Publicado por Gonzalo Gómez en |
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El interés de las superpotencias en África, y viceversa, se ha escenificado en las grandes cumbres que en los últimos años han llevado a la casi totalidad de dirigentes africanos a EE. UU., China, Europa y, más recientemente, a Rusia. El primer Foro Rusia-África, celebrado a finales de octubre en Sochi, fue todo un éxito para sus participantes, lo que no puede soslayar el hecho de que, como potencia económica, Rusia esté aún muy lejos de Estados Unidos, China, o la propia Unión Europea. Sin embargo, si algo ha quedado claro de la Rusia de Vladímir Putin, a través de la impronta que ha ido dejando en distintos lugares y asuntos, es su determinación por ganar influencia en un mundo multipolar. Y esa decisión de adquirir peso se concreta en África en el envío de militares y la formación de élites cercanas al poder, las inversiones en sectores estratégicos, la oferta de soluciones para las explotaciones energéticas, la venta de armas y su implicación en materias de seguridad, infraestructuras, o el esfuerzo, más o menos disimulado, de influir en procesos electorales.
A la Rusia de Putin le sobra iniciativa, y no le falta ambición: «En cinco años, el comercio aumentó más del doble y rebasó los 20.000 millones de dólares. Yo creo que es demasiado poco», dijo Putin en Sochi a los líderes africanos. La continuación de esta declaración nos introduce en otra de las claves de este interés ruso por África: la búsqueda de nuevos socios. «De esos 20.000 millones –unos 18.000 millones de euros–, 7.700 –unos 7.000 millones de euros– corresponden a nuestro comercio con Egipto, lo que supone el 40 %. Y en África hay muchos socios potenciales. Muchos», dijo. Como los números muestran, el principal aliado africano de Rusia es Egipto; y fue precisamente el egipcio Abdelfatah al Sisi, que actualmente preside también la Unión Africana, quien encabezó junto a Putin un encuentro en el que se acabaron firmando más de 500 acuerdos, memorandos y contratos por valor de 11.300 millones de euros entre Rusia y más de 40 Gobiernos africanos, según los datos ofrecidos por Rusia.
En paralelo a las reuniones políticas, más de 2.000 marcas exhibieron sus productos en la cumbre. Vodka, productos agrícolas, tecnología aplicada a la salud y otros fueron expuestos ante la mirada de las delegaciones africanas. Pero sin duda, lo más llamativo fue la gran presencia de la industria armamentística. El mostrador de Kaláshnikov fue uno de los más populares. Y lo cierto es que el rifle de asalto forma parte de la historia en las relaciones entre Rusia y los distintos conflictos y grupos insurgentes africanos de las últimas décadas.
En el discurso de clausura, Putin destacó su compromiso con la seguridad y la estabilidad en el continente, habló de salud pública y de transporte, e insistió en que el país euroasiático sigue el principio de «soluciones africanas a los problemas africanos». Esa idea, en cierta forma manida, acompañaba otra que sobrevoló la cumbre: que Rusia ofrece un tipo de relación diferente a la de las viejas metrópolis occidentales, porque pretende ayudar sin poner condiciones políticas y sin interferir en los asuntos internos de los países. Nada que no prometa y repita ya China, por otra parte.
Más allá de Sochi, en los últimos tiempos se ha hablado en diversas ocasiones de Rusia en asuntos referentes a la actualidad política de República Centroafricana (RCA). De hecho, hace unos días, el viceministro ruso de Finanzas, Alexei Moiseyev, expresó su deseo de que se levantase el embargo parcial que pesa sobre el comercio de diamantes procedentes del país africano. Se da la circunstancia de que Rusia presidirá en 2020 el Proceso de Kimberley, el pacto por el que productores y compradores de diamantes, animados por Naciones Unidas, pretenden evitar que el comercio del mineral acabe alimentando conflictos o dañando los derechos humanos. Según Jeune Afrique, la compañía rusa Lobaye Invest, relacionada con un pariente de Putin, consiguió permisos para operar en varias minas de RCA. Rusia justifica su postura con motivaciones altruistas: favorecer los intereses económicos centroafricanos. Al rebufo de la cumbre internacional, también el presidente centroafricano, Faustin Archange Touadéra, ha pedido a Rusia que siga colaborando militarmente con el país así como el levantamiento del embargo de armas que les impuso la ONU en 2013. Rusia ha suministrado apoyo logístico y militar al país, incluyendo el entrenamiento de oficiales para el Ejército y la conformación de la guardia de seguridad del presidente. Esta petición, y esta relación, hacen recordar el turbio asunto, ya comentado el año pasado en MUNDO NEGRO, del asesinato de tres periodistas rusos que investigaban el trabajo en RCA de la empresa Wagner, una organización paramilitar rusa que ha operado también en Siria, Ucrania y, presuntamente, ahora también en Libia.
De hecho, el Gobierno de Unidad Nacional de Libia, respaldado por Naciones Unidas, ha denunciado que mercenarios rusos vinculados al entorno de Putin se han unido a la causa de Jalifa Haftar. El general, jefe del autodenominado Ejército Nacional Libio y hombre fuerte de la Cámara de Representantes con sede en Tobruk –ejecutivo alternativo y en disputa con el más aceptado internacionalmente de Trípoli– controla gran parte del territorio y realizó una ofensiva antes de verano –que, de momento, no ha logrado su objetivo– para tomar la capital. Haftar cuenta con el apoyo explícito de Egipto, Emiratos Árabes, pero también de Francia y de Rusia, aunque hay países que juegan a varias bandas. Según distintas informaciones, el grupo Wagner, entrenado en Rusia, actúa fuera cuando el país no puede intervenir oficialmente. Uniendo estas informaciones, parece que si los recursos de RCA (oro, diamantes, uranio…) y de Libia (petróleo), les hacen lugares apetecibles para las potencias, su situación desestructurada ofrece unas oportunidades que Rusia podría estar aprovechando.
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