«La pobreza no reconoce las fronteras»

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Susan Kinyua, economista


Formada con las Misioneras Combonianas en Kenia, su país natal, la economista Susan Kinyua ha estado en España para recibir el Premio Harambee a la Promoción e Igualdad de la Mujer Africana. La Fundación Kianda, en la que trabaja, promueve la capacitación empresarial de las mujeres que pasan por sus aulas.


¿Qué es la Fundación Kianda?

Es una organización sin ánimo de lucro que comenzó a funcionar en 1961, cuando las kenianas no tenían la posibilidad de estudiar. Esto sucedió antes de la independencia [tuvo lugar en 1963], cuando en el país todavía había segregación racial. La primera escuela nació para la formación de las mujeres. En aquellos momentos todo era muy difícil debido al apartheid: africanos y europeos no podían convivir bajo un mismo techo, no existía la posibilidad de una escuela multirracial. Para esquivar las leyes coloniales, buscaron un consulado y allí abrieron el primer centro. Formaron como secretarias a 5.000 mujeres. Una vez terminados los estudios y con empleo, esas mujeres manifestaron el deseo de que sus hijos tuvieran las mismas oportunidades y pidieron que se levantara un colegio. Aquello fue el germen de Kianda School que, posteriormente, se convirtió en la Fundación Kianda.



Habla usted de apartheid en la Kenia colonial.

El sistema era muy similar al de Sudáfrica. La gran diferencia estriba en que el apartheid en Sudáfrica fue mucho más reciente. 



¿Cómo respondió la colonia al proyecto de Kianda?

El Imperio británico siempre prestó gran atención a la educación, por eso no lo vieron mal, y con el final de la colonia, la enseñanza quedó en nuestras manos. No fue una transición fácil, pero lo conseguimos.



¿Ha aprovechado Kenia esa transferencia del sistema educativo?

Los kenianos valoramos la enseñanza. Una vez que has educado a una persona, puedes comprobar el cambio sustancial que se opera en ella. Es muy fácil distinguir a una persona preparada de una que no lo está. Con buena educación es posible romper el círculo vicioso de la pobreza, y eso es lo que intentamos hacer. Igualmente, la educación ayuda a elevar la autoestima de las personas, las hace conscientes de sus necesidades.



Antes trabajó en Barclays. ¿Por qué dio el salto a Kianda?

Ese trabajo me ayudó a ser más profesional y a aprender a gestionar mejor el dinero. Gracias a esa experiencia laboral he podido ayudar a otras mujeres que no son capaces de hacerlo con eficiencia. De Barclays pasé a la Fundación Kianda porque entendía que el impacto de mi trabajo iba a ser mayor. Aquí comencé a formar a mujeres en temas de negocios, deudas o contabilidad.

La Universidad de Nairobi fue fundada en el año 1954. Fotografía: Archivo Mundo Negro. En la imagen superior, Susan Kinyua el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo



A diferente escala, pero el trabajo es el mismo.

En Barclays trabajaba con números y estadísticas, mientras que en Kianda lo hago con personas. Siento que tengo que dedicarme a elevar su dignidad. A medida que ayudamos a las mujeres, hacemos más fáciles sus vidas, las de sus familias y vecinos. Cuando ayudamos a una mujer, el impacto en la sociedad es enorme.



¿Cuáles son los principales retos de las mujeres en su país?

Están muy claros. En primer lugar, el hombre y la mujer no están al mismo nivel. Después está nuestro trabajo, que está peor remunerado que el de los hombres. El tercer reto es el nivel de alfabetización, que es mucho menor en nosotras. 



De los tres, ¿qué importancia tiene la independencia económica?

Somos el 50 % de la población, por lo que, si se espera que el país se desarrolle, no se puede ignorar a la mitad de la población. No entiendo cómo hay personas incapaces de entenderlo. Es de sentido común que hombres y mujeres trabajen en sintonía para el desarrollo del país. Las mujeres necesitan tener acceso a un empleo digno y remunerado ya que el salario del hombre no es suficiente para satisfacer las necesidades familiares. Muchos hombres se dedican a beber en exceso y a abusar de sus mujeres. Esto no sucedería con una mayor independencia económica de la mujer. Hay que romper este círculo vicioso.



¿En qué trabajan las kenianas?

Maestras, enfermeras, en hostelería… Venden frutas o cualquier otro alimento en la calle, cuidan animales y los huertos pegados a sus hogares, lavan ropa, recolectan té…



La mayoría son empleos dentro de la economía informal.

Sí, buena parte de ellos se insertan ahí. El desempleo es muy elevado y la gente necesita trabajar para ganarse el sustento. 


¿Cuál es la aportación del trabajo femenino a la economía del país?

No le puedo dar cifras, aunque lo que es seguro es que las mujeres han de trabajar más del doble que los hombres para obtener el mismo salario. Todo se reduce a lo siguiente: sin el trabajo de la mujer, la economía en Kenia sería, es, incapaz de sostenerse. Además, tenemos un gran problema con los jóvenes. Una generación posterior a la nuestra, me refiero a varones de entre 30 y 40 años, no tiene ningún deseo de trabajar y progresar. Se quedarán con las propiedades de sus padres cuando estos fallezcan y, mientras tanto, se dedican a beber y a malgastar su dinero. No quiero poner todo el énfasis en estos problemas, pero ahí están.

Una mujer camina por una calle de la ciudad vieja de Mombasa el 1 de noviembre de 2023. Fotografía: Simon Maina / Getty



Una de las iniciativas que desarrollan es el Programa Fanikisha, de apoyo a mujeres empresarias. ¿Qué resultados está generando?

Hemos preparado a unas 4.000 mujeres que han cambiado su forma de pensar y de ver la vida y el futuro. En menos de seis meses, cerca del 60 % de las mujeres a las que hemos formado han incrementado más del doble su salario y más del 80 % se han lanzado a una nueva actividad. Las cifras son así de claras, no mienten. Cuando hablo de estas mujeres me refiero a ellas y a sus familias. El impacto es enorme.



Fanikisha se ha implementado en otros países. ¿Los problemas son comunes en el continente?

El proyecto se ha extendido a otros lugares. Cuando comenzamos en 2003, nuestros patrocinadores, fundamentalmente de la Unión Europea, me llamaron para que explicara lo que hacemos con el objetivo de replicarlo en otros países. Preparamos un manual para explicar nuestro método de trabajo y ellos fueron a implementarlo en otros lugares. Lo importante de Fanikisha es que no es un programa cerrado, sino que estamos abiertos a la creatividad y a implementar nuevos métodos de trabajo y enseñanza. Los retos son diferentes en cada país, pero la pobreza no conoce las fronteras de las naciones. Sus efectos son siempre los mismos… y son devastadores. 



¿Qué edades tienen sus hijos?

Mis hijos tienen 31, 28 y 26 años. Tengo dos nietos: uno de cuatro y el otro de año y medio. 



¿Cree que ellos estarán mejor capacitados de cara al futuro con proyectos iguales o similares a los que desarrollan en la Fundación Kianda?

Una de nuestras estudiantes, una mujer masái, me confesó que para ella, debido a su edad, era muy difícil ponerse a aprender a leer y a escribir, pero que sus hijos sí habían ido a la escuela. Ahí lo tiene: ya está sucediendo. Estos niños han estudiado y están preparados para enfrentarse a una carrera y a luchar por un empleo digno. 



Según el último African Statistical Yearbook hay más de medio millón de kenianos en el extranjero ¿Frenará esto la emigración? 

Muchos jóvenes emigran a Catar, Arabia Saudí… Es una pena porque los jóvenes no tienen otra alternativa que salir. Creemos que con una buena educación estos jóvenes se quedarán en Kenia.



¿Qué sueña para su país?

La gente quiere trabajar. Mi sueño es que la gente tenga acceso a agua potable, a dar educación a sus hijos, buenas carreteras, un país limpio y un buen ambiente político y social. Ojalá la gente no tenga que morir para poner alimento en la mesa familiar. Y que cuando estén enfermos tengan acceso a una buena sanidad. Esto es lo que nosotros ya estamos intentando.  



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