Mucho por hacer

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Por P. Mathurin Mokpi-Dewe, desde Lusungwi (Malaui)



Como la provincia comboniana a la que pertenezco engloba dos países, al cambiar de comunidad también lo he hecho de nación. Antes trabajaba en una parroquia del norte de Zambia y actualmente estoy en una de Lusungwi, al sur de Malaui, una zona rural de la archidiócesis de Blantyre. Aunque las dos parroquias están dedicadas a san Kizito, son muchas las diferencias entre ambas. En la de Zambia, la comunidad cristiana estaba muy consolidada, mientras que aquí estamos en una realidad de primera evangelización.

En Lusungwi estamos tres sacerdotes, el P. Jean Paul Somanje, de Malaui; el P. José Joaquim da Silva Araújo, portugués; y yo, el último que se ha incorporado a la comunidad, que soy centroafricano. 

Nuestro entorno natural es realmente bello. En mi primera visita a la comunidad de Nkombé quedé maravillado por la gran cantidad de baobabs que me encontré. Según las creencias locales, en estos majestuosos árboles viven los espíritus de los antepasados y de los brujos. Por eso los aldeanos nunca los cortan, sería como destruir su casa.

Aquí he aprendido que los brujos pueden tener celos del enriquecimiento de los miembros de la comunidad. Por ello la gente tiene cierto miedo al progreso, lo que se convierte en un freno al desarrollo. De hecho, en los diferentes poblados de la parroquia parece que todo es igual: las casas, las chozas y las actividades productivas que desarrolla la gente.

La magia y sus consecuencias son otra realidad de esta misión. En Mweta Ngombe, donde tenemos una de nuestras capillas, vive una mujer a la que llaman Madrina, que hace magia. La gente que busca dinero fácil, que quiere viajar al extranjero, hacer negocios, tener éxito en el matrimonio, comprarse coches buenos y cosas así, van a encontrarse con ella para conseguirlo. Es curioso, porque esta mujer es muy rica. Vive en una casa grande, tiene un campo enorme, una granja e incluso personas que trabajan para ella –se refieren a ellos como «castigados o esclavos»–. Son los que han desobedecido las «reglas» de la magia y, para evitar la muerte, se hacen «esclavos» de esta señora durante dos o tres años. He oído que esta magia se hace con sangre humana y que a veces son necesarios los sacrificios de personas. La Madrina prohíbe a la gente rezar e ir a la iglesia, les pide que se alejen de Dios, lo que es un desafío pastoral para la misión.

Aquí damos mucha importancia a la catequesis y a la práctica de los sacramentos, pero también a la formación y a la sensibilización en valores humanos y cristianos. En mi caso, trabajo mucho con jóvenes que conviven con realidades como el analfabetismo, el alcohol y las drogas o los abusos sexuales. Además, la mayoría de ellos solo piensa en emigrar a Sudáfrica. Me llama también la atención la cantidad de adolescentes de 14 y 15 años que son madres.

A nivel educativo falta mucho por hacer. He visitado algunas escuelas en las aldeas donde los alumnos se sientan en el suelo debajo de un árbol. Recuerdo uno de esos lugares donde la única silla que había era la del profesor, que además tenía un viejo tablero de madera como pizarra y 15 libros para una clase de 115 alumnos.

La gente es acogedora, respetuosa y muy trabajadora. Tanto los hombres como las mujeres trabajan muy duro, normalmente en el campo. Una de sus actividades principales es fabricar carbón vegetal, que preparan en grandes sacos y llevan en bicicleta a los mercados. Los roles sociales están muy marcados y las mujeres nunca se mezclan con los hombres. En la iglesia ellas se sientan en un sitio, ellos en otro y los niños en otro diferente. Y hacen lo mismo en las reuniones o en las ceremonias funerarias fuera de la iglesia. Las mujeres «respetan» mucho a los hombres: se arrodillan para hablar con ellos, como si lo hicieran con un jefe o un patrón, y suelen dirigirse a sus maridos en voz baja.

Tienen un proverbio, el akulu akulu a pempha ndi maso, que significa que cuando los adultos quieren algo, lo piden con los ojos, sin expresarlo con palabras. Hacerlo de otro modo sería una forma de humillarse y de faltarse el respeto.

En nuestra zona hay numerosas comunidades: chewa, lomwe, ngoni, tumbuka, ngoni, sena…, y aunque hablan diferentes lenguas, todos utilizan el chichewa, la lengua nacional, lo que facilita la comunicación. El nivel de inglés, que también es oficial en el país, es bastante bajo. Los jóvenes se avergüenzan de hablarlo porque saben que no lo hacen bien. Es habitual que cuando me dirijo a alguien en inglés, aunque sea sobre cosas muy sencillas, me responda en chichewa. En el futuro me gustaría abrir una clase de inglés, pero por el momento me esfuerzo en hablar en chichewa, que es lo que la gente prefiere.


En la imagen superior, el P. Mathurin, a la derecha, con un grupo de jóvenes de la parroquia de San Kizito, en Lusungwi, donde trabaja. Fotografía: ARCHIVO PERSONAL DEL AUTOR



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