Misión de ida y vuelta

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EDITORIAL del número de julio-agosto

La llegada de personas diferentes, procedentes de contextos vitales y culturales distintos, es un don para las sociedades que saben acoger. No importan las razones que motivaron el viaje. Algunos escapan de los conflictos o buscan mejorar su situación económica, otros son enviados o deciden libremente cambiar de residencia; los hay también que buscan realizar el sueño de convertirse en estrellas del fútbol o en sacerdotes, como el P. Gaétan Kabasha. Cada persona es una oportunidad de enriquecimiento y de desarrollo humano integral para las comunidades y sociedades a las que llegan, asegura el papa Francisco en Fratelli Tutti.

Hay países y partidos políticos que quieren controlar las migraciones de forma utilitarista y acoger solo a quien, ya de entrada, aporta un beneficio: intelectuales, inversores o turistas; olvidándose de que existe la gratuidad que permite acoger al extranjero dando confianza, aunque de momento no aporte beneficios tangibles. Otras veces se pretende una integración de las personas migrantes tan absoluta que casi deben renunciar a su creatividad y a unos valores culturales que bien podrían enriquecer a la sociedad de acogida. Para evitar este empobrecimiento, se necesita poner en marcha procesos de dialogo intercultural que exigen tiempo, paciencia y una gran capacidad de escucha, pero que terminan creando sociedades más abiertas y ricas. La Iglesia, desde su vocación a la universalidad, debe ser pionera en instaurar estas dinámicas de diálogo intercultural. La Iglesia española, en concreto, tiene una buena oportunidad ahora que está viviendo una Misión de ida y vuelta.

En el año 2000 se hablaba de 30.000 misioneros españoles en el mundo. Hoy se han reducido a 10.893, y la cifra sigue disminuyendo. Sin embargo, cientos de sacerdotes no españoles integran ya los presbiterios diocesanos de nuestro país, y de los 37.286 religiosos y religiosas que trabajan en España, 6.022 son extranjeros, y el número va en aumento. Un ejemplo somos los Misioneros Combonianos en España, que estos meses hemos sido bendecidos con seis nuevos compañeros no españoles, cuatro de ellos africanos. Muy pronto los sacerdotes, religiosas y religiosos misioneros extranjeros en España serán más numerosos que los misioneros españoles en el mundo.

Hay que escapar del «siempre se ha hecho así» o del «ya sabemos» y aprovechar la creatividad de los misioneros y misioneras que están entre nosotros, otorgándoles responsabilidad y aprendiendo de su manera de vivir la fe. El P. Gaétan Kabasha se siente misionero y es consciente de que lleva consigo «una historia, una experiencia de vida» que transmitir, al tiempo que expresa cierto sentimiento de frustración: «Estoy un poquito desconcertado con mi sacerdocio en España, porque te encuentras con una Iglesia ya hecha… Te dedicas casi a reproducir lo que los demás han hecho, y eso te limita mucho».

La Iglesia española tiene que seguir dando cancha a los misioneros y misioneras de otras latitudes que trabajan en nuestro país y a los cientos de miles de católicos de diferentes nacionalidades que viven aquí. Ellos pueden dinamizar la liturgia, la catequesis, los servicios sociales o el anuncio de la Palabra y renovar las comunidades cristianas. Esta apertura al diálogo intercultural dentro de la Iglesia podría facilitar, incluso, que aumenten los misioneros y misioneras que la Iglesia de España siempre ha enviado por el mundo.



Imagen superior: Gaetan Kabasha. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo





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