Publicado por Javier Sánchez Salcedo en |
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Nací en Isiolo. Era un lugar muy pobre y los que vivíamos allí éramos muy pobres. En mi casa vivíamos siete personas: mis padres, dos hermanas, dos hermanos y yo, que soy la cuarta. Siempre he crecido en un entorno de pobreza y la vida era muy difícil. Ni mi padre ni mi madre tenían un empleo y dependíamos totalmente de cortar árboles para hacer carbón vegetal. Faltaba la comida, no teníamos ropa ni zapatos. Cada día estaba lleno de dificultades. En mi aldea casi todos vivíamos en la misma situación.
Cuando era niña solíamos vivir sin comida la mayoría de los días. Mi padre no trabajaba y era mi madre la que cortaba la leña para hacer carbón. Tardábamos cinco días en tenerlo preparado y en ese periodo de tiempo estábamos sin comida. Teníamos que ir a ver a los vecinos y pedirles si nos podían dar algo para sobrellevar el día. Si no conseguíamos nada, simplemente nos quedábamos durmiendo hasta el día siguiente.
Cuando se moría una cabra, mi madre cocinaba la carne y guardaba la piel. Si pasábamos dos o tres días sin comer, mi madre sacaba la piel que tenía guardada, la ponía al fuego, cortaba pequeños trozos para todos nosotros y la masticábamos. No era comida, pero era una forma de engañar al estómago. Bebíamos agua y cogíamos algunos frutos pequeños de los arbustos. Y eso era todo. Otro problema era la ropa.
Estábamos acostumbrados a vestir siempre con lo mismo, un único vestido para todo el año. Mi madre tan solo podía comprar algo en navidades y esa prenda nos tenía que durar para todo el año. Y nada de zapatos. La primera vez que me puse unos zapatos fue cuando estaba en sexto de Primaria, en el momento en el que empecé a trabajar también haciendo carbón y pude comprarme mis cosas.
No. La cultura turkana es así. Los hombres se juntan por las mañanas para charlar y vuelven luego a su casa a ver qué han conseguido las mujeres para comer. Son ellas las que hacen el carbón y buscan la comida.
Cuando era niña mi deseo era tener una buena vida, como la de las chicas que veía que habían acabado la escuela y vivían en buenas casas con maridos que tenían trabajo. Yo quería ser como ellas.
Mi padre no quería. Él quería que me casara, según la tradición. Según nuestra tradición los hombres no dejan a sus hijas ir a la escuela porque quieren casarlas y obtener cabras o vacas a cambio.
A los 12 años.
Depende de cada padre. Quizá sus padres no seguían tanto las tradiciones.
Mi padre se marchó con otros parientes que vivían lejos durante unos años. Mi madre vio la oportunidad de que yo entrara en la escuela. Se esforzó mucho vendiendo carbón para poder pagar las tasas poco a poco, mes a mes. La escuela no era gratis en ese momento en Kenia.
Estaba tremendamente feliz. Porque cuando me quedaba en casa estaba sola, sin nada que hacer y sin comida. Veía a otras chicas que se iban a la escuela, con sus bonitos uniformes, y quería ser como ellas. Allí era feliz. Podía relacionarme con otros niños y nos daban de comer.
Solo uno de mis hermanos y yo. Él estudió hasta octavo, pero no pudo estudiar Secundaria porque no había dinero para las tasas. Yo tuve la suerte de conocer a un cura italiano que me las pagó. Mis hermanas también querían estudiar, pero el problema era mi padre. Yo tuve la oportunidad cuando él se marchó. Ellas no la tuvieron y lo lamentan. Ahora mis hermanas mayores y mi hermano viven de manera tradicional.
Sí. Cuando regresó y vio que yo estaba en la escuela, pegó a mi madre y a mí me dijo que me iba a sacar, pero yo me negué. Le dije que yo quería ir a la escuela como hacían otras chicas de la aldea, y que si no me dejaba ir iba a ir a la policía. Mi padre temía a la policía y pude continuar. Pero ahora soy la que cuida a toda mi familia. Si necesitan algo, vienen a mí, porque soy la que tiene un trabajo. Ahora mis padres me ven como una hija especial.
Durante los dos últimos años de Secundaria estuve trabajando con mi madre cortando leña para seguir pagando las tasas. Inmediatamente después de acabar encontré un empleo como profesora en una escuela católica.
Para mí la educación es lo mejor. Gracias a la educación puedo vivir una vida mejor y no seguir en la pobreza, como les ocurre a las chicas que no van a la escuela. Valoro la educación por encima de todo.
Mi vida ha cambiado mucho. Pero ellas siguen viviendo la misma vida que cuando éramos niñas. Ahora tienen un montón de hijos y no saben cómo cuidar ni de ellas mismas ni de sus hijos. Están casadas con hombres que tienen varias mujeres, viven en casas tradicionales con sus ocho hijos y no pueden alimentarles.
No veo la importancia de la tradición. Para mí es muy difícil seguir todas las reglas. Hay demasiadas. Si me caso con un hombre, este tiene que dar muchas vacas a mi familia. Tenemos que hacer una boda tradicional en la que se sacrifican animales y hay diferentes ritos que a mí no me gustan. Tengo que llevar todos esos collares que los turkanas acostumbran a llevar. Sacrifican a un buey, le quitan la piel y con ella hacen una especia de vestido, una costumbre muy antigua entre los turkanas. Pero para mí todo eso no tiene importancia y no me gusta. Los matrimonios son polígamos. Si el hombre quiere y tiene mucho ganado puede tener más de tres esposas.
Sí, especialmente en Secundaria. En la escuela de Primaria éramos todos de la misma etnia, pero cuando fui a Secundaria, lejos de mi casa en otra ciudad, había muchas etnias mezcladas, diferentes culturas y formas de vida. Allí empecé a sentirme mejor y dejé de querer seguir las tradiciones turkanas.
Sí, lo es.
Cuando me levanto tengo que preparar a mis hijos. El mayor va a la escuela y tengo que despertarle pronto. A las siete tiene que estar en clase. Después me preparo yo y preparo a mi hija pequeña que se queda con sus tías. Preparo la ropa, la comida y voy a trabajar andando hasta la escuela en Chumvi. Cuando regreso limpio la casa, preparo la cena para mis hijos, les baño y nos vamos a dormir.
Él también es profesor en una escuela pública. Se marcha los lunes y regresa los viernes, porque su escuela está a 17 kilómetros y el transporte es muy caro.
Los fines de semana, después de hacer las tareas domésticas me suelo reunir con un grupo de mujeres. Contribuimos con una cuota para la que necesite pagar las tasas escolares o cualquier otra cosa. Una especie de préstamos. Lo hacemos todos los sábados por la tarde y cada vez una de nosotras se encarga de preparar té y algo de comer.
Creo que en unos años la escuela de Chumvi será muy buena y muy grande. En mi mente tengo la idea de que será la mejor del país. Pondremos todo el esfuerzo para que sea así.
Sí. A los niños les hablo mucho sobre cómo era mi vida y les digo que se esfuercen para conseguir tener una vida mejor, como me ha pasado a mí. Ellos me dicen que les gusta mi apariencia, que les gusta mi pelo y que quieren ser como yo. Y yo les insisto en que se tienen que esforzar en los estudios para conseguirlo.
Quiero que también tengan una vida mejor. Mejor incluso que la que tengo yo ahora. Voy a poner todo mi esfuerzo para que consigan una buena educación.
Ahora tenemos algunas dificultades económicas. Mi marido está trabajando en una escuela pública, pero a veces no podemos afrontar todas las necesidades de la familia, las tasas escolares de nuestros hijos, todas sus necesidades, las de mis padres que ya son mayores, las de mis hermanas. Todos dependen de mí. Y a veces el dinero no llega para todo. Mi casa no tiene agua corriente. Sólo tenemos dos horas de electricidad gracias a un panel solar y hay días en los que mi marido y yo no desayunamos porque no nos llega el dinero. Damos a nuestros hijos de desayunar y nosotros nos tomamos sólo un té. Pero nos esforzaremos y tendremos paciencia. Trabajaremos duro cada día. No quiero que nos relajemos, nos sentemos y a esperar. Quiero cada vez esforzarme más y estudiar más para cambiar mi futuro.
Siempre sueño que si tengo un buen trabajo y suficiente dinero podré ayudar a los más necesitados de mi aldea, especialmente a los niños más pobres. Quiero tener un hogar para niños en mi propia casa en el que pueda ayudarles. Siento mucho dolor cuando veo a un niño que no tiene ropa, ni comida, ni zapatos. Me siento muy triste. Quiero ayudarles.
Para mí esto es comparable con el paraíso. Nunca había visto una ciudad como esta, una ciudad tan limpia. En Kenia hay polvo por todas partes, el entorno está muy sucio. Desde que he llegado aquí tengo la impresión de que todo está limpio, no hay ruido, no hay tráfico. Todos los sitios que he visto me gustan. Todo está muy bien organizado y la gente me ha hecho sentirme muy bien, como en familia. Tengo muchas ganas de volver a Kenia y contarle a la gente cómo es Madrid, lo bonito que es Madrid.
A mi hijo mayor le voy a decir que he visitado una Universidad estupenda. Le he hecho una foto y cuando vuelva a Kenia se la voy a enseñar para decirle que se esfuerce para poder estudiar un una universidad así.
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