«No hay que esperar a otros. Tenemos el poder para cambiar la situación».

SILAS SIAKOR

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Silas Siakor fundó el Instituto de Desarrollo Sostenible en Liberia; influyó en Naciones Unidas, que prohibió temporalmente las exportaciones de madera procedentes del país, y en la expresidenta Ellen Johnson-Sirleaf, que tuvo que organizar el marco en el que operaban las multinacionales con los recursos del país. Estos y otros éxitos como activista, además de un entregado trabajo en varias comunidades liberianas, han motivado que haya sido galardonado con el Premio Mundo Negro a la Fraternidad 2018.

Aquí podéis ver un fragmento de la entrevista que publicaremos íntegra en nuestro número de marzo. Si queréis suscribiros, podéis hacerlo a través de este enlace.

Entrevista y vídeo: Gonzalo Gómez
Fotografías, cámara y sonido del vídeo: Javier Sánchez Salcedo

Dice que odia la corrupción, ¿por qué ese sentimiento es tan fuerte en usted?

Cuando vives sus peores manifestaciones, cuando la comida en casa nunca es suficiente y tienes que compartir un trozo pequeño con todos, o cuando a menudo vas a la cama sintiendo que no has comido lo suficiente… Pronto supe que la corrupción que practicaban algunos era en parte responsable de nuestras privaciones. Si creces en esa situación desarrollas un fuerte resentimiento. Y al mismo tiempo me rebelo contra las palabras resentimiento u odio. Son emociones muy poderosas. Pero he de ser honesto y es así como me siento. Ningún niño debería ir a la cama con hambre.

Esa vida dura lleva a muchos a buscar una solución individual, pero usted busca la solución comunitaria…

Es que cuando me fijo en mis padres, incluso cuando no tenían lo suficiente, siempre se planteaban compartir con el resto de la comunidad. Incluso cuando nos costaba distribuir la poca comida que teníamos, encontrábamos algo para compartir con los vecinos a los que les costaba más que a nosotros. He sido afortunado. Por ejemplo, fui a Europa, a Irlanda, a cursar estudios de desarrollo. Y cuando volví a casa siempre tuve buenas oportunidades de encontrar trabajo. Pero hay algo que siempre me recuerdo y que recuerdo a mis hijos: como individuo solo no puedes pasártelo bien… La felicidad tiene que ser compartida con la gente que está a tu alrededor. No puedes hacer una fiesta en tu casa solo con tu mujer y tus dos hijos. Eso no es una fiesta. Necesitas que tus vecinos vengan a casa, compartir comida, algo de arroz, pasarlo bien y hablar de la familia y de cómo vivís juntos en comunidad. A menos que tengas más gente feliz a tu alrededor, no creo que puedas ser verdaderamente feliz.

¿Fue su encuentro con Ellen Johnson-Sirleaf su momento culminante como activista?

Desde luego fue un momento importante, estar sentado cerca de ella para decirle que entendía los retos que afrontaba como líder nacional y en el sistema político global, pero que no estaba de acuerdo con su manera de ayudar a nuestra sociedad… Por ejemplo, con la corrupción. Le dije que cuando se pilla a alguien robando dinero público no se le pone en posiciones relevantes como si recibiera un premio, transmitiendo a los demás que podrían hacer lo mismo sin pagar las consecuencias…  Le dije: «su idea de desarrollo es contraria a mi idea de desarrollo; mi idea de desarrollo es que necesitamos un mejor sistema educativo para la gente joven, un mejor sistema de salud, necesitamos comida de calidad y suficiente para las familias, seguridad en el país… Cosas básicas. Eso es lo que deberíamos buscar para la sociedad y no que haya gente que cada vez más rica mientras otros viven en una pobreza abyecta». Estar sentado a su lado para esa conversación y hacer que se diera cuenta de lo que la gente ordinaria siente fue un gran momento. Pero me acuerdo de otros momentos importantes como uno que sucedió después, el día en el que una empresa de aceite de palma tuvo en cuenta a la comunidad y les dijo que entendían que no querían su proyecto y que se irían y les dejarían tranquilos. Estar allí, simplemente mirando lo felices que estaban en la comunidad, fue una gran satisfacción.

Qué sensación tuvo al estar delante de una presidenta a la que incomodaba

Al principio estaba muy ilusionado, pero cuando llegué y la vi a ella sentada, con las banderas detrás, la realidad se impuso ante mí. Sentí la diferencia entre su lado de la mesa y el mío, mucho más vulnerable y en una posición de debilidad. Pero al escuchar que empezaba a tratar de justificar la corrupción y a explicarme su aportación al desarrollo con cosas a las que me opongo totalmente, me llené de energía. Fue el detonante para decirle: «no, te equivocas, ese no es el camino por el que debe ir el país». Ya no recordaba que ella era la presidenta. Estaba hablando simplemente con otra liberiana normal sentada a la mesa.

¿Qué ha aprendido de su experiencia?

Ahora entiendo mejor la complejidad de los retos que afrontamos, no solo de los liberianos sino globalmente. Vivimos bajo el legado de un modelo antiguo económico que se centra en el crecimiento empresarial y cuyo objetivo son los beneficios por encima de la mejora de las condiciones de vida de la gente normal. Creen que si hay gente más rica, los beneficios descenderán gota a gota hacia abajo. Eso no va a pasar, pero es el mundo en el que vivimos. Hay que empezar desde la base y organizar a la gente para que esté junta y trabaje de manera que sea empoderante. Que entiendan que no hay que esperar a otros, sino que tenemos el poder de cambiar la situación. Ese es un gran paso. Y cuando se hace eso, no se hace en soledad sino intentando dar la mano a otras comunidades que afrontan los mismos problemas para que se pueda construir una montaña desde abajo. Siempre que hablo esto con amigos alguno me dice: «pero como individuo, ¿qué puedo hacer?». Yo les digo que no se trata de que uno vaya a cambiar el mundo sino de vivir de manera diferente y de que ese ejemplo anime a otros. La gente lo verá y gradualmente se difundirá.

 

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