Mil vidas más

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Por Hna. Ana Julio Ramujane, desde Nampula (Mozambique)

Soy mozambiqueña, originaria de la provincia de Zambezia, en el centro del país. Allí crecí, estudié, conocí a las Misioneras Combonianas y decidí hacerme una de ellas al ver su modo de vivir y trabajar. Después de los primeros votos, en 2007, me enviaron a RDC, donde he vivido 14 años en diferentes misiones: Kinshasa, Butembo y Kisangani. El año pasado me tocó regresar a mi país.

Mientras estuve en Congo vine en varias ocasiones de vacaciones, pero ahora estoy aquí para quedarme unos años y trabajar. Pensaba que conocía mi tierra y a mi gente, ¡pero nada más lejos de la realidad! Mozambique ha dado un gran cambio, sobre todo en el norte, donde persisten los ataques yihadistas y se vive con miedo. Me sorprende el contexto sociopolítico, que no entiendo muy bien. También el camino de la Iglesia local me parecen complejos.

Sin embargo, descubro una gran sed de Dios y a muchas jóvenes interesadas en la vocación misionera. ¿Realidad o escapatoria? No es fácil discernir los movimientos y sentimientos que llevan a una persona joven a optar por un estilo de vida tan complicado y exigente como el nuestro. En la misión acogemos a un grupo de chicas que vienen para estudiar y que quieren conocernos más de cerca. Les ofrecemos una formación extraescolar humana y cristiana y las acompañamos en su día a día. Hay otro grupo de chicas con las que nos reunimos una vez al mes y con las que tenemos encuentros formativos. Todas ellas forman parte del grupo Vinde e vede (Ven y verás) y viven en pueblos fuera de Nampula.

En este proceso de discernimiento subrayo la importancia de las familias, a las que visito a menudo para conocer cómo viven el camino que llevan sus hijas. Hay que estar muy atentas porque a veces la vocación es vista como una promoción social, como una posibilidad de ganarse la vida o de salir del país. Lo importante es siempre mirar el bien de las jóvenes para que puedan realizar un discernimiento vocacional libre y consciente.

Una de las ocupaciones que me lleva más tiempo y energía es la visita al campo de refugiados de Marratane (ver MN 627, pp. 36-41), a 40 kilómetros de Nampula, donde vivo y capital de la provincia que lleva el mismo nombre. La vecina provincia de Cabo Delgado lleva años viviendo una situación de inseguridad creciente debido a los ataques persistentes de grupos armados de los que no se sabe muy bien ni quiénes son ni lo que quieren. Eso provoca flujos grandes de refugiados, muchos de los cuales vienen a nuestra provincia. La ayuda que brindamos es limitada, ciertamente, pero intentamos ofrecer esperanza a través de nuestra presencia y de la oración. Las mujeres que participan en estos encuentros comparten su vida, sus dificultades y cómo van saliendo adelante con la ayuda de Dios.

Vivo con la alegría de sentirme parte del sueño de Comboni de «salvar África con África», una pedagogía misionera que buscaba preparar a los africanos para que ellos, a su vez, prepararan a sus hermanos y hermanas. A pesar de mis limitaciones me veo como una africana al servicio de sus hermanos. Esta alegría conlleva también un gran desafío porque es una gran responsabilidad acompañar a las jóvenes para que realicen una opción libre por Cristo cuando vivimos en un ambiente donde la inseguridad es nuestro pan de cada día.

En esta situación ponemos nuestra confianza en Cristo, que es el mejor compañero para todas las etapas de la vida. Comboni quiso tener mil vidas para la Misión, y a mí también me gustaría tener no solo una, sino muchas vidas más para trabajar en la Misión ofreciendo esperanza y un futuro mejor.

En la imagen superior, la Hna. Ana, primera por la derecha, posa con un grupo de jóvenes en Nampula (Mozambique). Fotografía: archivo personal de la autora



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