LRA, misión no cumplida

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Por José Carlos Rodríguez Soto

 

Desde hace una década, cientos de miles de personas en República Democrática de Congo y República Centroafricana viven bajo el terror de los rebeldes ugandeses del LRA. Durante los últimos meses, este grupo ha multiplicado sus secuestros y ataques. La anunciada retirada del Ejército ugandés encargado de derrotarles no augura ninguna mejora.

 

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El Ejército de Resistencia del Señor, el grupo guerrillero liderado por Joseph Kony, mantiene abierto un conflicto que nació en Uganda y ahora se ha enquistado en el este de la República Centroafricana. Es, para algunos, el conflicto más antiguo del continente / Fotografía: José Carlos Rodríguez Soto

El pasado 23 de septiembre, en la remota aldea de Kpiamou, situada en la prefectura de Mbomou, en el este de ­República Centroafricana (RCA), un grupo de rebeldes ugandeses del Ejército de Resistencia del Señor (LRA, por sus siglas en inglés) llegó por sorpresa a primera hora de la mañana, y tras pasar casa por casa saqueando todo lo que encontraron a su paso, secuestraron a 16 de sus habitantes para obligarlos a transportar el botín hasta su campamento. Siguiendo un guion ya visto muchas veces, al caer la noche soltaron a los rehenes adultos y retuvieron a cinco niños, de entre 8 y 15 años. Cuando los secuestrados volvieron a su pueblo a la mañana siguiente lo encontraron vacío. Sus vecinos, temiendo un nuevo ataque, se refugiaron en la selva.

Una escena semejante se ha convertido en rutina, casi diaria, en el este del país y en los territorios del Alto y Bajo Uele, en el noreste de la vecina República ­Democrática de Congo (RDC). Ambas regiones, separadas por el río Mbomou, viven desde hace casi una década asoladas por el terror del LRA, que ataca preferentemente a civiles indefensos. En 2012 llegó a haber en esta vastísima zona alrededor de medio millón de desplazados, según datos de la ONU. Tras una reducción notable durante los últimos años, desde 2015 vuelve a aumentar el número de personas que han huido de sus hogares para no ser secuestradas por los impredecibles tongo tongo, como se conoce en lengua zande a los guerrilleros del LRA.

El conflicto armado más antiguo de África –por historia e intensidad no se incluye el de Casamance– no se libra ni en ­Somalia, ni en Sudán ni en el este de RDC. Lo protagoniza el LRA, un grupo rebelde ugandés conocido por su extraordinaria crueldad. Comenzó en el norte de este país en 1987 y tras dos décadas de guerra –en la que llegó a desplazar a dos millones de civiles y secuestrar a unos 40.000 niños– se marchó de su país en 2006, tras ser diezmado por una combinación de presión militar y abandono de miles de guerrilleros atraídos por una amnistía, para instalarse en las dos regiones citadas de RDC y RCA. Ambas zonas estaban bien elegidas: en ninguna hay presencia del Estado y están cubiertas por inmensas selvas poco habitadas. Un lugar ideal para grupos rebeldes que pasan todo el día caminando en pequeños grupos para evadir cualquier intento de captura. A pesar de la gravedad de la situación, parece que el mundo solo despertó alarmado ante las fechorías de su líder, Joseph Kony, a principio de abril de 2012, cuando el vídeo Kony 2012 de la ONG norteamericana Invisible Children se convirtió en viral, con nada menos que 100 millones de visitas en seis días.

Acabar con Joseph Kony

Invisible Children, organización humanitaria creada por un grupo de universitarios de ­California en 2003 para ayudar a las víctimas del LRA, surgió con un enfoque inédito si se la compara con cualquier otra ONG que opera en zonas de conflicto. Mientras que todas las organizaciones ­humanitarias ­suelen marcar sus distancias con respecto a los ejércitos y proclamar su neutralidad, Invisible Children –al tiempo que ayudaba a antiguos secuestrados del LRA con becas de estudio o programas de sanación de traumas– argumentaba que para solucionar el problema de raíz había que llevar a cabo una acción militar contundente para acabar con Kony y sus secuaces. Convertido en un importante grupo de presión, consiguió que en noviembre de 2011 el presidente Obama firmara una ley autorizando el envío de 150 asesores militares norteamericanos a las zonas afectadas por el LRA, para ayudar a los militares de Uganda que desde 2009 había enviado tropas a RCA y RDC gracias a acuerdos bilaterales entre Uganda y los presidentes de estos dos países.

Una fuerza multinacional de un solo país

Aunque el LRA dejó de ser una pesadilla para Uganda en 2006, el Gobierno de este país temía que un día regresara fortalecido a su territorio y se empeñó en seguirlos por la selva de los países vecinos, cuyos mal equipados Ejércitos poco podían hacer para frenar los ataques de los hombres de Kony.

Cuando el LRA atacó por primera vez la población centroafricana de Obo, en marzo de 2009, en el villorrio apenas había cuatro gendarmes que nada pudieron hacer para evitar el secuestro de cientos de personas. En la Navidad de 2008 y 2009, el LRA mató a cerca de 1.000 personas en la zona del Alto Uele, en el este congoleño. A las poblaciones de Dungu, Duru y Faradje llegaron miles de desplazados.

La llegada del Ejército ugandés a estas remotas zonas puso las cosas difíciles al LRA, como lo prueba el hecho de que durante los últimos años haya perdido a sus principales comandantes: Opiyo Makach, Kwoyelo, Caesar ­Achellam, Abudema, Sam Opiyo, Okot Odiambo y Dominic ­Ongwen, este último entregado al Tribunal Penal Internacional (TPI) en enero de 2015. Otros tres líderes del LRA con orden de busca y captura del TPI han muerto desde que este tribunal emitiera sus órdenes de arresto en 2005, y hoy solo queda el elusivo y misterioso Joseph Kony. Militarmente, desde 2012 las cosas han pintado mejor en RCA que en el vecino congoleño, donde el presidente ­Joseph ­Kabila ordenó a los ugandeses –a los que siempre miró con profunda desconfianza– que se marcharan a finales de 2011.

A mediados de 2012, la Unión Africana (UA) autorizó el despliegue de una fuerza multinacional formada por 5.000 soldados de los cuatro países afectados: ­Uganda, Sudán del Sur, RDC y RCA. Según los términos del acuerdo, cada país tenía que hacer frente a los gastos de sus tropas. Pero nunca se llegó ni siquiera a los 3.000 efectivos, y por lo que respecta a la cooperación regional, en realidad Uganda ha sido el único país que ha proporcionado soldados, cuyo número se han visto muy reducido desde 2013. Durante los últimos tres años sus tropas en el terreno no han pasado de un millar de hombres, repartidos en unidades móviles que buscaban al LRA en la selva, ayudados por los servicios de información estadounidenses. RCA, que se comprometió a contribuir con 800 soldados, no pudo cumplir su promesa al hundirse en una crisis sin precedentes con la llegada al poder de los rebeldes de la Seleka en 2013. Sudán del Sur retiró su contingente al estallar la guerra en su territorio a finales de ese año. Y RDC apenas puso a disposición de la UA 200 hombres, todos en Dungu y sin apenas medios.

 

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Un grupo de antigios niños soldado reclutados por el LRA escenifican la vida guerrillera en Obo (RCA), donde viven muchos desplazados por el grupo de Kony / Fotografía: José Carlos Rodríguez Soto

El LRA ha matado a numerosos soldados congoleños en Alto Uele, y entre 2013 y 2014 mantuvo a la mayor parte de sus guerrilleros en sus extensas selvas, al abrigo de las ofensivas del Ejército ugandés.

A pesar de todo, a finales de 2014 los resultados empezaron a aparecer y el LRA se mostró más debilitado que nunca. Decenas de sus combatientes se rendían cada mes gracias a las campañas en favor de las defecciones lanzadas por el Ejército ugandés, sus asesores norteamericanos e Invisible Children. Mientras tanto, su líder, Kony, consiguió sobrevivir gracias a dos factores: sus bases seguras en Kafia Kingi, en el sur de Darfur (Sudán), donde su núcleo más duro podía ponerse a salvo de las ofensivas ugandesas en RCA, y los cargamentos de marfil, oro y diamantes traídos por sus unidades, que proporcionaban estas valiosas mercancías tras larguísimos recorridos desde el parque de la Garamba, en el noreste congoleño, o en las minas controladas por la Seleka, con la que el LRA ha mantenido siempre relaciones oportunistas en el este centroafricano.

Estos recursos le han ayudado a tener siempre suficiente armamento y munición. Según testimonios de varios miembros del LRA que se rindieron, en 2014 apenas quedaban unos 150 combatientes del núcleo duro, formado por ugandeses de etnia acholi, los únicos de los que Kony se fiaba y a los que entrenaba militarmente para darles armas de fuego. Pero como el LRA ya no estaba en Uganda desde 2006, no podía aumentar sus efectivos. La proyección en el futuro parecía clara: a pesar de su capacidad para lanzar ataques contra objetivos civiles, si el número de guerrilleros seguía disminuyendo, llegaría un momento en que Kony no tendría más fuerza y un día u otro terminaría por desaparecer.

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Una trabajadora social escucha en Kiroko (Uganda) a un joven reclutado durante dos años por el Ejército de Resistencia del Señor / Fotografía: Mundo Negro

Cambio de escenario

Pero en 2015 varias circunstancias jugaron a favor de Kony. El Ejército ugandés, agotado de una campaña que se eternizaba, se volvió cada vez más ineficaz y sus tropas parecieron perder su motivación y disciplina iniciales. Al Gobierno de Museveni le convenía más enviar a sus mejores tropas, unos 8.000 soldados, a Somalia, una misión –también bajo bandera de la UA– generosamente financiada por la Unión Europea (UE). En RCA los ugandeses se volvieron cada vez más impopulares, al ser acusados no solo de ineficacia sino de serios abusos de los derechos humanos. Además, en varias ocasiones se vieron envueltos en disputas locales en las que dispararon contra la población.

Por lo que respecta al LRA, Kony no tuvo mayores problemas en reemplazar rápidamente a sus comandantes muertos y capturados por antiguos niños soldado secuestrados en Uganda antes de 2006 y totalmente leales a él, entre ellos sus dos hijos, Ali y ­Salim, ambos de veintipocos años, que hoy siguen siendo sus lugartenientes.

Finalmente, el escurridizo líder rebelde dio un paso que pocos se hubieran atrevido a decidir. Si Kony secuestró durante años a congoleños y centroafricanos para utilizarlos solo como porteadores y esclavos domésticos, en 2015 empezó a seleccionar a los que consideraba más dotados y a entrenarlos militarmente. Gracias al comercio de marfil y diamantes, al LRA no le faltan armas, que consigue fácilmente en las remotas zonas de Kafia Kingi y en poblaciones del este de RCA, donde ejerce su autoridad la Seleka. En pocos meses, sus tropas –ahora formadas por jóvenes secuestrados de varios países– han pasado de ser apenas un centenar a convertirse en varios cientos de jóvenes.

Resurgido de sus cenizas, como tantas veces en el pasado, durante los nueve primeros meses de 2016 el LRA ha secuestrado a algo más de 600 personas, según datos del Invisible Children Crisis Tracker –un portal que hace recuento y localiza los ataques del LRA–, y ha multiplicado sus ataques en extensas zonas de los dos países donde actúa. Son zonas caracterizadas por ser terrenos accidentados, poco poblados y con presencia de otros grupos rebeldes, sobre todo la Seleka. Las fuerzas especiales norteamericanas, a pesar de contar con sofisticados medios de inteligencia, poco han podido hacer para detectar a grupos de apenas 10 o 12 guerrilleros esparcidos por una jungla espesa y separados entre ellos por cientos de kilómetros.

Retirada del Ejército ugandés

Por si fuera poco, en abril de este año el Gobierno de Uganda anunció –después de dos años de avisos– que retiraba sus tropas. La fecha final, prevista para finales de octubre, se ha trasladado a diciembre. De momento, los ugandeses ya han desmantelado sus bases en Bakouma, Djema, Zemio y Mboki y se han concentrado en su cuartel de Obo, a un centenar de kilómetros de la frontera con Sudán del Sur, donde la misión de la UA tiene su base logística en Yambio.

¿Qué cambiará con la retirada de los ugandeses? Para los desplazados que malviven en Obo, Mboki o Zemio si las esperanzas de un retorno a sus aldeas de origen parecían cada vez más lejanas, ahora se han esfumado del todo. Desde finales de 2009, el LRA ha matado a pocos civiles, algo que parece responder a una estrategia bien diseñada por Kony para no atraer una respuesta internacional que pudiera ponerle en peligro. En lo que va de año, apenas han sido 17. Pero el efecto psicológico de sus grupos, que se mueven constantemente por la selva atacando aldeas desprotegidas, es inmenso. Muchos miles de centroafricanos y congoleños no pueden tener la vida que tenían antes: cultivar, cazar, comerciar y enviar a sus hijos a la escuela. Para los miles de padres cuyos niños fueron secuestrados por el LRA y de los que nunca se supo nada más, el trauma no podrá ser superado. A esto se añade que la población que es víctima de sus ataques no entiende por qué el grupo rebelde de un país –Uganda– que ni siquiera tiene frontera con RCA, les causa tanto dolor. Toda esta impotencia ha dado lugar a innumerables teorías de la conspiración y hace que centroafricanos y congoleños miren con desconfianza cualquier intervención –humanitaria, diplomática o militar– encaminada a resolver esta crisis. La MINUSCA, la misión de paz de la ONU desplegada en RCA desde septiembre de 2014 poco podrá hacer al no tener un mandato ofensivo que le permitiera perseguir al LRA en la selva.

Uno de los actores más criticados por la aparente falta de resultados en la lucha contra el grupo de Kony es Estados Unidos. En realidad, no ha sido fácil para el presidente Obama mantener el apoyo del Congreso para esta misión militar, en la que su país ha invertido mucho dinero y sobre la que los republicanos han criticado que no tiene sentido al no desarrollarse en un país donde la seguridad norteamericana está en juego. A pesar de todo, Estados Unidos ya ha anunciado –de momento en voz baja– que tras la retirada de los ugandeses ellos seguirán en Obo. En teoría, para apoyar a los soldados centroafricanos desplegados allí que deberían seguir protegiendo a la población. En la práctica, diplomáticos norteamericanos en Bangui hablan abiertamente de la importancia de esta base para vigilar de cerca una zona que cada vez tiene más importancia estratégica, como prueba el hecho de que en julio de este año la base norteamericana de Obo se convirtiera en el punto donde la embajada norteamericana de Yuba envió a su personal tras evacuarlos ante el recrudecimiento de los combates en Sudán del Sur.

La guerra del LRA es uno de los conflictos africanos más antiguos. Salvo alguna sorpresa que, de momento parece poco probable que se produzca, es muy posible que durante los próximos años los periodistas que nos ocupamos de África sigamos repitiendo esta frase.

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