Publicado por Javier Fariñas Martín en |
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Los domingos, a las 12 de la mañana, después del rezo del Ángelus, el papa Francisco, igual que sus antecesores, aprovecha la oportunidad para dirigir unas palabras a los peregrinos que se congregan en la plaza de San Pedro. Además de un guiño a algunos de ellos, no suelen faltar alusiones a crisis humanitarias o a conflictos desatados en los últimos días, mezclando los que están muy presentes en la prensa con otros de menor impacto mediático.
Estas citas dominicales son las más frecuentes, pero también en discursos, audiencias y encuentros de todo tipo, Francisco aprovecha para clamar por la paz y el final de las crisis en el mundo. En el caso de África, durante su década larga de pontificado, se ha referido en más de 400 ocasiones al continente, muchas de ellas para denunciar guerras o para subrayar la ausencia de justicia para sus pueblos. Dentro de ese marco general, enero tiene marcadas dos fechas especialmente vinculadas a la paz. El día 1, coincidiendo con la solemnidad de Santa María Madre de Dios, la Iglesia celebra la Jornada Mundial de la Paz –en 2025 tiene como lema «Perdona nuestras ofensas, concédenos tu paz»–. Unos días después, sin fecha fija, pero en los albores del nuevo año, es tradición que los papas convoquen al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede. Con el objetivo de trasladar a los embajadores las felicitaciones para el año que comienza, el santo padre aprovecha su discurso para hacer un repaso de la situación internacional y apuntar a conflictos y crisis humanitarias y ambientales que condicionan el devenir de nuestro mundo.
Mientras que en el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz la reflexión papal es más global, los discursos del pontífice ante los embajadores de todo el mundo –el 8 enero de 2024 estaban representadas 184 naciones– son más directos. En el caso del continente africano son frecuentes las referencias a Sudán, República Democrática del Congo, Malí, Burkina Faso, el Cuerno de África… Cara a cara, con los diplomáticos enfrente, el papa alude también a las injusticias estructurales que influyen en decisiones políticas, a crisis climáticas de difícil resolución o a dramas permanentes como la migración.
En su primer encuentro con toda la diplomacia representada en el Vaticano, en enero de 2014, pocos meses después de suceder a Benedicto XVI, Francisco se refirió a los refugiados del Cuerno de África y de los Grandes Lagos [«Muchos de ellos viven como prófugos o refugiados en campos donde no son considerados como personas sino como cifras anónimas»], pero se detuvo de manera especial en la República Centroafricana: «Espero que la implicación de la comunidad internacional contribuya al cese de la violencia, al restablecimiento del Estado de derecho y a garantizar el acceso de la ayuda humanitaria también a las zonas más remotas del país». Un año después insistió en la situación de Sudán y Sudán del Sur, dos de los países más mencionados por el Santo Padre más allá de esta cita con la diplomacia. Además del anhelo de estabilidad y paz para estas regiones, manifestó su deseo de que «los Gobiernos y la comunidad internacional lleguen a un compromiso común para que se ponga fin a todo tipo de lucha, de odio y de violencia y se apueste por la reconciliación, la paz y la defensa de la dignidad trascendente de la persona».
Ahí, en ese matiz, en la petición explícita a los dignatarios de todo el mundo –representados en este encuentro anual por sus embajadores–, sobresale la importancia de este encuentro, que va mucho más allá del simple deseo de buenaventuras para el año que se inicia. En 2018, Francisco fue especialmente crudo en su discurso: «No basta con indignarse ante tanta violencia. Es necesario más bien que cada uno en su ámbito propio se esfuerce activamente por remover las causas de la miseria y construir puentes de fraternidad, premisa fundamental para un auténtico desarrollo humano». El 7 de enero, en la Sala Regia, incidió en una denuncia abierta: «La implementación de políticas inclusivas y el progreso de los procesos democráticos está dando resultados efectivos en muchas regiones para combatir la pobreza absoluta y promover la justicia social. Por lo tanto, el apoyo de la comunidad internacional es aún más urgente para favorecer el desarrollo de infraestructuras, la construcción de perspectivas para las generaciones más jóvenes y la emancipación de las clases más débiles». Francisco hizo esta petición después de reconocer que «África, más allá de los diferentes sucesos dramáticos, muestra un gran y positivo dinamismo, arraigado en su cultura antigua y su tradicional hospitalidad», y de recordar que «un ejemplo de solidaridad efectiva entre las naciones [africanas] es la apertura de fronteras en diferentes países para acoger generosamente a los refugiados y personas desplazadas».
Ese año, el Santo Padre se detuvo en las luces que ponían los acuerdos de paz entre Etiopía y Eritrea y el de Sudán del Sur, pero también en las sombras de la República Democrática del Congo, el conflicto de la Ambazonia (Camerún), o la violencia fundamentalista en Malí, Níger y Nigeria.
Estos tres países ocuparon buena parte de las alusiones a África en el discurso de 2020. En concreto, Francisco se refirió a los ataques contra comunidades cristianas en esa zona del continente. «A la luz de estos eventos –señaló–, es necesario que se realicen estrategias que asuman intervenciones no solo en el ámbito de la seguridad, sino también en la reducción de la pobreza, en la mejora del sistema sanitario, en el desarrollo y en la asistencia humanitaria, en la promoción del buen gobierno y de los derechos civiles». Aunque no puso nombres, apellidos o siglas a los destinatarios de sus palabras, no hay que soslayar que Occidente ha apostado de forma inequívoca por el incremento de la seguridad –obviando la falta de desarrollo que sufren sus comunidades– para acabar con la violencia en el Sahel. Como tampoco hay que olvidar que algunas de las misiones de pacificación más renombradas de los últimos años en la zona han tenido que abandonar territorio africano por su inoperancia y sus aires neocoloniales.
En medio del señalamiento a una zona concreta del continente, Francisco también indicó que «las fricciones y las emergencias humanitarias, agravadas por las perturbaciones del clima, aumentan el número de desplazados y repercuten sobre personas que ya viven en un estado de pobreza extrema». Este asunto, recurrente en el pontificado de Francisco, fue retomado al año siguiente. En plena crisis pandémica, el encuentro con el Cuerpo Diplomático tuvo lugar, de forma anómala, en el mes de febrero. «El cambio climático, agravado por las acciones humanas desconsideradas y ahora además por la pandemia, es motivo de profunda preocupación. Me refiero, en primer lugar, a la inseguridad alimentaria que durante el último año ha afectado particularmente a Burkina Faso, Malí y Níger, con millones de personas que padecen hambre», les dijo en un discurso en el que se refirió al terrorismo como «otra grave plaga de nuestro tiempo». Sin mencionar ningún país –habló del África subsahariana–, se centró en la violencia «motivada por distorsiones ideológicas de la religión», que se traduce, en no pocas ocasiones, en ataques contra templos y comunidades creyentes: «La protección de los lugares de culto es una consecuencia directa de la defensa de la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, y es un deber para las autoridades civiles, independientemente de la tendencia política o de la pertenencia religiosa».
Las migraciones también han sido objeto de denuncia por parte de Francisco en estos encuentros. Mientras que en 2022 recordó que esta realidad «no concierne solo a Europa, aunque se vea especialmente afectada por los flujos provenientes de África y Asia», en 2024 volvió a señalar el drama del Mediterráneo. «Ante esta ingente tragedia fácilmente acabamos cerrando nuestros corazones, atrincherándonos tras el miedo a una “invasión” –argumentó Francisco–. Olvidamos fácilmente que se trata de personas con rostros y nombres y pasamos por alto la vocación del Mare Nostrum, que es la de ser un lugar de encuentro y enriquecimiento mutuo entre personas, pueblos y culturas». Y después de la denuncia, vino la reflexión dirigida a las autoridades europeas: «Ningún país puede quedarse solo y ninguno puede pensar en abordar la cuestión de forma aislada mediante una legislación más restrictiva y represiva, aprobada a veces bajo la presión del miedo o en busca de un consenso electoral».
El año pasado, en el que hasta ahora ha sido su último discurso a los embajadores, el Papa incidió en una idea nada nueva en él: «Para conseguir la paz, no es suficiente eliminar los instrumentos bélicos, es necesario extirpar de raíz las causas de las guerras, la primera de todas es el hambre, una plaga que golpea todavía hoy zonas enteras de la tierra, mientras que en otras se verifica un considerable desperdicio de alimentos. Está además la explotación de los recursos naturales, que enriquece a unos pocos, dejando en la miseria y en la pobreza a poblaciones enteras […]. A esta causa se puede conectar en cierto modo la explotación de las personas, obligadas a trabajar mal pagadas y sin perspectivas reales de un crecimiento profesional».
A primeros de enero, y junto al deseo de un próspero 2025 a la comunidad internacional, Francisco tomará la palabra.
Mathieu Couttenier es profesor del Departamento de Economía de la École Normale Superiore de Lyon e investigador asociado del Centro de Investigación de Política Económica. En octubre de 2023 presentó en Barcelona, en el marco del IX Taller sobre Economía Política del Desarrollo y Conflictos, el estudio Queridos hermanos y hermanas. Los discursos del Papa y la dinámica de los conflictos en África. La investigación –desarrollada junto a Sophie Hatte, Lucile Laugerete y Tommaso Sonno–, se ha centrado en los mensajes papales de Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco desde 1997 hasta 2021 y concluye que cuando un papa se refiere a un conflicto en el continente, la incidencia de la violencia disminuye un 20 % en las semanas posteriores. Los investigadores afirman que, aunque los efectos de los discursos e intervenciones papales persisten hasta tres meses después de ser pronunciados, su impacto no afecta a la probabilidad de un acuerdo de paz. Además, destacan que el descenso del nivel de violencia es más acusado en el lugar de nacimiento de los políticos implicados en la resolución de los conflictos y que los mensajes se reciben de distinta forma dependiendo de qué papa envíe el mensaje. En su estudio, también añaden un factor exógeno: cuanto más tiempo llevan los obispos en sus diócesis, menor impacto pacificador tienen los mensajes papales.
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