Marina Santo: «El arte es un patrimonio universal, un derecho»

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Marina Santo, artista y docente


«Nací en Río de Janeiro hace 46 años y vivo en Madrid desde 2006. Creo proyectos en los que acompaño a personas para que conozcan más su cuerpo y encuentren nuevas maneras de estar en el mundo, con más bienestar, conciencia y, ojalá, con más baile».






Vienes de Río de Janeiro. ¿En qué ambiente creciste?

Brasil es el país con mayor población afrodescendiente fuera del continente africano. Cuando crecí no teníamos representatividad ni en la tele ni en la política, aunque haya habido históricamente un movimiento negro y formas de resistencia muy potentes. Río de Janeiro es una ciudad bellísima pero muy compleja, con mucho clasismo y racismo. Vengo de una familia conservadora que un día fue de clase media en un barrio pijo, Ipanema, y de entornos siempre muy blancos donde tardé bastante en verme como afrodescendiente. Tengo parientes de diferentes tonos de piel, con colores de ojos y tipos de pelo diferentes. Hay una parte europea, mayoritariamente de Italia, y una de origen africano. La europea siempre ha sido visibilizada y enaltecida, y la negra muy borrada. Mi vida adulta ha sido una búsqueda de lo que fue eliminado en muchos sentidos. Eso me llevó a hacerme un test de ADN para conocer mi herencia ancestral africana.



¿Llegaste a conocerla?

Sí. Encontré orígenes en Nigeria, en el norte de África y también una parte andina. Soy esa mezcla de muchos mundos y nunca he estado a salvo de prejuicios ni de violencia simbólica, aunque cuando vine a Europa la cuestión del racismo se amplificó, sumado a lo de ser migrante. Mi cuerpo está atravesado por esa experiencia. El racismo estructural fue generado en Europa. Aquí están las raíces de esa cosa tan loca que padecemos muchas.



Háblame de tus primeros recuerdos relacionados con el movimiento del cuerpo y el baile.

Clichés aparte, ser de Río es estar muy en contacto con el cuerpo, por la playa, el clima, llevar menos ropa… Hay una manera de estar con el cuerpo en general muy distinta a la de Madrid. El baile es un elemento cultural muy fuerte, es un lugar de celebración y encuentro. Crecí viendo a mucha gente bailando y expresándose libremente con su cuerpo, como en la experiencia cósmica de los carnavales. No quiero reproducir estereotipos, pero tenemos una manera diferente de circular por el mundo y de relacionarnos con las personas. Tengo un recuerdo muy nítido, vestida como Pebbles Picapiedra bailando, mis amiguitas tirándome confeti y yo con la sensación de «¡Buah! ¡Me encanta!». Hice ballet, me formé en el jazz de los años 80 y me inspiré en las pelis de aquel momento. Estudié Historia, una carrera muy teórica, rígida y conservadora, pero la noche era el lugar donde, con el baile, podía descubrirme, y eso me marcó profundamente. Para mí, la juventud siempre ha sido un canto a la libertad y a la experimentación. 

Marina Santo el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo



¿Cuándo decides que te quieres dedicar profesionalmente al arte del cuerpo?

Bailar siempre ha sido algo muy poderoso para mí. Sentía algo especial cuando bailaba. Estaba la presión del entorno con el tema de la carrera, y con eso fui haciendo lo que se supone que tenía que hacer, como aprender inglés y estudiar en una buena universidad. Cuando vine a España sentí que estaba lista para enfrentarme a mi deseo y en Madrid, en medio de las dificultades por ser una persona migrante y racializada, fui buscándome la vida como camarera o en lo que pudiera para pagarme el alquiler e ir a clases. La danza contemporánea me fascinaba y empecé a conectar con profesionales que me abrieron los ojos a lenguajes que no conocía como la danza-teatro, la investigación del movimiento o la improvisación.



Pero empiezas a enfocarte en la educación.

Veía que España no ofrecía el apoyo necesario a los profesionales del arte en general y de la danza contemporánea en particular, y la educación siempre ha sido algo que me ha interesado. En Brasil quería ser profesora de Historia y hacer la revolución desde ahí. Unir las dos cosas fue algo orgánico, ya que veo muchas analogías. Trabajar con el cuerpo también es mover el pensamiento. Empecé a crear mis proyectos hace 14 años ya, primero junto al movimiento feminista, llevando el cuerpo a espacios de mujeres. Siempre me interesó trabajar con perfiles de gente real. Mi trabajo está enfocado desde lo comunitario para potenciar nuestra humanidad. El arte no es solo para artistas, es un patrimonio universal, un derecho. Y el cuerpo, que es donde experimentamos la vida, es el lugar por excelencia para deconstruirse, aprender, cuestionar lo establecido y encontrar tu propia verdad. Ser migrante para mí ha sido un camino de descubrimiento personal y por eso me lancé a mi deseo, siendo muy consciente de mis privilegios, como tener estudios, hablar un montón de idiomas y ser una afrodescendiente light skin (de piel clara) en esta sociedad enferma con el racismo. Mi deseo es crear espacios donde acompañar y ofrecer herramientas para producir conocimiento sobre una misma y sobre el mundo a través del cuerpo y de su lenguaje, libre de etiquetas.



¿Pueden tus sesiones cambiar la vida de las personas?

Cambiar la vida creo que es demasiado grande. Una persona que se apunte a una sesión conmigo dedicará un tiempo de su vida para conectar consigo misma desde su cuerpo, accediendo a sus sensaciones y movimientos de manera distinta. Acabará percibiendo el entorno desde otras perspectivas. Saldrá con más bienestar e inspiración para la vida cotidiana. Eso ya es un potencial para el cambio, ¿no?

Marina Santo el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo



Propones talleres destinados específicamente a personas migrantes y racializadas.

Cuando empecé con mis proyectos, mi público era mayoritariamente blanco y europeo. Con el tiempo, las experiencias y la reflexión, surgió en mí la necesidad de realizar acciones para que mi comunidad pudiera acceder a estos espacios. El cuerpo ha sido el lugar por excelencia de las ­opresiones y lo que quiero es ofrecer un espacio donde se puedan experimentar otras formas de sentir y estar. Es muy valioso sencillamente estar en esos lugares sin tener que defenderse ni sin sentir violencia. La comunidad racializada de Madrid es potentísima, talentosa, numerosa y no está reflejada en los espacios culturales de la ciudad. Encontrarnos nos abre a una infinidad de posibilidades, vínculos, relaciones, ideas… Tiene gran significado para mí sentir que desde el encuentro pueden asociarse y generar sus propios proyectos artísticos. 



Un ejemplo del trabajo con la comunidad racializada es Más allá de la piel. Ancestralidad, diáspora y danza, proyecto seleccionado por el programa «Art for Change» de la Fundación La Caixa.

Fue un sueño realizado. Mi proyecto fue uno de los 20 seleccionados entre los 168 que se presentaron en 2022. En 2023 lo llevé a cabo ofreciendo una serie de sesiones intensivas de cuerpo para la comunidad racializada residente en Madrid, gratuitas y en un buen estudio. Se cumplió mi deseo. Estar en ese estudio con 36 personas racializadas me dio una sensación de profunda realización y de gratitud por tanto arte y por la emoción de estar en un lugar donde todos eran como yo, algo que no sé explicar en ninguno de los idiomas que hablo. Nunca había vivido eso. Después elegí a cuatro performers. ¿En los teatros no hay gente racializada? ¡Pues yo hago una pieza! Fue inolvidable. 

Marina Santo el día de la entrevista. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo



Después llegaron Bailo y Cuerpo-Travesía, con personas refugiadas.

Bailo es una pieza de danza contemporánea coreografiada por mí. Fui invitada por Ventrículo Veloz, una compañía que trabaja con el teatro y la educación para público joven de institutos. En colaboración con la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, la pieza está basada en una serie de relatos de personas refugiadas. Hemos empezado el proceso y lo terminaremos con el estreno el año que viene. Cuerpo-Travesía es una iniciativa de mediación cultural dirigida por Javier Vaquero y por mí en Intermediae Matadero, que utiliza herramientas del cuerpo en movimiento para crear un espacio de encuentro y comunidad entre personas refugiadas y solicitantes de asilo en España. Queremos tejer comunidad y que la gente se conozca, facilitar un lugar para estar, para aprender sobre el cuerpo, cultivar la creatividad y la imaginación. Un espacio de refugio.



Para terminar, te invitaron a bailar en el Congreso de los Diputados en el Día de la Mujer. ¿Cómo fue la experiencia?

El Congreso es el poder establecido, la normatividad, un lugar donde personas como yo hemos estado muy marginadas, donde tenemos muy poca o ninguna representatividad. Estar ahí como una mujer migrante racializada, bailando a mi manera, con un texto propio y un espacio sonoro creado por otra persona racializada fue muy importante para mí. Espero haber invitado a una reflexión, principalmente por parte de las personas que seguramente no piensan como yo. Cuando comparto el vídeo de mi baile en el Congreso en mis sesiones para mujeres racializadas y migrantes les provoca mucha emoción verme. Se sienten muy agradecidas por el reconocimiento y por la identificación que experimentan con el texto.   



Con ella


«He elegido esta fotografía en la que aparezco de niña con mi abuelo porque me ha acompañado en todos los lugares en los que he vivido fuera de Brasil. Mi abuelo fue una persona muy importante en mi infancia. Vengo de una familia bastante disfuncional y mi abuelo siempre ha sido un lugar de refugio».

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