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Paterne Mombe, director de la Red Jesuita Africana contra el Sida
Por Rafael Armada
Paterne Mombe es uno de los mayores expertos sobre el sida en África. Formado en Biología en Burkina Faso, el contacto con los enfermos en Uganda le arrastró a entregarse a la lucha contra una enfermedad que ha causado cerca de 40 millones de muertos en el mundo, el 70 por ciento de los cuales en África. Mombe dirige en la actualidad AJAN, la Red Jesuita Africana contra el Sida, con sede en Nairobi (Kenia).
¿Cuándo comienza su interés por el sida?
En África todos estamos afectados por esta enfermedad. En mi caso, perdí a mi hermana. Al principio no entendí lo que ella estaba viviendo y quería contarme. Cuando me di cuenta, ya estaba muy debilitada y unos meses más tarde murió. Sentí entonces que lo que no había logrado hacer con ella, debía intentarlo en mi comunidad.
Publicó un libro, Rayos de esperanza, y luego fue enviado a iniciar el Centro Esperanza Loyola (CEL), en Togo.
Sí. Un grupo de jesuitas trabajaba en un centro de espiritualidad en Lomé, pero este se cedió a otra congregación y ellos quedaron disponibles. Se empezó a trabajar con jóvenes dando apoyo escolar. Enseguida se vio la necesidad de hacer algo en el campo del VIH, sobre todo en cuanto a la prevención. Me llamaron, visité a las instituciones eclesiales de Togo, Benín y Burkina Faso y preparé el plan para construir el CEL.
¿Cuál es la función del centro?
El CEL ofrece varios servicios relacionados con el VIH, desde un planteamiento holístico. Ofrecemos formación, atención a adultos seropositivos diagnosticados por nosotros, asesoramiento psicológico y nutricional… Como institución eclesial, hemos incluido también la dimensión pastoral entre nuestras aportaciones. Muchos pacientes se preguntaban si les había condenado Dios por alguna razón. También buscábamos ayudar a las personas a ser autosuficientes: tres cuartas partes de nuestros beneficiarios eran mujeres y la mayoría de ellas, pobres. Trabajamos también con huérfanos y niños vulnerables. Una de las preocupaciones de sus familias era la educación de los niños y que estuvieran integrados en la sociedad. A los que lo precisaban, se les ofrecía acompañamiento psicológico. También formamos a quienes quieren ayudar a los que viven con VIH.
Después de tres años en el CEL pasó a la Red Africana Jesuita contra el Sida (AJAN).
Sí, los superiores provinciales de África y Madagascar crearon AJAN en 2002 como una red de lucha contra el sida. En la actualidad está presente en 20 países. El VIH era una realidad cercana para los jesuitas que trabajaban en África; muchos colaboradores o trabajadores de nuestras instituciones o parroquias, o a los que servíamos, estaban afectados. En los 90, por ejemplo, en mi provincia de origen, la palabra sida no aparecía en el proyecto apostólico, pero a finales de esa década, la situación era ya acuciante y no se podía esconder y empezaron a crearse centros aquí y allá. Como jesuitas vimos que teníamos que hacer algo y por eso los superiores crearon la red. Los iniciadores tenían un perfil común: misioneros extranjeros de cierta edad, con años de trabajo en África. En Kenia un orfanato, en Burkina Faso un proyecto para viudas, mujeres seropositivas y niños, en Zimbabue un centro de jóvenes para la prevención. Todas estas iniciativas se agruparon en torno a AJAN. Hoy son los jóvenes jesuitas africanos quienes llevan a cabo una gran variedad de proyectos en diversos sectores.
Usted ha trabajado en la investigación, en campañas por el tratamiento universal y ha observado lagunas en algunos de los servicios.
La comunidad internacional había fijado para 2010 el acceso universal al tratamiento. Algunos países consiguieron buenos resultados, como Ruanda, pero en otros lugares ha habido fallos. Han prestado más atención a las ciudades y se han olvidado de las zonas rurales, donde las infraestructuras sanitarias faltan. Nos acercamos a estas zonas rurales y hemos querido comprobar qué acceso a la atención médica recibe la gente. Hemos descubierto el gran progreso realizado, con más pacientes en tratamiento, pero todavía hay muchos en lista de espera. La corrupción produce fallos en la entrega de las medicinas, la terapia necesita monitorización o análisis regulares. En muchos países estos no se hacen porque son muy caros. Por eso hay proyectos para hacerlos más accesibles, para zonas remotas, con laboratorios de energía solar.
Los líderes africanos se comprometieron en Abuya en 2001 a aumentar sus presupuestos sanitarios.
Se quiere alcanzar la cifra del 15 por ciento del presupuesto nacional y mejorar las infraestructuras sanitarias. Queremos estudiar si la situación coincide o no con los objetivos fijados. Algunos países han logrado buenos resultados, pero a otros les queda mucho camino por recorrer.
¿La expansión del sida presenta diferencias en el continente?
El epicentro de la epidemia está en el sur: Botsuana, Suazilandia, Lesoto, Sudáfrica… No he visitado todos estos países, pero ha existido un compromiso serio por parte de los Gobiernos, con progresos en Sudáfrica. Este país empezó la lucha con ciertos límites, pero luego ha tomado medidas acertadas. En África oriental existen diferentes escenarios. Uganda, en el pasado epicentro de la epidemia, movilizó a su población y consiguió también buenos resultados. Sin embargo, lo que muestran ahora las estadísticas es que la epidemia vuelve a crecer ahí y hay que ver por qué. Es necesario estar alerta, continuar luchando e inyectar recursos, al menos en los próximos 50 años, hasta que podamos decir que hemos vencido. En países del centro de África la respuesta gubernamental ha sido muy pobre, por ejemplo en RCA. Camerún, en cambio, es un buen ejemplo. En la mayoría de los países de África occidental se ha progresado bastante y la epidemia allí es más reducida. La comunidad y las autoridades han mejorado los sistema de salud. Hay que seguir insistiendo, en la próxima década o en las próximas dos, hasta que la epidemia esté bajo control.
¿Por qué esas diferencias?
Uno de los que tienen una tasa más baja es Senegal y se han estudiado las razones de ello. Es un país con un buen sistema de salud y cuando la epidemia comenzó se llevó a cabo un adecuado control de la sangre en las transfusiones. En la época colonial, además, existía en Senegal una escuela médica para muchos países del África francófona. Otro elemento es la cultura. Senegal es un país de mayoría musulmana, donde se practica la abstinencia sexual entre los jóvenes. En Dakar, el mensaje que circulaba era: ‘Me abstendré hasta el matrimonio, por respeto hacia mis padres’. Es un honor para una chica llegar virgen al matrimonio. Así se protege a los jóvenes, los más vulnerables en África, de la epidemia. La sanidad pública, la cultura local y el impacto positivo de los líderes que han atendido a los grupos más sensibles, han sido ingredientes del éxito en Senegal.
Los jóvenes viven entre la cultura de sus padres y la occidental.
Cuando empecé mi labor de prevención en Togo me encontré con una gran ONG americana, llamada Servicio de Población Internacional (PSI, por sus siglas en inglés), que trabajaba con jóvenes en la prevención. Seguían el programa conocido como ‘ABC’ (Abstinencia, fidelidad y uso del preservativo), pero les daban el preservativo. PSI tenía una imagen muy negativa de los ambientes cristianos, porque los padres de los jóvenes no estaban conformes con su modo de trabajar y no aceptaban que distribuyeran condones a sus hijos; enfoque en contradicción también con la cultura sexual del país.
Un día, dando una charla a un grupo de jóvenes, les hablé sobre los medios de prevención, incluido el programa público de salud y el de la Iglesia. Un joven intervino diciendo: “No entiendo a algunas instituciones que les dicen a los jóvenes que se abstengan y que si fallan usen el preservativo y se lo dan. Eso no es realista, porque si les pones el preservativo en la mano, solo les estás ofreciendo un camino”. Este joven pertenecía al grupo de los que se abstienen hasta el momento que consideran oportuno. Acompañé también a universitarios que habían hecho opción por la castidad, algunos incluso con novia, dispuestos a vivir esa opción a contracorriente de una sociedad como la nuestra. Con los jóvenes, hay que saber respetar las diferentes opciones y guiar también a las minorías. Si alguien ha perdido su virginidad y es activo sexualmente, le acompañamos y le ayudamos a que su modo de vivir tenga sentido. Creo que es preferible este enfoque a decir ‘esto es VIH, como protección usas ABC y aquí tienes las herramientas; eso es todo’. Me parece un modo más pobre de ver la realidad.
Por ejemplo, en Kenia, en 2014 el Gobierno invitó a diversas instituciones a entrar en las escuelas. UNICEF comenzó un programa con un planteamiento sin valores, muy diferente al de la Iglesia católica. Hemos insistido para que nos permitan ofrecer educación sexual, según nuestros valores, en diálogo con los jóvenes y la sociedad. Parece una lucha entre dos visiones del mundo en la que una, con más medios, impone su punto de vista sobre la otra.
¿Qué presentan a los jóvenes?
Les presentamos modelos de vida y un pensamiento crítico. No es cuestión de decirles que usen preservativo o no, sino de formar una conciencia crítica, para que hagan una opción razonada, y escojan lo que consideren mejor para ellos.
¿Qué hay de la prevención en adultos?
Acompañamos a adultos seropositivos y a parejas. La mayoría de los que vienen saben su estado; otros lo descubren con el nacimiento de un hijo. Les damos la información que necesitan y les explicamos las opciones para que sean ellos quienes escojan. Los antirretrovirales juegan también un papel crucial en la prevención. Tratamos de que todos tengan acceso a ellos. La protección que ofrecen es de un 96 por ciento, mientras que el preservativo solo es de un 80 por ciento.
¿Qué nos puede decir del estigma?
El estigma es un tema importante. No entendemos por qué, tantos años después del inicio de la epidemia, el estigma se mantiene. Pienso que falta comunicación. En algunas comunidades, como en Togo, algunos grupos sienten que si un miembro de la familia está infectado trae la vergüenza a todos. La historia de una chica seropositiva, expulsada de su casa, que se refugió con su hermano mayor, pero al que la familia obligó a que la echara de su casa nos movilizó a todos. El día que expiraba el plazo para que saliera de casa de su hermano, se suicidó.
El estigma todavía es un gran desafío y hay que llegar a la aceptación, a superar el miedo o evitar el juicio en la comunidad. Algunos todavía se esconden a causa del estigma. En Zambia ayudamos, especialmente a mujeres, a ser autosuficientes. Cuando su nivel de vida sube, se olvidan de su condición de seropositivos y se sienten más valorados en la comunidad. La mayoría de los que viven con el virus son pobres y, al erradicar la pobreza, se elimina también la marginación.
¿Qué atención recibe el VIH de la comunidad internacional?
Hemos pasado unos años de crisis, con fatiga de donantes. Muchos dicen: “La gente ya tiene acceso al tratamiento, no mueren de sida, no hay nada más que hacer”. Se olvidan que el número global de personas que viven con VIH aumenta anualmente aunque la tasa de nuevas infecciones baje. Un mayor acceso a los medicamentos evita muertes, pero en algunas zonas, muchos pacientes desarrollan todavía infecciones oportunistas.
Hay mucho por hacer, pero la comunidad internacional piensa que lo más importante ya se ha alcanzado. No es solo una cuestión económica, sino también social. Si solo miramos el tratamiento antirretroviral y no consideramos otros aspectos, daremos pasos atrás y perderemos la batalla. Hay que seguir la lucha durante los próximos 20 años. La inversión necesaria para contener la epidemia es menor que si se volviese atrás, como ha ocurrido en Uganda. También es importante apoyar la investigación hacia la vacuna.
¿Qué respuesta ha dado la Iglesia frente al sida?
La Iglesia ha jugado un papel muy importante frente al sida en África. En Sudáfrica, por ejemplo, en pleno auge de la epidemia, muchas instituciones crearon centros para acoger a personas en los últimos estados de la enfermedad. En las zonas rurales de África, no existen hospitales públicos próximos, y las Iglesias católicas y protestantes están muy presentes allí, con sus infraestructuras sanitarias, cerca de los infectados. Ofrecen servicios que van más allá del aspecto médico. El papel de la Iglesia es muy grande, aunque se ha minusvalorado a causa del debate del condón. Por ello, en muchos países, los recursos financieros disponibles no se han repartido entre las Iglesias. El acceso a los fondos internacionales ha sido muy escaso para ellas y, en general, solo han recibido financiación de los que creen en su trabajo. Se estima que la Iglesia contribuye con el 40 por ciento de las instituciones sanitarias en África, frente al 60 por ciento de las estatales. El papel de la Iglesia en la salud de África es tremendo y necesita ser reconocido.
¿Qué piensa de la dimensión espiritual en el tratamiento?
Durante mucho tiempo, la sanidad se fijó en el aspecto físico del ser humano, dejando de lado su dimensión espiritual. Con el sida aprendimos que era importante atender a la gente en cuestiones relacionadas con la fe, con Dios, y tratar de entender por lo que pasaban. La Iglesia descubrió su papel único. Poco a poco, se ha descubierto el papel de las Iglesias, que ofrecen esa atención; un valor añadido y un complemento al cuidado médico de la Iglesia en África.
¿Tiene la impresión de que el Ébola, durante un tiempo, reemplazó al sida en la agenda internacional?
La atención a la crisis del ébola era necesaria para controlar la epidemia, pero sería un error verlos desde un punto de vista antagónico. Cada epidemia o enfermedad afecta a la comunidad de un modo diverso y necesita ser considerada y valorada. No experimentamos un giro en el foco de atención del VIH al Ébola, pero sí un cansancio en relación al primero. La movilización que vimos con el Ébola, debería llevarse a cabo también con otras enfermedades.
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