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Por Josean Villalabeitia
Ocho largos años van a cumplirse desde aquella sangrienta revuelta popular que, en enero de 2009, y con el apoyo de una facción del Ejército, obligara al presidente del país, Marc Ravalomanana, a abandonar el poder. Nacía así un convulso período político, denominado ‘de transición’, que capitaneó el hasta entonces alcalde de la capital, Andry Rajoelina. Las principales instituciones internacionales lo interpretaron como un fraude democrático y, en represalia, retiraron todas sus ayudas a Madagascar.
La crisis tendría que haber finalizado con las elecciones de 2013, pero el nuevo presidente, Hery Rajaonarimampianina, que tomó posesión en enero de 2014 tras un proceso electoral unánimemente aprobado por la comunidad internacional, no ha sido capaz de reconducir la situación. Al contrario, esta ha continuado agravándose, tanto en el plano político como en el económico y social, hasta sumir al país en un atolladero cada día más inquietante.
La tensión política subió el pasado verano a límites especialmente preocupantes por la explosión de una bomba durante un concierto conmemorativo de la independencia malgache, el 26 de junio, con un balance de cuatro muertos y casi un centenar de heridos. En los días posteriores, los insistentes rumores de golpe de Estado obligaron a mantener en estado de alerta máxima a militares y gendarmes, situación que se mantiene hasta el momento en que se redactan estas líneas.
En cuanto a la situación social, bastan algunos párrafos de la última declaración de la Comisión Episcopal Justicia y Paz, del pasado 15 de julio, para constatar su gravedad: “La población vive un miedo perpetuo porque el poder no consigue proteger ni a las personas ni sus bienes. Numerosos ciudadanos han perdido la vida a causa de la creciente inseguridad que azota todas las regiones de nuestro país. La codicia y la corrupción reinan en el seno de la Administración. No se respeta la equidad e imparcialidad, sobre todo en la Justicia, lo que convierte el Estado de derecho en una utopía. La justicia popular se ha vuelto práctica habitual”. Todo ello en medio de una pobreza que extiende sus garras sin cesar.
De momento la única salida viable parecen ser las próximas elecciones presidenciales, anunciadas para 2018. Y es que solo una renovación profunda del funcionamiento del Estado, que debería comenzar por los responsables de gestionarlo con honradez, podría conseguir cambiar algunas cosas. Pero casi nadie espera demasiado de tan lejana cita electoral.
De hecho, sus previsibles protagonistas van a ser los de siempre, pues los dos últimos presidentes constitucionales –Rajaonarimampianina y Ravalomanana– han anunciado ya su intención de presentarse. En cuanto al líder transitorio, Rajoelina –actualmente fuera del país–, nadie duda de su interés en regresar al sillón presidencial. Como si el pueblo no tuviera memoria.
* Fotografía: Entrada al servicio de urgencias del hospital universitario de Antananarivo el pasado 26 de junio, donde ingresaron muchos de los heridos por la explosión de una bomba en un concierto conmemorativo de la independencia malgache / Getty Images
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