Misión en la Madre de las melodías

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Parroquia de San Daniel Comboni en Mamelodi


Texto Rafael Armada / Fotografías José Luis Silván Sen desde Mahube Valley (Pretoria)



La parroquia San Daniel Comboni de Mahube Valley está situada en la barriada marginal de Mamelodi, al noreste de Pretoria. Es una comunidad reciente, con apenas 15 años de vida. La juventud y el desempleo, como en el resto del país, condicionan la vida de la comunidad.



Mamelodi nació en 1953 como asentamiento para la población negra durante el apartheid. En esta ciudad dormitorio de cerca de medio millón de habitantes viven familias de clase media que trabajan en Pretoria o en otras localidades cercanas. «Durante el día se quedan los jubilados, puesto que los niños van al colegio», dice el misionero comboniano congoleño P. ­Jérôme Anakese, párroco de San Daniel Comboni. «Los que no tienen trabajo prueban suerte en la economía informal. Cada día crece el número de personas que recogen basura para reciclar. Empujan pesados fardos en carros por las calles. Están abandonados a su suerte, sin protección de ningún tipo. En los asentamientos informales malviven muchos ­desempleados. Hay un desequilibrio social tremendo y desafortunadamente muchos se dan a la bebida y se dedican al crimen», afirma el P. Jérôme, quien considera la situación una «consecuencia de los contrastes sociales y del desempleo».



Los comienzos

«Cuando canto me parece que estoy en el cielo», dice Jacob Mahlangu, uno de los pioneros de la parroquia San Daniel Comboni y en la actualidad miembro del coro Izwi le temba (voces de la esperanza, en zulú). Llegó a Mamelodi en 1965. La Policía del apartheid los sacó a la fuerza, a él y a su familia, de ­Garsfontein, su lugar de residencia, al sureste de Pretoria, cuando la zona fue declarada exclusiva para blancos. ­Mahlangu tenía entonces 7 años. «Llegaron con armas y nos llevaron a Mamelodi. Nosotros no sabíamos nada, pero quizá nuestros padres sí. Sabían dónde nos iban a ubicar pues nuestra nueva casa ya estaba construida cuando llegamos». Nos instalaron en un lugar llamado Emasangweni (a las puertas, en zulú).

A otra de las coristas de San Daniel Comboni, Teresa Chimeoane, también la llevaron allí, aunque un año más tarde, en 1966. Por entonces era una adolescente. «Mis padres trabajaban en Garankwa, al norte de Pretoria. Yo vivía con mis abuelos». Al igual que Mahlangu, Teresa comenzó a vivir su fe en la misión de San Gerardo, en Garsfontein. Cuando los realojaron en Emasangweni, no había ninguna comunidad católica establecida. «Todos éramos nuevos y empezamos a conocernos unos a otros. Mis abuelos y otra gente comenzaron a juntarse para rezar por las tardes junto al vertedero de la barriada. Cada uno llevaba su silla. Cada día se unía una nueva familia, aunque algunos ni siquiera eran católicos. La parroquia vecina de San Rafael estaba lejos de casa. Los mayores nos solían decir, “cuando volváis del cole, si veis cualquier ladrillo tirado en la calle, recogedlo y traedlo, que queremos construir una iglesia”. Así lo hicimos y así nació San Pedro Claver», explica Teresa.

Tras algunos años en Garankwa, Chimeoane regresó a Mamelodi y se instaló en Mahube Valley con sus tres hijos. «Vivíamos lejos de San Pedro Claver y muchos días nuestros hijos faltaban a la catequesis. Varios parroquianos empezamos a ver cómo comenzar una nueva comunidad, el futuro embrión de la actual parroquia de San Daniel Comboni».

«Mi tía nos inculcó la importancia de ir a la iglesia. Así hice con mis cuatro hijos y aún hoy siguen todos participando», dice Jacob. Su único hijo varón es seminarista diocesano.

Fotografía: José Luis Silván Sen



Una nueva comunidad

La parroquia de San Daniel Comboni se abrió en 2007. El primer párroco fue el comboniano español P. Jaume Calvera, que trabajó para levantar las estructuras físicas y humanas de la parroquia. 15 años después, el P. Anakese reconoce que «hay un grupo que mantiene la parroquia viva en muchos aspectos. El 80 % de los fieles ya ha vuelto después de la ­Covid-19 y unas 200 personas asisten cada domingo a misa». El Hno. Erich Stöferle, alemán de 75 años, se unió a la comunidad comboniana hace pocos meses y se dedica al mantenimiento de la misión. Según él, «la gente volvió a la iglesia cuando el coro volvió a cantar». La música, de hecho, tiene mucho que ver con la denominación de Mamelodi, que significa «madre de las melodías», debido a la concentración de talento musical que ofrecen sus moradores.

Las asociaciones parroquiales y seis de las nueve comunidades de ­base de San Daniel Comboni ya están funcionando como antes de la pandemia y 75 catecúmenos se preparan para el bautismo, «un buen número para una comunidad pequeña como la nuestra», dice el párroco.



Múltiples desafíos

Los menores de 30 años, un 40 % de los asistentes a la misa, también empiezan a reorganizarse. Cuentan con la ayuda de Ivonne Moswane, una joven de 27 años que llegó a San Daniel Comboni en 2014. Se crio con su abuela, de quien recibió la fe. Tras acabar la Secundaria estudió ingeniería civil y ahora completa su formación en fontanería mientras se anima ya con algunas reparaciones. «Los jóvenes tienen muchos desafíos y necesitan asumir responsabilidades. Muchos provienen de familias desintegradas y no han tenido la posibilidad de sanar sus heridas con alguien que los escuche», dice Moswane. En eso coincide el P. Jérôme, quien asegura que «en general, la familia sufre una profunda crisis. Son muchas las madres solteras y pocas las familias tradicionales estructuradas. La mayoría de los matrimonios dura poco y los niños acaban viviendo con sus abuelos o con algún pariente. A los jóvenes les engancha la cultura moderna, la música, la fiesta, la diversión… “Somos libres”, te dicen».

Ivonne reconoce la música y el baile entre los talentos de los jóvenes de Mahube Valley. «Muchos no consiguen entrar en la universidad al acabar la Secundaria y se quedan en casa sin hacer nada. Otros recurren a las drogas o el alcohol y roban para conseguirlo». Embarazos de adolescentes, violencia sexual o doméstica y abandono escolar son también desafíos que afectan a los jóvenes. Hay también historias positivas, como el caso de Mpho (nombre ficticio), que relata Ivonne: «Dejó las drogas y ahora enseña a los más jóvenes, a través de charlas y el deporte, a salir de ellas».

«Estoy intentando reagrupar a los jóvenes, acercarlos a la parroquia y sacarlos de la calle. Pretendo reanudar nuestro programa “La ruta de la sopa”, con el que recorremos el barrio y ofrecemos sopa y pan a los más necesitados», comenta ­Ivonne, quien se siente agradecida a los misioneros combonianos y ahora sueña con formar una familia. «Me encanta ir a la iglesia, allí encuentro serenidad mental y seguridad. Tengo mi vis a vis con Dios. Quiero crecer espiritualmente y ofrecer una contribución positiva a la comunidad».

El P. Jérôme con dos miembros de la comunidad en unos terrenos adquiridos por la parroquia para mejorar su atención pastoral en Mamelodi. Fotografía: José Luis Silván Sen



Misión de cercanía

Las misioneras combonianas llegaron a Mahube en 2010. Una de las pioneras fue la Hna. Tsehaitu ­Hagos, originaria de Asmara (Eritrea). «Me habían dicho cosas terribles sobre Sudáfrica y la violencia, pero me he encontrado gente buena en Mamelodi, vecinos que nos protegen y ayudan», dice la religiosa, que antes había trabajado 20 años entre Colombia y Ecuador. La Hna. Hagos cree en una misión de presencia, acompañando y escuchando a las personas que la visitan, que le comparten sus dificultades y alegrías, y que le piden que rece por ellos. «La gente confía en ti cuando ven que te acercas. “Vives con nosotros y se te ve contenta. Gracias”, te dicen. Nuestra presencia es importante para ellos y para nosotras».

Dos combonianas latinoamericanas se han unido recientemente a la comunidad. La mexicana María Cristina Ibarra trabajó, además de en su país, en Mozambique y Sudán del Sur, y ahora coordina la catequesis de la diócesis de Pretoria. «Será todo un reto, porque quiero también dedicar tiempo a las poblaciones de los asentamientos». Le impresionan los contrastes cuando ve «un aeropuerto moderno y autopistas al salir de Johannesburgo y las chabolas al acercarse a las barriadas. Es otra imagen de África que te choca, muy diferente a la de las zonas rurales de otros países en los que he trabajado», comenta la Hna. Cristi, que es como le gusta que la llamen.

Marta Vargas, costarricense y todavía profesa de votos temporales, completa la comunidad. Vivió su formación en México, Ecuador y Egipto, donde aprendió árabe. «Pensaba que después de Egipto iría a Turquía para trabajar con refugiados, pero la comunidad no se abrió y mis superioras me destinaron a Sudáfrica». En El Cairo trabajó con jóvenes, mujeres y refugiados. «Allí descubrí cómo la presencia entre la gente y la Palabra de Dios pueden iluminar la vida de cualquier persona, incluso cuando el anuncio explícito de Cristo no se pueda llevar a cabo. Nunca pensé en venir a Sudáfrica porque entendía que era un país desarrollado», cuenta. Se siente acogida en la parroquia San Daniel Comboni: «Es un lugar muy bonito, a pesar de la violencia. Nuestra presencia como familia comboniana me parece fundamental como manera de hacer misión. Me acerco a la realidad de los jóvenes a través de la música, que me encanta y para la que ellos tienen un talento especial». El sueño de la Hna. Vargas es trabajar con poblaciones marginales, refugiados y mujeres, «entrar en sus vidas, acompañarlas y acercarme a los asentamientos informales con una presencia cercana a los pobres. Quiero aprender las lenguas locales, para integrarme en su mundo. Algunas personas mayores no saben inglés y los jóvenes se sienten más cómodos hablando su lengua materna».



Parroquia misionera

«Quisiera que nuestra parroquia sea misionera, que llegue a muchos, aunque estén alejados», afirma el P. Jérôme. En cuanto al compromiso social, el párroco considera que todavía falta mucho por hacer: «Hay que organizar visitas, registros, pero tenemos ya dos iniciativas en marcha, la entrega de alimentos a 100 personas y mantas que nos han donado. La comunidad está atenta a aquellos que no tienen cubiertas sus necesidades básicas de alimentación o alojamiento. Incluso el coro ha donado a un anciano enseres para su casa». «Mahube Valley –añade– es una misión en línea con nuestro carisma comboniano de llegar a las periferias, como dice el papa Francisco, llevando a cabo una pastoral que aglutine aspectos sociales y de fe, creando comunidades misioneras vivas y maduras».






El sueño que se entonaba en una estrofa



Por P. Jaume Calvera



«Tu primer destino será en el homeland de Lebowa para que puedas estudiar la lengua sotho del norte». Estas fueron las palabras que mi superior me daba a los pocos días de haber llegado a la Sudáfrica del apartheid en 1985. Mandela salió de la cárcel en 1990 y las leyes segregacionistas cayeron en 1991.

Viví el proceso de cambio social y político en la misión de Glen Cowie, al noroeste de este país que agrupa a mujeres y hombres de muchas razas, culturas y lenguas. Mi trabajo misionero fue una buena oportunidad para constatar que la diversidad es la mayor riqueza que puede tener una sociedad que quiere vivir los valores democráticos –en mi caso, con el Evangelio de Jesús debajo del brazo–. Fueron tiempos duros, pero también fueron tiempos de paz y de mucho perdón, porque durante el apartheid todos habíamos pecado.

Una segunda etapa de mi vida misionera me devolvió a una ­Sudáfrica democrática. Era otra nación… con los mismos hombres y mujeres de antaño. Mientras la Comisión para la Verdad y la Reconciliación multiplicaba sus esfuerzos para alcanzar la justicia restauradora y mediar entre víctimas y agresores, otros luchaban por mantener sus privilegios. Nosotros, como Iglesia, intentábamos hacer vivas las palabras del himno sudafricano en sesotho: O fedise dintwa la matshwenyeho (Intervén [Señor] y cesa todos los conflictos).

En 2013, murió Mandela. Me queda el recuerdo de una tarde de abril de 1990, cuando nos convocó a los misioneros y líderes religiosos del noroeste del país. Nos saludó uno por uno y nos dejó una lección de paz, reconciliación y futuro que a mí me sonó bastante a esa estrofa del himno: O fedise dintwa la ­matshwenyeho…

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