Publicado por Alfonso Armada en |
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Traducción: Montse Basté
Navona. Barcelona 2022, 179 págs.
Etiopía representa el contraste entre el valor del sufrimiento en África y en Europa, entre por ejemplo Etiopía (donde se muere en silencio) y Ucrania. Arranca Ennatu Domingo (nacida en Etiopía, adoptada por una pareja española y licenciada en Ciencias Políticas) con el viaje en autobús por el norte etíope junto a su madre enferma y su hermano en su regazo, cuando ella contaba siete años, y a renglón seguido con la decisión del primer ministro Abiy Ahmed de atacar Tigré. Y la crítica a una información «manipulada», «con cuentagotas» que nos llevará a «perder el hilo» de los hechos. Ahí tenemos la clave de un libro híbrido, que hilvana biografía y reflexión política. Es su virtud, pero también su debilidad.
Madera de eucalipto quemada es un valioso testimonio de alguien que ha tomado conciencia de su origen y se esmera en saber quién es, de dónde viene y a dónde se encamina. Está muy bien traída su crítica del victimismo –que implicaba contar su experiencia desde la culpa–, la individualidad y la gratitud. Domingo trata de entender a Yamrot, su madre, con sus contradicciones, sin idealizarla ni denigrarla. Aunque inicialmente quiso «proteger» la imagen de su madre, con la ayuda de sus padres adoptivos, se esforzó en no olvidarla. Esto enlaza con otra cuestión crucial en las adopciones internacionales: al abrazar la cultura del país de acogida se corre el peligro de desculturizarse para facilitar la integración. Ese intento de contrarrestar el racismo puede acabar convirtiéndose en otro sutil racismo. Y un hilo de cobre del que tirar: el recuerdo de la desposesión, que es otra forma elevada de conciencia, amén de la cautela ante la bienintencionada y peligrosa Europa que quiere salvar África, que no necesita a nadie que la salve.
Es más que loable el intento de la autora de encontrar un relato que le permita mostrar su recorrido vital. Sin embargo hay dos grandes flaquezas: mientras que las palabras son sólidas, huelen, tienen color, vibran, cuando habla de su peripecia («Aunque ya no tengo las uñas sucias de trabajar la tierra (…) llevo conmigo todas las marcas y señales de una mujer que ha vivido en las montañas verdes y en los bosques frondosos del norte de Etiopía»), parecen impostadas cuando cae en el neolenguaje políticamente correcto y, sobre todo, cuando introduce la problemática catalana en su imaginario. A mi juicio queda en evidencia cuando se sirve de la eslavista Svetlana Boym y su análisis del actual «deseo ferviente de vivir en una sociedad dotada de memoria colectiva, el anhelo de reencontrar la continuidad en un mundo dividido en fragmentos». ¿No sería Cataluña víctima de esa enfermedad, como la visión sesgada de la historia común con España, que la autora integra en su condición, tan rica en raíces? Los intentos de entrelazar (a partir de unos versos de Maria-Mercè Marçal: orígenes pobres, condición mujer, nación oprimida) Etiopía y Cataluña me parece que no cuajan en este libro estimable por su sinceridad y su coraje: «A mí no me había abandonado mi madre, me había abandonado Etiopía».
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