Publicado por Sebastián Ruiz-Cabrera en |
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La crisis política en Burundi parece no tener fin. La decisión de la Unión Africana de enviar a 5.000 soldados para estabilizar el país no ha hecho más que alterar al presidente burundés, Pierre Nkurunziza, quien no ha logrado pacificar el país desde que fuera elegido en las últimas elecciones presidenciales.
Burundi sigue implosionado en silencio. Persisten los envites de Gobierno y Policía, que comenzaron hace meses una caza de brujas contra cualquier movimiento en falso de los denominados “enemigos del Estado”, y de un Ejército que permanece impasible. La población, de unos diez millones de personas, respira con dificultades en un clima ensombrecido donde se cuentan al menos 400 fallecidos desde abril. Unos aguantan. Y otros huyen sumando -segúnACNUR- un total de 232.881 personas refugiadas en los países limítrofes: Ruanda, Tanzania, Uganda y República Democrática del Congo.
El propio Ban Ki-Moon, Secretario General de las Naciones Unidas, reiteraba hace unas semanas su profunda preocupación por la inestabilidad e impredecibilidad del país: “El Gobierno debe tomar medidas para fomentar la confianza, incluyendo la liberación de los presos de conciencia y el levantamiento de las restricciones a la sociedad civil”, subrayaba en un comunicado. A mediados de diciembre se tomó la decisión por el Consejo de Paz y Seguridad de la Unión Africana (UA) de enviar 5.000 soldados a raíz del brote de violencia en el que 87 personas perdieron la vida. Sin embargo, desde la capital, Buyumbura, se opusieron al despliegue de tropas alegando que el Gobierno había sido capaz de detener los graves altercados. El propio presidente del país, Pierre Nkurunziza, comunicó en la radio nacional que “atacaremos a las fuerzas de la UA si las tropas invaden el país”.
Los aires autoritarios de Nkurunziza comenzaron en abril de 2015 cuando anunció unilateralmente su candidatura para un tercer mandato, decisión que incumplía los acuerdos de Arusha (Tanzania) firmados en el 2000. Al anuncio le siguieron las protestas, las movilizaciones sociales y, en mayo, un intento de golpe de Estado frustrado por el antiguo jefe de los servicios secretos, el general Godefroid Nyombare, destituido en febrero por desaconsejar a Nkurutziza volver a presentarse y nombre en enero líder de la oposición armada, constituida en diciembre como Fuerzas Republicanas de Burundi (FOREBU), con la misión de «proteger a la población». La propia UA no envió observadores a las elecciones de julio y tanto los Estados Unidos como la Unión Europea calificaron de inválidos los comicios después de que varios opositores fueron asesinados, huyeran al exilio o se retiraran de la carrera alegando intimidación.
A pesar de que tanto la oposición como los líderes de la sociedad civil mantienen que cualquiera que trate de imponer la narración del genocidio sobre la crisis en Burundi se encuentra muy equivocado, los ecos de la maldición de la palabra resuenan en la comunidad internacional con paralelos regionales con la vecina Ruanda, donde cerca de 1 millón de tutsis y hutus moderados fueron asesinados en 1994.
El apunte. La etiqueta #Nkurunzizamustfall (Nkurunziza debe caer) se ha popularizado en las redes sociales y entre la población de Burundi, buena parte de la cual se pone al tercer mandato del presidente del país.
Foto: Creative Commons
Artículo publicado en el nº614 correspondiente al mes de febrero de 2016.
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