Publicado por Enrique Bayo en |
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En primer lugar gratitud y un sentimiento de acción de gracias al Señor y al papa Francisco, que ha expresado esta voluntad del Señor. Me conozco, soy consciente de mis limitaciones y, a pesar de ello, el Señor continúa mostrándome su confianza. Al mismo tiempo, un sentimiento de legítimo orgullo por mi pueblo y por el continente africano. Tras la salida del cardenal Monsengwo, no había ningún africano en el Consejo de Cardenales. Por eso, que el Papa piense en el continente, que elija a un obispo congoleño, y de la misma sede que mi predecesor, produce un cierto orgullo, y creo que un orgullo legítimo. Sin embargo, como persona, soy consciente de la gran responsabilidad que me ha sido confiada.
Prefiero comenzar por las fortalezas. La Iglesia congoleña es una Iglesia unida. Hay una auténtica comunión en su seno. En un contexto sociocultural donde todo el mundo se divide, la Iglesia católica permanece como testimonio de unidad. Otra fortaleza es su presencia dinámica, no pasiva, por todo el país. Es fácil escuchar que para conocer lo que ocurre -realmente en RDC hay que dirigirse a la Iglesia. Otro punto fuerte es su cercanía con el pueblo, especialmente a través de sus pastores, en sus penas, preocupaciones y tribulaciones, y también en sus alegrías y esperanzas. Es una Iglesia realmente próxima al pueblo.
Siempre los pongo como ejemplo. Antes de llegar a Kinshasa he sido obispo de Bokungu-Ikela, administrador apostólico de Kole y arzobispo de Mbandaka, y debo decir que ser obispo en RDC supone que te ves «arrollado por la pastoral». La gente te busca continuamente y es bueno que sea así. A veces bromeo con mis colegas de Occidente y les digo: «Os veo siempre encerrados en vuestros palacios, ¿qué hacéis? Cuando hay que administrar la confirmación delegáis en un vicario, y si os piden una cita, nunca tenéis tiempo». La Iglesia congoleña está al lado de su pueblo, y el pueblo lo siente y lo expresa con numerosos gestos de gratitud.
Como obra de Dios confiada a seres humanos, es una Iglesia que tiene sus debilidades. La principal es que es todavía tributaria de la época misionera, es decir, colonial. Es una Iglesia que ha sido implantada sobre un modelo occidental. Ahora que muchos misioneros nos han dejado sufrimos una gran fragilidad en el plano económico, que se ve agravada por el contexto de miseria en el que vivimos.
Efectivamente, la Iglesia de Congo es realmente madura. No encontraréis un solo obispo extranjero, todo el episcopado está compuesto por congoleños, la mayoría del clero y de los miembros de las congregaciones religiosas afincadas en esta tierra son congoleños. La responsabilidad está ahora en nuestras manos, lo que es un signo real de madurez. Pero esto no significa autonomía total, porque la Iglesia es, esencialmente, como una familia, y como tal no es -autónoma: tenemos necesidad los unos de los otros. La Iglesia congoleña debe acoger misioneros. Ellos aportan otra mirada sobre la realidad que vivimos y, del mismo modo, nosotros seguiremos enviando misioneros congoleños para sostener la obra evangelizadora en otros países. Es necesario que este intercambio pueda continuar.
Es verdad. Esto continúa siendo así, e incluso se acentúa. Me hacía eco en su momento de una conferencia impartida en 2003 por el P. Léon de Saint-Moulin. Este jesuita presentó un estudio con pruebas evidentes de que las congregaciones religiosas tienden a abandonar las zonas de selva para replegarse en lo que él llamaba «ejes de la riqueza», concretamente el eje Kinshasa-Haut Katanga y toda la franja este del país. Hoy esto se puede verificar. En Bokungu-Ikela solo están presentes los fundadores de la diócesis, los Misioneros del Sagrado Corazón. A pesar de haber escrito a muchas congregaciones invitándoles a venir, ninguna abrió una comunidad allí. En Kole ocurre exactamente lo mismo. Es un desafío para los religiosos en este país, porque da muy mala imagen de la vida consagrada. Es como si los religiosos corrieran detrás de la riqueza. Los superiores dicen que no hay carreteras, que las distancias son enormes y que es muy caro organizar viajes para visitar a los hermanos, y a causa de ello abandonan a una parte importante de la población.
La gran prioridad es la evangelización en profundidad, sobre la que debemos trabajar mucho. En la actualidad, la evangelización no se hace en un contexto misionero, sino en un contexto de fe plural, rodeados de sectas y ante la presencia creciente del islam. ¿Cómo reforzar la fe de nuestros cristianos para que sean cristianos adultos? Es el gran desafío. La segunda prioridad sería buscar la coherencia entre la fe proclamada y el comportamiento en la vida cotidiana. Ambas cuestiones son nuestras prioridades pastorales.
El sentido profético está relacionado con la misión de todo pastor y más, incluso, en el contexto congoleño. El pueblo está prácticamente abandonado en las mazmorras de la historia mientras los poderosos se las arreglan para repartirse las riquezas del país. Solo podía concebir mi misión siendo voz de este pueblo, voz de los sin voz. Desde mi llegada a Kinshasa, y lo hago de manera consciente, trato de arroparme de coraje profético, me atrevo a decir las cosas tal como son y a quien corresponde. Creo que el Señor me da esa fuerza interior y ese coraje profético. A veces gusta, a veces no; recibo felicitaciones pero también insultos y críticas. Pero ello es inherente al rol del profeta.
En primer lugar, yo no hago nunca apariciones mediáticas: me dirijo a mi pueblo. Predico el Evangelio de Jesucristo y los medios toman lo que les conviene de lo que digo, o incluso lo que no les conviene para elaborar sus mensajes mediáticos, aunque yo no diría mediáticos sino políticos, porque en ocasiones estas informaciones se explican por la reacción de ciertos políticos que buscan la manipulación. Nosotros no perdemos nuestro tiempo en ver lo que dicen. Si usted observa con atención, cuando me critican abiertamente, muchos periodistas vienen a mí en busca de una réplica, algo que yo declino de forma sistemática. Ese no es nuestro rol.
Por supuesto. Si usted lee bien mi última carta pastoral, lo que afirmo es lo mismo que asumen los obispos globalmente. Tenemos que dar gracias al Señor porque nuestro episcopado está unido. La clase política, sobre todo los que detentan el poder, buscan siempre la división. Han conseguido dividir a los partidos políticos, han conseguido dividir a la sociedad civil. La única institución a la que no han logrado dividir es la Iglesia católica, a su episcopado, y tal vez sea eso lo que todavía salva a este país.
Es una afirmación que me hace sonreír. ¿Por qué mencionan solo la política? Tendrán que decir que la Iglesia no debe meterse en sanidad, ni en educación, ni en agricultura… ¿Por qué solo la política? Es un debate falso. La Iglesia tiene la obligación de abordar todo lo que afecta al ser humano, incluida la política.
Por desgracia, esta afirmación es cierta y se corresponde con la realidad que vivimos: basta con echar una mirada a nuestro pueblo. Durante los años 60, RDC era considerada El Dorado del África negra. La gente venía desde Sudáfrica, Nigeria o Burkina Faso para estudiar y seguir tratamientos médicos en nuestros hospitales, y hoy no solamente hemos destruido todo, sino que cuando queremos ir a otros países para estudiar o seguir tratamientos médicos no somos bienvenidos. Esta es la triste reputación que nos acompaña. Todo ello es consecuencia de la mala gestión del país. Hemos fracasado vergonzosa y colectivamente. No se puede decir que este o aquel sean responsables; todos somos responsables, cada uno según el cargo que ha desempeñado.
Solo saldremos de esta situación con un cambio radical que surja del -pueblo. El cambio no vendrá de la clase política sino que surgirá de la madurez y de la toma de conciencia de la población sobre su valor y sobre el rol que puede jugar en el futuro de este país. Como Iglesia, nuestro trabajo consiste en acompañar al pueblo en la asunción de esta responsabilidad. Estoy convencido de que el pueblo congoleño no es el mismo que el que ayer manipulaban a su gusto los políticos; el pueblo sabe cuáles son sus intereses y cada vez está mejor dispuesto para comprometerse y luchar para ser respetado.
Sí y no. Cuando usted observa el clero de Kinshasa y del resto del país puede tener la impresión de que quiere hacerlo todo, y ciertamente los hay que entran en esa lógica, los hay que tienen esa tendencia clerical y juegan el rol del gran señor. Pero le aseguro que la Iglesia de RDC está llevada esencialmente por laicos. No nos quedemos solo en las apariencias. En el interior del país son los catequistas, es decir, los laicos, los que asumen el peso real de la Iglesia. En Bokungu-Ikela contaba con tan solo 28 sacerdotes para toda la diócesis. Entonces, ¿quién realizaba el resto del trabajo?: los laicos. Incluso en el medio urbano, como aquí en Kinshasa, son los laicos los que llevan adelante la Iglesia. Si nuestras parroquias tienden a ser económicamente autónomas es porque los laicos se implican.
Yo hablaría más bien de una evolución. La edad de oro de la inculturación en África, y particularmente en RDC, tuvo lugar en los años 70 e inicios de los 80. Obtuvimos la aprobación del rito zaïrois (zaireño) gracias al empuje del cardenal Malula. En la Iglesia se hablaba de inculturación de la teología y de africanización del cristianismo, lo que se correspondía en el plano político con la famosa autenthicité de Mobutu. Era el momento y había una razón para ello porque salíamos de la época colonial, durante la cual todas las responsabilidades estaban en manos de los misioneros, mientras que el hombre negro, el hombre africano y congoleño, no se sentía a gusto en esa Iglesia. Por eso fue necesaria esta insistencia en la inculturación para crear un espacio en el que el africano pudiera apropiarse, hacer suya la Iglesia. Hoy no es necesaria esa lucha porque la Iglesia está en nuestras manos. Como he señalado, nuestra prioridad actual es la evangelización en profundidad y no la inculturación o la africanización de la Iglesia. Por supuesto, tenemos que continuar africanizando el Evangelio y, al mismo tiempo, evangelizar las culturas africanas. Este es un trabajo que no termina nunca. Tampoco Occidente ha terminado de asimilar por completo el Evangelio.
La fe cristiana, la fe católica, es parte integrante de este continente y no puedo imaginar África sin ella. Entreveo una Iglesia africana como levadura en la masa que hace fermentar la sociedad para su crecimiento y desarrollo, y no bajo el modelo de Occidente, sino preservando los valores africanos.
Mi primera Navidad en Bélgica fue en 1990. Yo era un joven sacerdote habituado a la solemnidad y exultación con que vivimos la Navidad en RDC, siempre rodeados de numerosos fieles. Me encontré en una iglesia en la que apenas había 15 personas de avanzada edad. Durante la celebración se entonaron apenas tres cantos. Es solo una anécdota pero refleja la realidad de Occidente en muchos lugares. Pero lo que me duele es la actitud de la Iglesia, no tanto del lado del pueblo, sino de la jerarquía. Tengo la impresión de que la Iglesia en Occidente se ha desentendido de muchas cuestiones sociales que afectan a la gente. Hay una especie de hastío a la hora de hablar de estos temas. No se atreve por razones históricas, hay una tendencia a agradar a ciertas mentalidades para no arriesgarse a ser acusado de tradicionalista. Tengo la impresión de que se cede fácilmente y de que se tiende a meter en la nevera la dimensión profética. Naturalmente no es fácil, pero si la Iglesia quiere ser la Iglesia de Jesucristo, tendrá que jugar su rol profético.
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