de medidas –poco concretas– con las que superarían las divisiones étnicas y políticas.
Del encuentro, en principio, deberíamos poder esperar un alejamiento de la amenaza de la violencia que, si bien no ha resurgido en las dimensiones de la crisis poselectoral de 2007, sí estuvo muy presente tras las dobles elecciones del año pasado: 100 muertos, muchos de ellos a manos de la policía. Semanas después de la reunión, Odinga afirmó ante sus seguidores que Kenyatta y él harían una gira por el país para promover la paz y la reconciliación y que firmarían un acta de paz en su región natal de Nyanza. No deja de resultar sorprendente el giro en el plan de Odinga, cuyos últimos pasos parecían mostrar que estaba dispuesto a llegar hasta el final en la polarización para apurar sus opciones como «legítimo presidente» después de un turbio proceso electoral: el Tribunal Supremo de Kenia anuló los comicios al detectar «irregularidades» y en la repetición se impuso con facilidad Kenyatta por el propio boicot de Odinga.
Si el pacto es una maniobra de conveniencia antes de una nueva escalada de tensión, el tiempo lo dirá. Por otra parte, basta leer el discurso que hizo Kenyatta junto a Odinga para que surja otra duda si acaso más inquietante: «Las elecciones van y vienen pero Kenia permanece. (…) La democracia no es, como se dice muchas veces, un fin en sí mismo. Es solo un proceso en el que se escucha a la gente, pero el interés nacional debe prevalecer siempre sobre esas elecciones», dijo el presidente. ¿Servirá esta dinámica de enfrentamiento –con riesgo de violencia– y reconciliación como excusa y coartada para debilitar más la democracia?
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