Publicado por Alfonso Armada en |
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Hay libros que nos cautivan desde el título, la portada, el aura que precede al autor… Así retrata la solapa de El otro lado de la montaña a Minna Salami: «Es una escritora en medio de dos mundos: nació en Finlandia, su padre es nigeriano y ha vivido entre Nigeria, Suecia y Londres. Es fundadora del multipremiado blog MsAfropolitan y gracias a sus colaboraciones con The Guardian, BBC… ha sido considerada por la revista Elle como una de las 12 mujeres que están cambiando el mundo». Ahí es na. Me parecía que merecía nuestra atención porque partía de un entendimiento del mundo en el que África, lo negro y, sobre todo, la mujer tienen peso decisivo.
Entonces empezaron los problemas. Como la manifiesta estupidez del subtítulo: «Así verías el mundo si no te lo contara siempre un hombre blanco europeo». ¿Y cómo te cuenta siempre el mundo un hombre blanco europeo? ¿Cómo cuentan siempre el mundo los hombres blancos europeos que escriben en esta revista? ¿Acaso es impensable que un hombre blanco europeo pueda tener una visión lúcida de África y de las mujeres? ¿Acaso no hay mujeres negras africanas con una visión retrógrada y machista de su propia realidad? Iba a cargar las tintas contra la autora hasta que verifiqué título y subtítulo originales. Nada que ver. No creo que sea culpa de la traductora (que a menudo no está a la altura de su tarea: ¿confabular?, ¿blanquidad?), pero una versión más fiel diría: …Conocimiento sensual: Una aproximación feminista negra al alcance de todos». Ella misma admite que «no todas las personas nacidas blancas y varones son automáticamente opresoras». Menos mal. (Por cierto, la agencia literaria de Minna Salami en España es la misma que la mía).
Entre las virtudes de este libro destaca su sincera búsqueda de otra mirada sobre el mundo, hallar respuestas no consabidas y no dominantes –patriarcales, imperialistas– sobre el conocimiento, la descolonización, la identidad, la negritud, la feminidad, el poder o la belleza. Huye de los parámetros tradicionales –lo mensurable, lo rentable, lo utilitario– y propone un conocimiento en el que el arte, la poesía, las emociones y los sentidos permitan un relato que propicie el cambio. Pero entre «No hay alma en la producción de conocimiento» y «El clítoris, órgano poético por excelencia» titila una dialéctica que necesita de lectores muy cómplices para que no deserten. Cierto que en su lucha por hacerse con un lenguaje corrosivo que remueva la filosofía política congelada convoca a autoras tan sólidas como Toni Morrison, pero cuando en su caja de herramientas encontramos poesía, juego, eros, ausencia de fronteras, diligencia, diálogo, intuición, yoga, cerámica o quietud… me temo que la tesis se agua. Hay hallazgos notables, como cuando apoyándose en una investigación del New York Times cita efectos psicosociales y en la salud en la población negra de EE. UU. por culpa del racismo, e intuiciones procedentes de la antropología cultural yoruba, pero el acarreo de materiales heteróclitos para descolonizar la mente necesita, a mi juicio, de más pensamiento, de más trabajo, de mejor escritura.
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