La palabra en silencio

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Por Hna. Natalia Moratinos desde Taza (Marruecos)



Mucha gente en España, pero también en Marruecos, me pregunta qué hago en este país. «Vivir», les contesto. Como no suelen quedar satisfechos con mi respuesta, insisten: «Sí, sí, pero ¿qué haces?». Entonces les explico que vivo dando testimonio de mi fe en Jesús. Así de sencillo.

Llegué a Marruecos el año 2000 tras una experiencia de 23 años de vida misionera en plena selva de República Democrática de Congo. Al principio, en Tetuán, me veía perdida y los pensamientos e interrogantes se agolpaban en mi cabeza. «¿Por dónde empezar? Yo no estoy preparada para la ciudad, prefiero los pueblos. Esta gente no muestra ningún interés por nosotras ni por la fe cristiana. ¿Qué hacer? Además, hay demasiados españoles y es difícil entrar en la vida cotidiana de la gente». Con estas y otras inquietudes fui reflexionando sobre la manera de integrarme mejor en este pueblo. Empecé a estudiar la lengua dialectal marroquí, el dariya, y me inscribí en un taller de bordado tradicional marroquí.

Dos años después nos propusieron dar continuidad a la presencia misionera en Taza, porque las Hermanas Franciscanas Misioneras de María tenían pensado dejar la comunidad. Fuimos a conocer el lugar y quedamos muy satisfechas. Las franciscanas nos ayudaron a entrar en contacto con la gente y a conocer los barrios más necesitados. Desde 2002, cuatro hermanas de la Compañía Misionera de distintas nacionalidades somos la única presencia cristiana en este pueblo mayoritariamente musulmán.

Taza, en el noreste de Marruecos, está a unos 120 kilómetros de la ciudad santa de Fez. La mayoría de sus 153.000 habitantes proceden de las montañas que la rodean. Son hospitalarios, sencillos, alegres y dan mucha importancia a la acogida, por lo que nuestra integración ha sido muy fácil.

Sigo dedicando tiempo al aprendizaje de las lenguas, el dariya y el árabe oficial, así como al Corán, porque para la gente es su mundo y se manifiesta continuamente en su vida cotidiana. En las Constituciones de nuestro Instituto se dice que nuestra primera tarea es la evangelización y que «evangelizamos amando». Así intentamos hacerlo dentro de la espiritualidad de la Iglesia de Marruecos. Formamos parte de la archidiócesis de Rabat, que quiere ser un lugar de «testimonio, encuentro y servicio» siguiendo los pasos de Carlos de Foucauld, que invitaba a «gritar el Evangelio con toda tu vida» y a «hablar en silencio».

Las visitas a las familias son prioritarias para nosotras. Allí tenemos la oportunidad de crear relaciones de amistad y fraternidad. La gente comparte con nosotros los principales acontecimientos de sus vidas como nacimientos, bodas, entierros o fiestas religiosas, en particular el Ramadán y la Fiesta del Cordero, y nosotras compartimos con ellos la Navidad, que es la fiesta cristiana que comprenden mejor porque María es muy venerada en el Corán como madre de Jesús. Esos días nos visitan y nos regalan bizcochos y dulces para felicitarnos, y pasamos las tardes hablando, merendando y bailando.

Hemos fundado en Taza, junto a una señora marroquí, la Asociación ­Attadamon. En Marruecos hay una tasa muy alta de personas con discapacidad y las familias no tienen medios suficientes para salir al paso de los cuidados médicos, la alimentación y la educación que necesitan sus familiares.

También hemos puesto en marcha un taller de bordados marroquíes con un grupo de mujeres para que tengan espacios de encuentro entre ellas, progresen en su formación humana y, además, ganen algo de dinero y gocen de una cierta independencia económica. Uno de los retos que afrontamos es la venta de sus trabajos porque en los mercados abundan los productos de menor calidad y muy bajo coste, lo que dificulta la venta de estas artesanías.
Como la vida y las comunidades evolucionan, hemos promovido más actividades. Desde hace unos años tenemos clases de apoyo escolar, prestamos atención a personas migrantes que pasan semanas, meses o años en Taza, casi siempre en condiciones precarias, y este año hemos acomodado una sala de informática para jóvenes estudiantes o trabajadores. Todas estas actividades misioneras son minoritarias, pero son un pequeño símbolo que, además, programamos con la colaboración de la gente.

En las grandes ciudades puedes pasar más desapercibida, pero en Taza, al ser las únicas cristianas, percibimos un fuerte control de todos nuestros pasos. Con todo, sentimos que somos apreciadas por nuestra vida de oración y entrega a los más necesitados, gozamos de la confianza de todos y, a través de los años, percibimos respeto, cariño y una sensación de ayuda recíproca. Estamos tendiendo puentes entre el islam y el cristianismo, entre Oriente y Occidente, y lo hacemos como un diálogo religioso del día a día en el que nos interpelamos mutuamente en la coherencia de nuestra propia fe.



En la imagen superior, la Hna. Natalia Moratinos en uno de los talleres que organizan con mujeres marroquíes. Fotografía: Archivo personal de la autora.

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