Nada está perdido

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EDITORIAL DEL NÚMERO DE ABRIL DE MUNDO NEGRO

Es más fácil destruir que construir, herir que sanar y, por supuesto, matar que devolver la vida a los muertos. No se necesita ninguna cualidad particular para destruir, herir o matar, mientras que construir y sanar exigen esfuerzo, perseverancia, capacidades y tiempo. A veces muchísimo tiempo. Respecto a la muerte, solo podemos llorarla.

Estas afirmaciones se confirman en sociedades que han sufrido la guerra y la violencia. En Ruanda, en la primavera de 1994 se desencadenó una violencia que todavía hoy, 29 años después, sigue en proceso de cicatrización. A pesar de las apariencias y de los mecanismos puestos en marcha para recuperar la cohesión social, queda mucho por sanar. Una de las iniciativas que trata de facilitar la convivencia en Ruanda son las «aldeas de reconciliación», donde conviven víctimas y asesinos que tratan de superar juntos el drama vivido.

Mientras Ruanda prosigue su camino de reconciliación, en la región etíope de Tigré apenas lo han iniciado tras la firma, el pasado mes de noviembre, de los acuerdos de paz en Pretoria. El conflicto africano más mortífero del siglo XXI deja 600.000 muertos y muchas incertidumbres de cara al futuro. Nuestro colaborador Alfonso Masoliver, uno de los primeros periodistas extranjeros en entrar en Tigré tras el fin de la guerra, muestra en un colorido reportaje la terrible desolación que se percibe en las mismas ciudades tigrinas donde hace apenas dos años se vivía con relativa prosperidad. Como escribe el papa Francisco en Fratelli tutti, «toda guerra deja al mundo peor que como lo había encontrado. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal», una sencilla lección que los seres humanos nos resistimos a aprender.

En Tigré y en el resto de regiones etíopes que enviaron a soldados que nunca regresaron necesitan emprender la vía hacia la reconciliación. Esta requiere un compromiso con la verdad, compañera inseparable de la justicia. Sin embargo, la persistencia del Gobierno de Adís Abeba por ocultar el conflicto y su obsesión por obstaculizar el acceso a Tigré de la prensa y las organizaciones internacionales no invitan al optimismo.

En Marruecos, colectivos de familias de migrantes también buscan saber la verdad sobre sus padres, hijos o hermanos desaparecidos en el intento de llegar a Europa, sin que el Gobierno de Rabat aporte demasiadas respuestas (pp. 38-41). Y el drama continúa. Otros jóvenes siguen poniendo en riesgo sus vidas porque nadie puede poner barreras al mar mientras persistan las desigualdades y no se humanicen las políticas migratorias.

Finalmente, recomendamos a nuestros lectores el análisis de David Soler tras las elecciones celebradas en Nigeria el 25 de febrero. Tampoco en esas páginas brilla el optimismo. Solo el 29 % de los nigerianos con derecho a voto acudió a las urnas, mostrando el descontento y la desconfianza de la gente en una clase política que no resuelve sus verdaderos problemas.

Con todo, por muy pesimistas que nos pongamos, nada está perdido para quien cree en Jesucristo. Él es fuerza para construir, sanar y hacer brillar la esperanza de una vida nueva en los ojos de los muertos. En Jesucristo, cuya Pascua de Resurrección celebramos este mes, todo se enciende de posibilidades nuevas. ¡Felices Pascuas!


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