Níger con Francia, Malí con Rusia

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El Sahel occidental se divide en la búsqueda de alianzas externas ante la amenaza yihadista



Terrorismo de origen yihadista. Un grupo de palabras, con variaciones, tristemente asociadas a la franja occidental del Sahel en los últimos años. La violencia yihadista se desplaza de Oriente Próximo al Sahel occidental y está en auge, duplicándose cada año, según el Anuario del terrorismo yihadista del Observatorio Internacional de Estudios sobre el Terrorismo. En este documento se responsabiliza al Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM), una filial de Al-Qaeda, del 70 % de los atentados, pero destaca que los del Estado Islámico del Gran Sahara (EIGS) son más mortíferos. «Se dice que está en alza, pero muchas veces la amenaza es la misma. Lo que hay es una fragmentación entre los grupos. En ocasiones aparece un nuevo grupo, pero no es más que la escisión de uno que ya había. En todo caso, la amenaza es real y operativa», dice Jesús A. Núñez, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH), a MN.

Lo cierto es que la presencia de estos grupos es un factor que desestabiliza la zona y ha sido clave en los recientes golpes de Estado en Malí, Burkina Faso y Guinea. En el primero de ellos, durante la última década, a pesar de la presencia de militares franceses a través de las operaciones Serval y Barkhane, y de la participación de los cascos azules de la ONU, los grupos yihadistas lograron controlar grandes extensiones de territorio y consiguieron promover la difusión de corrientes islamistas radicales. En Burkina Faso, el país que recibe más ataques en los últimos años, en 2021 se contaron cerca de 1.200 muertes vinculadas al terrorismo, mientras que Níger, que mantiene dos focos terroristas –en la triple frontera con los países mencionados, y en la cuenca del lago Chad–, también se acerca a esa cifra. Solo Afganistán superó en 2021 a Burkina Faso, Malí y Níger (en ese orden) en la desagradable clasificación de muertes por terrorismo.

El protagonismo de esta violencia en el discurso político quedó patente el mes pasado cuando Yacine Ben Mohamed, diputado de la mayoría gubernamental en Níger, dijo que no podían combatir solos al terrorismo y que habían «optado» por Francia. Porque, al parecer, se trata de elegir, y su vecino Malí, casi en paralelo, ha roto lazos con París, dejando la vía libre para el amigo ruso. El presidente nigerino, Mohamed Bazoum, ha respaldado el traslado de las tropas francesas, obligadas a mudarse tras la salida de Malí. Con Francia –¿coyunturalmente?–, en fase de retirada de Malí y Burkina Faso, Níger, que ha gozado de una relativa estabilidad política en los últimos años, se convierte en el principal socio de los occidentales en la zona. Además de con Francia, Níger coopera militarmente con Estados Unidos, Italia, Bélgica, Canadá y Alemania –que tiene un puesto logístico en Niamey–; y los documentos de Exteriores de España califican las relaciones entre Níger y la Unión Europea como «muy buenas». Una diferencia entre Níger y sus vecinos es que su anterior presidente, Mahamadou Issoufou, no quiso ampliar el límite de mandatos y facilitó una transición tranquila, librándose de un golpe de Estado que sí han sufrido varios países de la región. Macron dio la bienvenida a ese traspaso pacífico, inédito en Niamey, al tiempo que surgían críticas que aseguraban que Occidente miraba a otro lado cuando Hama Amadou, rival de Issoufou, era encarcelado y se le prohibía presentarse a las elecciones; así como cuando se pasaban por alto las irregularidades de los últimos comicios. El hecho de que el presidente Mohamed Bazoum haya sido un aliado histórico de Issoufou señala que ese traspaso entre civiles quizá no sea tan sorprendente.


El presidente de Níger, Mohamed Bazoum, recibe al secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, en Niamey. Fotografía. Issouf Sanogo / Getty. En la imagen superior, concentración en Bamako a favor de la Junta Militar de Assimi Goita y de la presencia de tropas rusas en el país. Un manifestante muestra una pancarta con un montaje fotográfico en el que Putin golpea a Emmanuel Macron. Fotografía: Ousmane Makaveli / Getty


La opción de Bamako

En Malí, la Operación Barkhane que, tras Serval, mantuvo la presencia de miles de militares franceses durante la última década, se ha visto fuera del país por la animadversión del nuevo Gobierno del coronel Assimi Goita –instaurado tras un doble golpe de Estado en 2020 y 2021–, apoyado por el creciente sentimiento antifrancés de la población, pero sin descartar tampoco los propios errores galos y su inoperancia –se han mostrado incapaces de erradicar las actividades de las bandas yihadistas–. Las relaciones con Francia han empeorado aún más en las últimas semanas y las autoridades han acusado a un «Estado occidental», sin mencionarlo, de haber elaborado un plan para intentar dar un golpe de Estado que habría sido desbaratado. Con anterioridad, Goita canceló a los medios franceses Radio France International y France24, tras acusarlos de publicar noticias falsas

Pero hay otros dos movimientos importantes en materia de seguridad del Gobierno de Goita. Uno es la salida del conocido como G-5, un grupo regional de seguridad formado por Níger, Chad, Burkina Faso, Mauritania y, hasta ahora, Malí, para combatir a los grupos armados de la región. La razón se ha vinculado también a las maniobras de un Estado extrarregional que querría aislar a Malí. No hay que darle muchas vueltas: se refiere a Francia. Josep Borrell, alto representante de la UE para Asuntos Exteriores, declaró que «toma nota» de la salida del G-5, pero lamenta la decisión. De momento es incierta la repercusión que puede tener esa ruptura del consenso regional, pero el presidente nigerino, Mohamed Bazoum, ya ha dicho que la salida de Malí supondrá el final de la alianza y ha aprovechado para criticar a su vecino. Según Bazoum, Malí no protegió su parte de frontera correspondiente y ahora está «bajo el control del Estado Islámico del Gran Sahara». En opinión de Jesús A. Núñez, en todo caso «el G-5 no puede ser la solución al problema de la violencia del yihadismo en el Sahel porque solo tiene un frente militar. Si no se aborda lo social, lo económico o lo político y subyacen las causas estructurales, no servirá matar a combatientes, ya que surgirán otros». 

El otro movimiento tiene que ver con el acuerdo de Bamako con el grupo Wagner, cercano a Putin, a quien consagraría parte de la estrategia antiyihadista a cambio de influencia. «Es preocupante y hay señales de fuertes violaciones: Wagner usa estrategias que no están alineadas con los cuerpos militares normales. (…) Estamos ante una presencia retorcida que puede golpearnos de forma grave y mezquina y tenemos que contestar», dijo la representante especial de la Unión Europea para el Sahel, Emanuela del Re. Precisamente, The Guardian ha publicado que los soldados malienses han participado en maniobras conjuntas con Wagner en las que fueron asesinadas 456 personas en nueve incidentes durante este año. Según la información, en Moura tenían orden de detener a todos los fulanis y capturaron y ejecutaron extrajudicialmente a presuntos militantes islamistas, pero también a civiles.

Disminuye la tradicional influencia francesa en esta región continental, mientras crece la rusa –también en países como República Centroafricana–, que busca aumentar su poder y vender armas. «También crece la de China, interesada en materias primas y en inversiones, sin molestar con cuestiones de buen gobierno, corrupción o derechos humanos», escribe en Atalayar Jorge Dezcallar, diplomático, exdirector de los servicios de inteligencia españoles y antiguo director de Exteriores para África y Oriente Próximo.

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