Me llamo Neloumta

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Por Hna. Rosangela Confalonieri, desde Sarh (Chad)


En diciembre de 1978 dejé Italia, mi país natal, y llegué a Chad. Dos años después tuve la alegría de recibir un gran regalo por parte de la gente que me acogió: me dieron el nombre chadiano de Neloumta, que significa «me gustas mucho», y desde entonces llevo ese nombre por donde quiera que vaya. Después de haber recorrido varias misiones, en la actualidad comparto comunidad con otras tres misioneras combonianas en la ciudad de Sarh, a unos 700 kilómetros al sur de Yamena, la capital del país.

Mi principal ocupación es la pastoral catequética, que desarrollo sobre todo con alumnos de Primaria, aunque también trabajo con un grupo de 30 universitarios. Me motiva ayudarles para que la Palabra de Dios que les anuncio se pueda concretar en sus vidas. Tengo reuniones frecuentes con matrimonios católicos, con los que dialogamos sobre temas que les ayudan a tomar conciencia de algunas de las situaciones que viven.

Mi servicio en la pastoral catequética me lleva cada miércoles por la tarde hasta Mairon, un pueblo situado a 35 kilómetros de Sarh. Voy con otros animadores voluntarios y en el camino, por iniciativa suya, rezamos el Rosario por las personas con las que nos vamos a encontrar. Vamos a este pueblo con el objetivo principal de ayudar al único catequista que vive allí y que no puede asumir la formación de los tres cursos que se han formado. Está siendo una experiencia muy bonita que me permite acercarme cada vez más a la gente, compartir mi vida, mi fraternidad y mi fe, además de hacerles sentir mi cercanía.

Estos momentos de mi ministerio son vitales para mí porque me interrogan sobre mi manera de vivir, de relacionarme con los demás. Pero, sobre todo, permiten que me cuestione mi fe. Me pregunto sobre el Cristo que les estoy transmitiendo y si realmente soy testigo de Él con mi propia vida. En cualquier caso, estar con la gente es una fuente constante de alegría y fraternidad. Comparto con ellos lo que soy, mi fe y mi pasión por Aquel que es la única razón de mi vida, Jesús, y lo hago con la esperanza de que aquellos que se acerquen a mí puedan encontrarlo y seguirlo.

No faltan dificultades como el clima, las repetidas malarias que he padecido o las carreteras casi intransitables y llenas de baches, pero diría que el problema más grande al que me enfrento son las lenguas locales. No existe una única lengua nacional o vehicular, sino que hay muchas porque cada grupo étnico habla la suya. Basta desplazarse de una localidad a otra para que la lengua sea totalmente diferente.

Me toca profundamente el sufrimiento de la gente con la que me encuentro, y me gustaría gritar que no es posible que este pueblo siga viviendo con una economía de subsistencia. Unos pocos viven en la abundancia, pero parece que no piensan en su pueblo. Los trabajadores están mal pagados, muchos niños no pueden ir a la escuela por falta de recursos económicos y en algunos sitios todavía las niñas sufren la mutilación genital. Pero no todo es negativo y veo también algunos progresos. Recuerdo que cuando llegué a Chad, solo los hombres podían montar en bicicleta y ahora muchas mujeres también las utilizan e incluso, a veces, conducen motos. Con frecuencia pongo en manos de Dios a mi querido Chad, con sus alegrías y sus desafíos. Ojalá ilumine a los que tienen el poder para que tengan el valor de cambiar las cosas, mejorar la situación de la gente y ofrecerles un futuro mejor.



En la imagen superior, la Hna. Rosangela distribuye la comunión en una de las localidades de la diócesis de Sarh donde trabaja. Fotografía: Archivo personal de la autora



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