Publicado por Julián Del Olmo en |
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El mundo no levanta cabeza: hambre, guerras, terrorismo, migraciones, injusticia institucionalizada, corrupción a gran escala, destrucción de la naturaleza… Pero, si tuviéramos que acotar o resumir podríamos decir que la miseria humana, a nivel planetario, tiene nombre propio: África. Su población es de 1.215.580.400 habitantes, el 40 por ciento de ellos por debajo de los 15 años. Esta es la radiografía de la miseria en África: 32 médicos por cada 100.000 habitantes; el 40 por ciento de la población no tiene acceso al agua potable; el gasto educativo alcanza apenas el 4,9 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB) y la esperanza de vida está por debajo de los 60 años. Esto si miramos al continente en su totalidad. Pero si focalizamos solo en África subsahariana, la situación todavía es peor: disponen de 0,7 hospitales por cada 100.000 habitantes; el 70 por ciento de la población no tiene acceso a suministro eléctrico y apenas el 5 por ciento del gasto público se destina a protección social. Todos estos datos son recientes. Todos aparecen publicados en el ‘Especial África 2016’, que esta revista, Mundo Negro, ha publicado hace apenas cuatro meses. Aunque, a decir verdad, esa miseria no es exclusiva de África, en otros lugares del mundo también la hay. Y en grandes cantidades.
Miserables. Pero unos más que otros.
Miserables no son solo los que están sumidos en la miseria, sino también los responsables de que continentes enteros y millones de personas vivan miserablemente. Las desigualdades económicas, sociales y de oportunidades son abismales y no van camino de acortarse. El Papa Francisco ha puesto el dedo en la llaga: “Deberían exasperarnos las enormes desigualdades que existen entre nosotros, porque seguimos tolerando que unos se consideren más dignos que otros. Advertimos que algunos se arrastran en una degradante miseria, sin posibilidades reales de superación, mientras otros ni siquiera saben qué hacer con lo que poseen, ostentan vanidosamente una supuesta superioridad y dejantras de sí un nivel de desperdicio que sería imposible generalizar sin destrozar el planeta. Seguimos admitiendo en la práctica que unos se sienten más humanos que otros, como si hubieran nacido con mayores derechos”. Lo dice Francisco, de manera clara, en la encíclica Laudato Si’.
Se puede decir que, por activa o por pasiva, todos somos miserables. Unos porque están en la miseria y, otros, por consentirlo y nohacer nada para evitarlo. ¿Cómo se puede tolerar el genocidio de 50.000 personas, la mayoría niños, que diariamente mueren de hambre en tantos y tantos sitios de nuestro mundo?
Según el Papa, “creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la Tierra es esencialmente una herencia común cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos… Esto cuestiona seriamente los hábitos injustos de una parte de la humanidad”, vuelve a decir el Papa en Laudato Si’. Y, si estamos de acuerdo, ¿a qué esperamos para repartir equitativamente los bienes comunes y cambiar nuestros hábitos injustos?
Misericordiosos como el Padre.
“Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida”. Así reza la bula de convocatoria del Jubileo de la Misericordia que estamos celebrando. El Papa nos invita aquí a ser misericordiosos con el hermano, del mismo modo que el Padre es misericordioso con nosotros (sus hijos). La misericordia no es solo un sentimiento de compasión con el hermano, sino –sobre todo– un compromiso para revertir la injusta situación en la que vive.
“Sabemos que es insostenible el comportamiento de aquellos que consumen y destruyen más y más, mientras otros todavía no pueden vivir de acuerdo con su dignidad humana. Por eso ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes del mundo aportando recursos para que pueda crecer sanamente en otras partes… Un cambio en los estilos de vida podría llegar a ejercer una sana presión sobre los que tienen el poder político, económico y social”, dice Francisco, de nuevo en Laudato Si’. ¿Por donde empezamos?
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