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P. Ngalite Regis-Eric, desde Dono-Manga (Chad)
A mediados del año 2019, al concluir mis estudios de Teología, fui destinado a la parroquia de Sant Michel de Dono-Manga (Chad) para un servicio misionero de dos años. Sin embargo, tras mi ordenación sacerdotal en enero de 2022 en mi país, República Centroafricana, he vuelto a ser destinado al mismo lugar. Estoy contento de trabajar en Chad y de todo lo que estoy viviendo. Aquí he aprendido a apreciar a los musulmanes, hacia los que sentía una cierta desconfianza debido a los conflictos que hemos sufrido en mi país entre selekas y antibalakas. Me he liberado de todo prejuicio y tengo muchos amigos musulmanes. Además, estoy desarrollando un trabajo con los jóvenes que me llena de alegría. Al igual que en mi país, aquí la juventud es mayoría, y aunque yo cumplo en julio 30 años y me considero joven, tengo que aceptar que formo parte del 30 % de los más viejos de nuestros parroquianos.
La parroquia de Sant Michel pertenece a la diócesis de Laï y está situada en una zona rural alejada de las grandes ciudades. Al ser tan extensa, la hemos dividido en tres grandes zonas pastorales que atendemos cada uno de los tres sacerdotes que formamos la comunidad comboniana. Aunque a mí me corresponde la zona este, como también soy responsable de la pastoral juvenil tengo que desplazarme por todos los rincones de la parroquia. También está con nosotros un hermano misionero médico que trabaja en nuestro dispensario.
La primera vez que asistí a la misa dominical en el centro parroquial de Dono-Manga me alegró mucho ver que la iglesia estaba llena de jóvenes, pero también me intrigó que los cantos litúrgicos fueran animados por un pequeño coro de solamente tres personas. Pregunté al párroco si había movimientos juveniles o si se coordinaba el trabajo de los jóvenes, y aunque me contestó afirmativamente también me insinuó, con una sonrisa socarrona, la poca implicación de los jóvenes en las actividades parroquiales. Le pedí que me dejara probar.
Tres semanas después de mi llegada convoqué una r-eunión extraordinaria con todos los jóvenes de la parroquia para preguntarles qué pasaba y por qué no eran dinámicos los movimientos juveniles. Costó arrancar, pero finalmente todos hablaron sobre las razones que los llevaban a desvincularse de la Iglesia. Muchos acusaban a los coordinadores de los movimientos juveniles de no hacer bien las cosas e incluso de apropiarse de los bienes del grupo. Escuché y escuché, y después les pedí por favor que volvieran a participar en sus movimientos juveniles o, si no pertenecían a ninguno, que eligieran el que más les gustara. Hice lo mismo al recorrer las distintas zonas de la parroquia, reorganicé la coordinadora de jóvenes y fui echando el ojo a los más comprometidos para invitarles a ser responsables en sus respectivos movimientos.
Como ya había un coro en la parroquia central que cantaba en ngambay y sara, las lenguas locales, convoqué otro encuentro para chicos y chicas que quisieran integrar el coro en lengua francesa. Para mi sorpresa, un sábado me encontré una quincena de jóvenes en el recinto parroquial -porque querían formar parte del coro. Como toco bien el tambor, compramos uno y les enseñé a tocarlo. Con la ayuda de un músico que venía con frecuencia desde Mundu, algunos empezaron a aprender a tocar la guitarra y el piano. En la actualidad, el coro funciona muy bien y, además de animar una de las misas en la parroquia, cada fin de mes organizan un concierto de canciones religiosas en el centro juvenil de la parroquia al que acude todo el pueblo, incluidos muchos musulmanes. La entrada cuesta 50 francos CFA, el equivalente a 7 céntimos de euro, que ayudan a las arcas del coro.
Algunos grupos juveniles han empezado a ser muy dinámicos, sobre todo los Kemkogi, los Guías y los Scouts. He invitado a los capellanes y coordinadores diocesanos de estos grupos a venir a la parroquia para algunas sesiones formativas, y hemos adquirido libros y folletos que nos ayudan a organizar esa labor. Partimos siempre del valor de la fraternidad, y es bonito ver que cuando algún joven está enfermo, por ejemplo, otros miembros de su grupo le apoyan económicamente y van a su casa a rezar con él. Cuando hay reuniones de jóvenes a nivel diocesano, acompaño a los responsables hasta Laï con nuestro vehículo.
Tampoco han faltado las dificultades. Tengo una relación muy abierta con los jóvenes, y aunque con los chicos no hay problemas, con las chicas es más complicado porque, según la cultura local, un hombre no se acerca a una mujer en público a no ser que sea su esposa o su hermana. El hecho de que yo hablara libremente con las chicas y las llevara en mi coche a los sectores de la parroquia para que animaran a otros jóvenes hizo que me acusaran injustamente. Por suerte, aquel malentendido se arregló cuando comprendieron que me habían juzgado erróneamente.
Tengo la impresión de que recibo de ellos el mismo cariño que yo siento por los niños y jóvenes de la parroquia. Cuando me encuentro lejos de Dono-Manga, mis feligreses me llaman para saber dónde estoy. Además, es una gozada ir por cualquier lugar de la parroquia y escuchar los gritos de los niños y los jóvenes: «Eric, Eric, Eric». Un proverbio africano dice que «solo los pájaros pueden mezclarse con los pájaros en el mismo nido porque cuando llega la serpiente todos huyen». Me veo como un pájaro entre otros pájaros.
En la imagen superior, el P. Engalite Regis-Eric, en el centro, con un grupo de catequistas.
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