Publicado por Isabelle Mamadou en |
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El 10 de noviembre de 1995 el Gobierno nigeriano ejecutó a nueve activistas del pueblo ogoni, mayoritario en el delta del Níger, por oponerse a las extracciones de la petrolera Royal Dutch Shell en sus tierras. Entre ellos se encontraba Ken Saro-Wiwa, reconocido escritor y ganador del Premio Ambiental Goldman. Según Amnistía Internacional, las ejecuciones fueron parte de un plan elaborado por las Fuerzas Armadas nigerianas con la complicidad de la compañía anglo-holandesa, para silenciar las protestas del Movimiento por la Supervivencia del Pueblo Ogoni.
Estos asesinatos desencadenaron las protestas internacionales contra Shell y llevaron a distintos países a suspender de forma temporal las relaciones diplomáticas con Nigeria. El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente documentó los devastadores efectos de los derrames en Ogonilandia y formuló recomendaciones urgentes para su limpieza. A pesar de ello, y casi 30 años después de la matanza de los ecologistas, miles de habitantes de la región siguen sufriendo problemas graves de salud debido a la ingesta de agua y alimentos contaminados.
De igual manera, numerosos pueblos afrodescendientes de América Latina y el Caribe llevan décadas denunciando la invasión de sus territorios ancestrales para la extracción de recursos naturales y actos de violencia contra líderes y lideresas comunitarios que defienden el derecho a un medioambiente sano. Colombia es el país con más defensores ambientales asesinados, según la lista publicada por la organización Global Witness. Entre 2016 y 2024, la ONU confirmó el homicidio de 248 activistas que luchaban contra la explotación minera y petrolera en el país, la mayoría indígenas y de ascendencia africana.
La búsqueda de riqueza y poder político llevó a las naciones europeas a promover el extractivismo como modelo de desarrollo durante la expansión colonial. Para ello, se legitimó la ocupación de territorios, el saqueo de materias primas y la esclavización de poblaciones en el sur global. Hoy día, la extracción de los materiales usados para la transformación digital y la transición energética reproducen los patrones ya usados durante los siglos de la explotación colonial de despojo de tierras y sometimiento de comunidades históricamente racializadas. Esto no sería posible sin el apoyo de Gobiernos que responden con el uso de la fuerza policial y militar a la resistencia de personas que tratan de proteger sus territorios.
Existe una relación directa entre la tierra y la supervivencia de algunas poblaciones que no solo dependen de recursos naturales para su sustento, sino que también utilizan los ecosistemas con fines culturales y espirituales. Estos pueblos deben ser consultados y tenidos en cuenta antes de que se lleve a cabo cualquier extracción en sus entornos. Sin embargo, la persistente violación de los derechos humanos que sufren revela que las doctrinas de superioridad racial, según las cuales las vidas negras e indígenas deben sostener los privilegios de las sociedades occidentales, siguen muy arraigadas.
Erradicar las dinámicas globales de racismo y deshumanización que benefician a unos grupos en detrimento de otros es una tarea colectiva que requiere cambios profundos en nuestras estructuras sociales, económicas y políticas. Un mundo sostenible para todos y todas será posible cuando nuestras sociedades entiendan que la paz no es solo la ausencia de guerra, sino que conlleva de manera intrínseca el respeto por los derechos de los pueblos que viven en armonía con la naturaleza.
La imagen superior, tomada el 19 de abril de 2017, muestra hojas cubiertas de petróleo cerca de una refinería ilegal en la región del delta del Níger, cerca de la ciudad de Warri, Nigeria. Fotografía: Stefan Heunis / Getty
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