La vida en la periferia

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Cuatro misioneros cuentan sus experiencias en Angola


Son cuatro misioneros, una mujer y tres hombres, un congoleño y tres españoles. Cada uno vive la Misión según su carisma y experiencia de vida, pero todos inmersos felizmente en las realidades de las gentes con las que comparten sus vidas.


P. Bienvenu Pika Wasato: «La esperanza no debe morir»

Fotografía: José Luis Silván Sen




El P. Bienvenu Pika Wasato nació en Yamolia (RDC) en 1984 y es miembro de la congregación de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús, más conocidos como Dehonianos. No son misioneros ad gentes y suelen trabajar en sus países de origen, pero el P. Bienvenu se presentó voluntario para salir de su tierra. «Nunca pensé en venir a Angola. Solicité un país francófono, pero las necesidades pastorales me trajeron aquí. Estudié la lengua en Portugal y luego estuve dos meses en Mozambique para la preparación misionera, acompañamiento psicológico y aprendizaje intercultural».

En 2018 llegó a Luanda, a la diócesis de Viana, para un servicio en la parroquia Nuestra Señora del Rosario y sus tres grandes centros pastorales, desde los que se atiende a decenas de miles de católicos. Contento con su experiencia misionera, en marzo de 2019 el P. Pika solicitó al superior general ser destinado definitivamente a Angola. Pocos días después de ser aceptada su solicitud, fue elegido superior provincial: «No comprendo por qué me eligieron. Yo no quería aceptar pero insistieron mucho y no pude escapar», afirma.

Hoy son 16 los dehonianos que trabajan en Angola repartidos en tres comunidades: la de Viana y las de Luena y Luau, en la provincia de Moxico. Además de las actividades pastorales y de promoción humana, la prioridad sigue siendo la formación, a pesar de que, como se lamenta el P. Bienvenu, 20 años después de la llegada de la congregación a Angola, el balance no está siendo el esperado: «Son muchos los jóvenes que llaman a nuestra puerta atraídos por la espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús, y todos los años acogemos a grupos de ellos, pero falta perseverancia y al terminar los tres años de Filosofía, a pesar de haber sido admitidos al noviciado, la mayoría no continúa. En estos momentos solo tenemos dos sacerdotes, un diácono y dos estudiantes de Teología angoleños». La segunda prioridad de los Dehonianos es la vida fraterna, algo fundamental para el P. Bienvenu porque «las necesidades pastorales son inmensas y como somos tan pocos es importante construir una buena vida comunitaria antes de pensar en el apostolado». 

La Conferencia Episcopal anima la llamada «pastoral de la escucha» para orientar a cristianos y no cristianos que piden acompañamiento espiritual. El religioso ama este servicio pastoral y reconoce que «hay centenares de solicitudes. Las personas sufren mucho y necesitan mucho apoyo espiritual».

El P. Bienvenu quiere seguir en Angola pero se muestra preocupado por el desafío vocacional en su congregación: «Sin miembros autóctonos no vamos a poder seguir adelante con la misión porque no tenemos misioneros que vengan de fuera. Llegué aquí con un optimismo que se va enfriando, aunque soy consciente de que la esperanza no debe morir. Dios proveerá».



Hna. Teresa Romero: «Las mamás están salvando a las familias»

Fotografía: José Luis Silván Sen




«Tenía 55 años cuando me propusieron venir a Angola. No me decidía, me parecía difícil la misión, pero durante unos ejercicios espirituales encontré las fuerzas para aceptar. Pensé que podría prestar un servicio de cinco años, pero llevo aquí 22 y no tengo intención de irme», dice la Hna. Teresa Romero, religiosa de las Hijas de la Caridad y natural de Noblejas (Toledo).

En España, la Hna. Teresa trabajó como profesora en diferentes colegios: Talavera, Lagartera, Madrid y, finalmente, Vitigudino, el pueblo salmantino donde nació el famoso torero El Viti. Al llegar a Angola siguió vinculada a la enseñanza, sobre todo desde que en 2005 consiguió aprobar las oposiciones que la acreditaban como profesora. Al principio trabajó en la escuela del barrio de Prenda, en Luanda, y más tarde en la de Balombo, en la diócesis costera de Benguela. 

De los 9 años que pasó en Balombo, la Hna. Teresa recuerda con cariño las escuelas que abrieron en seis aldeas rurales. «Una de nosotras, la Hna. María José, iba a visitar las aldeas con la clínica móvil y veía que muchos niños estaban sin escolarizar, así que empezamos a crear pequeñas escuelitas. Escogíamos profesores que vivían en la aldea misma y todos los meses venían a Balombo para recibir formación. También les dábamos una pequeña cantidad de dinero con la que los estimulábamos a seguir trabajando. Más tarde dejamos aquellos centros en manos del Gobierno, pero para mí fue una experiencia muy grande».

En la actualidad, la Hna. Teresa vive en Lobito. Su comunidad se encuentra en el barrio de Compão, pero las hermanas trabajan en el vecino barrio de Cassai, donde administran una escuela, un dispensario médico y una pequeña residencia en la que acogen a personas ancianas abandonadas. La Hna. Teresa, que se encarga de comprar todo lo necesario para la misión, está asustada de la subida de los precios debido a la devaluación de la kuanza. «Todo está carísimo y hay gente que lo está pasando muy mal. En la parroquia organizan todos los sábados la que llaman “sopa solidaria”, aunque luego den judías o arroz, y viene muchísima gente. Me las veo y me las deseo para encontrar a buen precio la leche que damos a los niños desnutridos en nuestro dispensario y también los medicamentos, que compro en almacenes de la ciudad porque en la farmacias son carísimos».

Al preguntar a la Hna. Teresa con qué se queda de su vida misionera en Angola no lo duda ni un instante: «Con el coraje de las mujeres. Las mamás están salvando con su esfuerzo a las familias, porque sus maridos no tienen trabajo o se han ido y las han dejado solas. Yo las admiro».



Hno. Juan Andrés Martos: «El futuro de la vida religiosa está en Asia y África»

Fotografía: José Luis Silván Sen


Cuando el Hno. Juan Andrés Martos hizo sus primeros votos a los 17 años en la congregación de los Hermanos de la Sagrada Familia pidió ser enviado como misionero a América. Le dijeron que no y se olvidó de la misión ad gentes hasta que en 2021, cuando tenía 73 años, le pidieron ir a Angola, así que dijo: «A estas alturas del partido igual me da estar en un sitio que en otro, y me apunté a venir».

El Hno. Juan nació en La Horra (Burgos), donde la congregación abrió su primera comunidad en España. Desde los seis años estudió en su colegio y con tan solo 14 inició su formación para ser uno de ellos. «Siempre los admiré. Cuando llegaron los primeros hermanos franceses a mi pueblo se les pidió educación y que lucharan contra la filoxera de las vides. Empezaron a trabajar e hicieron millones de viveros de vid americana que, injertada con garnacha y otras clases, permitieron repoblar toda la ribera del Duero».

La vida consagrada del Hno. Juan ha transcurrido casi por completo en España. Ha sido profesor y director de los colegios de su congregación en Madrid, Burgos, Gavà y Palma de Mallorca, además de superior provincial en España y superior general, período en el que se trasladó a Roma e impulsó la presencia de su congregación en Colombia, India o Indonesia. Cuando en 2017 quiso fundar en Angola, «mi Consejo General lo vio precipitado y no me apoyó». Sin embargo, el Capítulo General de 2019 aprobó esta apertura y los ojos se pusieron en el Hno. Martos, llegó al país en diciembre de 2021 junto a dos hermanos timorenses de votos temporales. Se instalaron en Huambo y comenzaron a buscar jóvenes que quisieran ser hermanos consagrados como ellos. «Europa está acabada, América bastante acabada y el futuro de la vida religiosa está en Asia y África», advierte el religioso.

Hoy los hermanos acompañan a un joven de votos temporales, dos novicios y cinco postulantes angoleños, mientras que otros siguen llamando a la puerta. «Ciertamente –dice el Hno. Juan– no hemos tenido dificultades para encontrar candidatos, aunque es cierto que aquí la vocación de hermano no se conoce y es un desafío para la propia Iglesia, que yo encuentro muy clerical. Sin embargo, cuando nuestros jóvenes ven que un hermano no es un sacristán, sino un religioso con formación teológica, universitaria y profesional comienzan a ver el valor de entregarse a la Misión como laicos consagrados».

El carisma de los Hermanos de la Sagrada Familia es la educación y en Angola muchos niños y niñas no están escolarizados. Por eso, una de las primeras cosas que hizo el Hno. Juan en Huambo fue comprar un terreno de 16.000 m2 para construir una escuela. «Hemos vallado el terreno y tenemos los planos del proyecto. Hemos pensado en una escuela concertada para que el Gobierno pague a los profesores. Conlleva sus riesgos, pero aquí la gente no tiene recursos y una escuela privada tendría dificultades para autofinanciarse». En abril, ya habían comenzado las obras de construcción del edificio.



P. Benedicto Sánchez Peña: «Quiero compartir mis vivencias sobre la reconciliación»

Fotografía: José Luis Silván Sen

Los superiores de la congregación de los Misioneros Espiritanos aceptaron la petición del P. Benedicto Sánchez Peña e inmediatamente después de ser ordenado sacerdote fue destinado a Angola. Llegó en 1974, cuando el país vivía la guerra de independencia, que se prolongaría después con el conflicto civil. Su primera misión fue N’Dalantando, la misma en la que vive hoy, 50 años después. El misionero recuerda «el gran sufrimiento de aquellos años» y cómo «la inseguridad y los combates limitaban nuestra capacidad de movimiento. Fue entonces cuando comenzamos a trabajar con los huérfanos de guerra. Los niños llegaban solos de las aldeas del interior. Con la ayuda de los catequistas, la Legión de María y muchas personas de buena voluntad comenzamos a acogerlos. Convivíamos mucho, cantábamos con ellos y les ayudábamos en todo lo que podíamos con los apoyos que recibíamos desde el exterior».

Seis años después, el misionero toledano, de Navalcán, regresó a España y no volvería a Angola hasta el año 2000. Esta vez su destino fue Malange. Allí asistió en 2002 al final de la guerra civil, que había dejado un país desolado. El P. Benedicto, casi sin saber cómo, comenzó un trabajo de reconciliación visitando cuarteles y organizando encuentros y charlas con militares y policías. «Cuando me preguntan de dónde surgió esta iniciativa, yo digo que entre los militares y yo, o la Iglesia si prefieres, había un muro que Dios rompió, nos encontramos y comenzamos a dialogar y a caminar juntos. Cierto, allí donde hay comunismo desconfían siempre unos de otros, y cuando daba una charla siempre había alguien escuchando lo que decía para informar al Gobierno, pero poco a poco comprendieron la buena voluntad de este trabajo, que fue maravilloso».

El P. Benedicto abordaba una gran cantidad de temas en aquellos encuentros. Al principio eran catequesis bíblicas sobre historias de reconciliación entre los patriarcas o la relación entre diálogo y perdón, pero el abanico se abrió a charlas sobre la familia, los desafíos de la era nuclear o ecología. «Antes de que el papa Francisco escribiera Laudato si’ ya había dado yo infinidad de charlas sobre ese tema», bromea el misionero.

En 2011, el P. Benedicto regresó de nuevo a España, y cuando quiso volver a Angola por tercera vez, en 2017, encontró la resistencia de sus superiores. «Al final me dejaron porque insistí mucho. Quería volver para compartir con este pueblo tan acogedor mis vivencias sobre la reconciliación, las más fuertes y bonitas que me ha regalado la vida misionera». Otra alegría del P. Benedicto, de regreso a N’Dalantando, está siendo encontrarse con «antiguos huérfanos de guerra», ahora cincuentones y sesentones, que todavía se acuerdan de las ayudas y de los cánticos que aquel misionero les regaló durante su difícil niñez.  



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