Publicado por Javier Fariñas Martín en |
En 2013, la joven Manka Angwafo, analista de investigación en la oficina del economista jefe para África del Banco Mundial (BM), decidió que pasaría el verano en su país natal, Camerún. De allí, de su tierra, había salido en dirección a EE. UU. con apenas 18 años para continuar con su formación. Matriculada en la Universidad de Tufts, se licenció en Economía y en Relaciones Internacionales y, en 2008, completó un máster en Negocios Europeos. En 2009, después de realizar prácticas en Tudor Investment Corporation y Hawpoint Partners, fue contratada por el Banco Mundial (BM). Aquí tuvo la oportunidad de analizar las tendencias macroeconómicas de la región y evaluar las políticas desarrolladas por los países del continente con ingresos medios y bajos que salían de conflictos. En este contexto se desarrolla su estancia durante cinco meses en Sudán del Sur, entre junio y octubre de 2011, donde encabezó una misión del BM para analizar el funcionamiento de los centros de salud de los estados de Jonglei y Alto Nilo. Cuando llegó a tierras sursudanesas todavía tenía fresca su experiencia como voluntaria en Haití, donde había acudido un año antes, después del terremoto que asoló la capital del país caribeño, Puerto Príncipe, para reconstruir viviendas de personas que se habían quedado sin hogar tras el seísmo.
Pero volvamos a la fecha inicial, 2013. Un simple período vacacional cambió la vida de la camerunesa. En aquellas semanas aprovechó para recoger la cosecha de maíz con su abuela paterna –su madre es jamaicana–. Aquel proceso, que la madre de su padre realizaba igual que habían hecho sus antepasados durante siglos, provocaba que muchas mazorcas se rompieran y que buena parte del grano se perdiera. Lo que le sucedía a su abuela no era accidental. La inmensa mayoría de los agricultores cameruneses son mujeres que no pueden vivir de su trabajo. «De inmediato supe que se podía hacer de otra manera», ha señalado siempre que le han preguntado por aquellos días. Para que la caída del caballo fuera completa, tuvo que volver a EE. UU., donde ayudó en la granja al tío de un amigo suyo. En ese tiempo, asimiló algunos recursos del trabajo en el campo y comenzó a madurar la idea de regresar a Camerún.
La vuelta tuvo lugar en 2015. Fundó Grassland Cameroon (GC), una empresa social que pretende dar respuesta a los principales retos de los agricultores del país: las dificultades de acceso a créditos para mejorar su equipamiento y la falta de formación. GC facilita financiación a bajo interés que los agricultores pueden amortizar con parte de su producción. Además, la sociedad de Angwafo compra hasta el 70 % restante de la cosecha y le da salida en el mercado a través de mayoristas. Su trabajo, que le valió el Premio a la Iniciativa Cartier 2019, ha llegado ya a más de 1.000 agricultores, que han multiplicado por 2,5 su producción desde que están vinculados a GC. En una entrevista publicada en el portal Spore, la camerunesa señalaba que «los hombres son más ambiciosos a la hora de iniciar un negocio y las mujeres somos más realistas. Nosotras aspiramos a lo que sabemos que es posible y ellos a lo que esperan que sea posible».
Ilustración Tina Ramos Ekongo