Lourdes Reyzábal: «Al final los niños siempre son las víctimas»

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Dirige la Fundación Raíces, una organización que lleva más de veinte años acompañando a niños, niñas, adolescentes y jóvenes que sufren marginación y exclusión social. Entre ellos, migrantes que llegaron solos a España, los mal llamados MENAS, un colectivo que está siendo injustamente criminalizado. Dotada con una gran sensibilidad, a Lourdes le importa el trato individualizado. Cada persona tiene su propia historia y sus necesidades. «Cuando les dedicas un ratito y les miras a los ojos, descubres que hay un ser humano exactamente igual que tú, pero con una resiliencia impresionante».

¿Por qué psicóloga?

Dice mi madre que desde niña siempre me he preguntado qué es lo que le pasa al ser humano aquí (se señala la cabeza) y aquí (se señala el pecho). Cómo podemos ser felices a pesar de todo lo que nos ocurre. Mi padre murió casi en mis brazos cuando yo tenía diez años y aquello me hizo cuestionarme muchas cosas desde muy pequeña. La psicología me apasiona.

¿Cuándo te acercaste al ámbito de «lo social»?

Durante los años de universidad empecé a conocer lo que entonces llamábamos el mundo de la marginación. En Madrid era la droga la que estaba afectando más a los chavalillos que había por los barrios. Decidí hacer las prácticas en una institución dedicada al tratamiento de adicciones y a la vez conocí a Enrique de Castro, «el cura de Entrevías»ydescubrí lo se estaba haciendo en aquella parroquia: grupos como las Madres Unidas contra la Droga, los Traperos de Emaús… Me enganché a todo aquello y a mi madre y a mí se nos ocurrió crear la Fundación Raíces como un vehículo para recaudar fondos y apoyar todo ese trabajo. Pero Enrique, que es un agitador de conciencias, nos dejó claro que no quería el dinero si no nos implicábamos. Nunca se me olvidará el día en que me quedé sola en su despacho con Justo, uno de los primeros chavales que ayudó Enrique —en ese momento ya tendría unos cuarenta años—que había tenido una vida durísima, y me dijo: «Tú eres la típica niña pija que vienes por aquí a ver esto como si fuéramos animales de un zoo. Te vas a cansar, te irás y nunca  te acordarás de nosotros». Fue el mayor reto que me habían puesto en la vida. Ser pija o no, no lo podía cambiar. Pero aquello me picó y mi vida dio un vuelco. Hizo que me implicara mucho con chavales que habían tenido problemas con las drogas, que salían de la cárcel o que estaban enfermos con VIH. En esa época también conocí a Nacho de la Mata, que era abogado. Nos enamoramos, nos casamos y decidimos que queríamos vivir en Vallecas y acoger en nuestra casa a chavales que estaban en la calle.

¿Y lo hicisteis?

Tuvimos que posponerlo, porque durante el viaje de novios a Nacho le descubrieron un tumor cerebral y hubo que hacer muchos cambios. En 2003 conocimos lo que estaba ocurriendo en Madrid con los niños y niñas que llegaban solos desde sus países de origen escondidos en las pateras o en los bajos de un camión. El Estado español tiene la obligación de protegerles y de tutelarles. Tenemos una ley muy garantista que protege mucho sus derechos y que dice, entre otras cosas, que cualquier niño tutelado es regular a todos los efectos. Pero descubrimos que, cuando estaban a punto de cumplir los dieciochos años —y a lo mejor llevaban aquí desde los doce o los trece—, la policía se presentaba en los pisos y residencias donde estaban viviendo y les expulsaban a sus países de origen. Llegaban al centro seis agentes de policía, cogían al niño en pijama y en chanclas, le llevaban directamente al aeropuerto de Barajas, le subían a un avión y le dejaban en su país, a veces a más de 600 kilómetros de sus ciudades. Documentamos un montón de repatriaciones que estaban ocurriendo de aquella manera. El Estado estaba actuando de una manera absolutamente ilegal. Nacho dedicó tres años a estudiar cómo se podía parar aquello y empezamos a ir por las noches a las residencias y centros para entrevistar a todos y cada uno de los niños tutelados para hacer documentar sus situaciones.  Entre ellos algunos estaban enfermos y no se les podía interrumpir el tratamiento pero eran susceptibles de ser expulsados. Mientras estudiábamos el tema, continuaban las expulsiones cada semana. Eso provocó que muchos chavales prefirieran vivir en la calle, en vez de en los centros, por miedo a ser repatriados. Nacho y yo empezamos a acoger a aquellos niños en nuestra casa.

¿Cómo fue la experiencia de la acogida?

Fue la convivencia con ellos lo que sin duda nos dio la fuerza y el conocimiento de todo lo que estaba pasando. Uno de los niños que había sido expulsado volvió a los pocos días, contactó con nosotros y se vino a vivir a casa. Nos contó con detalle cómo se había producido todo. Nacho y yo tuvimos tres hijas, y también para ellas ha sido una suerte poder convivir en casa con estos niños y niñas tan mal llamados MENAS, un término que ha terminado por cosificarles, que no nos interpela ni nos hace sentirles cerca. Tuvimos la suerte de compartir la vida con ellos en nuestra propia casa y descubrir que nada tiene que ver con todo lo que se dice de este colectivo tan criminalizado y estigmatizado.

¿Qué pasó con esas repatriaciones ilegales?

En el año 2006 conseguimos bajar a uno de estos niños que iba a ser expulsado, cinco minutos antes de que despegara el avión. Aquel niño se llamaba Boby. Logramos que el juez ordenara la suspensión de la repatriación. Era la primera vez que se conseguía parar una repatriación de este tipo. Nacho y el niño se habían enfrentado contra todas las administraciones y se reconoció que el Estado español había vulnerado la tutela judicial efectiva. Aquella sentencia modificó la Ley de Extranjería. Llegamos a documentar más de 250 repatriaciones que se llegaron a ejecutar de esa manera ilegal, pero también conseguimos bajar a muchos niños del avión. En 2009 estas repatriaciones pararon radicalmente. Pero desde hace unos años la situación ha empeorado.

¿Por qué?

El gobierno encontró la forma de seguir vulnerando los derechos de estos niños. Desde 2009, a todos los niños que nos llegan desde África subsahariana y desde Marruecos se les somete a un procedimiento de determinación de la edad negando la credibilidad de la documentación que tienen, expedida por sus embajadas y consulados correspondientes. El procedimiento consiste en unas pruebas médicas, la radiografía de la muñeca y la exploración de sus genitales. Me parece importantísimo que esto se sepa. A todos estos niños y niñas se les somete a un desnudo integral en la fiscalía de menores de las distintas ciudades de nuestro país para, en función del tamaño de sus genitales, determinar si son menores o mayores de edad. Como si hubiera diferencia entre una niña de 16 y una de 18. La realidad es que la fiscalía, de manera sistemática, está decretando mayores de edad a niños y niñas que tienen documentada su minoría de edad con pasaportes, cartas nacionales de identidad, partidas de nacimiento y certificados de autenticidad de esos documentos. Esto ha hecho que en estos años la vida de estos niños se haya convertido en un limbo absoluto: están en la calle sin poder acceder a recursos de adultos y sin poder acceder a recursos de niños.

Lourdes Reyzábal en la sede de la Fundación Raíces, en Madrid, el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo
¿Qué hacéis desde Raíces para ayudarles?

Hemos podido defender jurídicamente a más de 200 niños y niñas que habían sido convertidos en adultos y expulsados de los sistemas de protección, abandonados en la calle. También les apoyamos ante el trato que se les está dando dentro de los centros de menores, como el de primera acogida de Hortaleza en Madrid o el de la Purísima en Melilla. Hay niños que llevan meses durmiendo en el suelo y que no tienen sus necesidades básicas cubiertas. La administración ha ido cerrando plazas en los últimos años en pisos y residencias, hay un desbordamiento de niños y el personal está sobrepasado. Al final, los niños siempre son las víctimas. De todas estas vulneraciones de derechos es de lo que se encarga Raíces, que, a día de hoy, cuenta con un equipo de diez personas. En el último año hemos atendido a más de 450 personas, en su mayor parte menores y jóvenes entre los catorce y los veintiún años.

¿Por qué este maltrato institucional constante?

Esa pregunta llevamos muchos años haciéndonosla. ¿Por qué la administración hace esto y por qué, además, a chavales a los que la vida se lo ha puesto tan difícil? Cuando conoces sus  historias descubres que sus vidas no pueden estar más llenas de infortunios. La mayoría han vivido acontecimientos traumáticos y situaciones tan extremas… Muchos niños que vienen de países como Guinea Conakry, Costa de Marfil, Camerún, Malí o Ghana huyen de situaciones tremendas, de países en conflicto, de violaciones de derechos humanos sistemáticas. ¿Por qué la administración les trata así cuando han llegado hasta aquí? Todas las políticas garantistas que tenemos, las firmas de tratados y convenciones, han quedado en papel mojado. Todo por las políticas del control del flujo migratorio. Se ve a estos niños y niñas como intrusos en nuestra España fortaleza y los derechos humanos han quedado relegados al último plano. En lugar de ver la riqueza que traen todos estos niños y niñas, se les convierte en una amenaza y se les niegan todos los derechos. Y en esto ha dado igual el partido que ha gobernado. Todos han vulnerado sus derechos. España ha sido condenada por Naciones Unidas y por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos varias veces por violación de derechos humanos.

Me gustaría conocer alguna de sus historias.

Podría contaros miles. Me viene a la cabeza la de Bilal. Vino de Tánger con catorce años en el momento en el que Nacho acababa de terminar la quimioterapia y estaba con los controles. Bilal había venido a España porque su madre tenía un tumor cerebral y en Marruecos no tenían medios para costear el tratamiento. Pensaba ponerse a trabajar para mandar dinero y que pudieran curarla. Pero se encontró con que aquí no podía trabajar. Fue tutelado, entró a vivir en un piso de Mensajeros de la Paz y empezó un curso de cocina. Cuando estaba a punto de cumplir los diecisiete años y acabar su formación en cocina, la policía se lo llevó al aeropuerto. Hicimos todo lo que habíamos hecho con Boby y el juzgado dio la orden de que lo bajaran del avión, pero la policía no hizo caso y fue expulsado. Cada día nos llamaba desde Marruecos y nos decía que volvería a colarse en un camión para volver y poder ayudar a su madre. No se nos puede olvidar que hay niños que mueren al ser aplastados en los bajos de los camiones. Al final, Nacho, que era su abogado, consiguió que el juez diera la orden al Gobierno español de volver a traer a Bilal, de manera legal. Al poco de morir Nacho, conseguimos que Albert Adrià contratara a Bilal como cocinero. Hoy se ha convertido en mano derecha en el restaurante Tickets de Barcelona, que tiene una estrella Michelín, y los hermanos Adrià le designaron para formar al equipo del restaurante que han abierto en Londres. Ahora Bilal es un grandísimo cocinero que ha hecho un recorrido impresionante y, por supuesto, ha estado apoyando todo este tiempo a su madre y al resto de su familia en Tánger. Esa es una historia, pero hay muchas.

¿Me cuentas otra?

Mamadi, de Guinea Conakry, después de ver cómo un grupo paramilitar asesinaba a su padre y a su madre salió huyendo con su hermana. Él tenía quince años y su hermana trece. Mientras corrían, dispararon a su hermana, pero él siguió huyendo y nunca se dio la vuelta para ver cómo estaba ella. No haberlo hecho se convirtió en una tortura para él. Él sólo sabía que tenía que huir, sin saber a dónde. Es lo que te cuentan muchos, que realmente no saben a dónde van ni cuál va a ser su trayectoria. Estos chavalillos no tienen una ruta diseñada. Mamadi fue de pueblo en pueblo, encontrando a gente que le fue echando una mano, pero con miedo a que le mataran. Llegó hasta Argelia, luego a Marruecos y al final, después de meterse en una patera sin saber bien a dónde iba, llegó a España, aterrorizado. Al llegar finalmente a Madrid le hacen las pruebas, le determinan mayor de edad y le dejan en la calle. ¿Cómo puede la administración dejar en la calle a un chaval con una historia como esta? En su trayecto la gente le iba diciendo que estuviera tranquilo, que en Europa recibiría la ayuda que necesitaba. Pero al llegar aquí la administración le dejó literalmente en la calle. Fue totalmente abandonado y él no lo entendía. Cuando le conocimos conseguimos que le dieran estatus de refugiado.

¿Qué es lo que más necesitan estos niños y niñas?

Llegan muchas veces con una tristeza profunda por los acontecimientos vividos y la única manera de que no caigan en una depresión profunda es tener algo de esperanza. No entienden por qué si nuestras leyes dicen una cosa, las administraciones se lo saltan. Su intención no es ni colonizarnos, ni islamizarnos. Son chavales que han salido en busca de una oportunidad de vida. Y cuando se les brinda esa oportunidad y esa esperanza, la acogen como un tesoro, la cuidan y la miman. Son muy críos, están en una edad muy fácil para poder ser integrados en la sociedad. Pero creamos guetos para ellos. No puede haber macrocentros sólo para MENAS. Hay que promover los acogimientos familiares y hay que individualizar cada caso. Que se sientan queridos y protegidos. Debemos apostar por encontrarnos con ellos, mirarnos a los ojos sin miedo y ser capaces de interpelarnos mutuamente. «He venido a buscarme la vida», es lo que todos te dicen. A pesar de lo que han vivido, siguen sonriendo y luchando, y en cuanto tienen una oportunidad la aprovechan como nadie.

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