Publicado por Gonzalo Vitón en |
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Prudencio Rodríguez nació en Adrada de Haza (Burgos) en 1942 y lleva más de 50 años como misionero del Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME) en Guatemala, después de haber pasado cuatro años en la costa colombiana. Un camino de misión que inició sin saber encontrar el origen: «A veces en un retiro o en alguna cosa de esas piensas “¿y cuál fue el origen?”. Y no lo encuentras. Al final, son procesos, pero tienes que decir que Dios intervino porque quiso intervenir».
Allí le conocí, en Guatemala, hace más de 20 años, convirtiéndose en una de esas personas que te marcan desde el inicio. De hablar pausado y tranquilo, recibe los desafíos y regalos de la vida siempre con buen humor y una sonrisa. Toda una vida en un país que él divide en tres etapas, y que, según comenta, le ha enseñado a desaprender mucho. La primera, trabajando en la costa del Pacífico durante casi 15 años. La segunda, en Totonicapán, la región del Quiché, durante un año, entre 1985-1986. La tercera, en los suburbios de la capital, donde ya lleva más de 30. Toda su labor la ha desarrollado siempre alrededor del trabajo en las parroquias. Actualmente se encuentra en la del Santo Hermano Pedro, que inauguró él mismo hace ya dos décadas, en el municipio de Chinautla, al norte de Ciudad de Guatemala. Allí es la segunda parroquia que inicia, lo que, según él, «da una libertad grande». Una parroquia constituida de nueve comunidades, lo que él llama «la familia de las comunidades».
Las parroquias en las que ha trabajado se han caracterizado siempre por mantener un perfil de comunidad eclesial de base, para lo que es importante «utilizar el tamaño humano» y que «el Evangelio sea leído como fue leído en el primer tiempo». Desde la parroquia del Santo Hermano Pedro sigue con el trabajo diario con la gente del barrio, o lo que el burgalés llama «hacer vecinos». Como él defiende, la construcción del vecindario es parte fundamental de la tarea del misionero porque «el Señor no nos mandó solo a hacer discípulos. Nos mandó hacer prójimos, o sea, acercarnos a los vecinos. Y esas dos tareas son una misma, porque nosotros hacemos vecinos y el Señor hace discípulos. Por mucho que el cura o el misionero quieran, no tienen capacidad, no tienen dedos, no tienen herramientas para hacer discípulos. El que los hace, al fin y al cabo, es el Espíritu. Pero hacer vecinos sí que nos corresponde a nosotros». Es, en definitiva, la idea de crear comunidad, una que, tal y como nos cuenta, durante la pandemia empezó a traspasar fronteras gracias a que decidió empezar a grabar un wasap semanal de unos diez minutos en los que reflexionaba sobre las lecturas dominicales en torno a cuatro dimensiones: «la ecológica, la sociológica, la psicológica y la teológica».
Narra con pasión la historia de un país, Guatemala, que conoce bien. Vivió en primera persona una parte reciente de la misma, la guerra que asoló el territorio durante 36 años y las masacres que se sucedieron entonces. Ha conocido a varios de los mártires de la Iglesia guatemalteca, algunos de ellos ya beatos o en proceso de canonización. Todo porque, como dice el misionero del IEME, «la Iglesia en estos países es como una piedra en el zapato». Pero también ha vivido la ilusión de los acuerdos de paz de 1996 y la nueva etapa política, marcada, en gran parte, por las resistencias de las comunidades indígenas. Él acompaña más de cerca a una de ellas, la de La Puya (en la imagen). A escasos 30 kilómetros de su casa, se encuentra este emplazamiento minero que cuenta con una sólida historia de luchas para defender la vida y el territorio de las amenazas de las grandes empresas extractivas. Su acompañamiento le ha hecho darse cuenta de que «la resistencia los ha unido, los ha hecho hermanos, porque se han encontrado con la misma pobreza y con las mismas agresiones». Y él trata de estar constantemente allí, cercano a la gente, pues entiende que ese debe ser el papel de la Iglesia: «Estar cerca. Y felicitar y facilitar donde se pueda. Felicitar lo que van ganando».
El acompañamiento a las resistencias, que supera los límites geográficos de la parroquia, también se apoya en un trabajo ecuménico con otras Iglesias. Uno de esos procesos tuvo que ver con las elecciones de 2023, en las que salió vencedor Bernardo Arévalo en segunda vuelta. Sin embargo, la Fiscalía intentó anular los resultados con una decisión que favorecía a la oficialista y ex primera dama Sandra Torres. Para defender la legalidad de los comicios, los miembros de la Mesa de las Religiones estuvieron con los guatemaltecos: «Uno llevaba la comida, otro llevaba el café y otro llevaba el pan para los que venían de los pueblos a resistir, a estar ahí en las manifestaciones», recuerda el P. Prudencio.
Su conocimiento del mundo indígena no le ha permitido únicamente acompañarlo en sus luchas y resistencias durante todos estos años, sino integrar su cosmovisión dentro de la labor pastoral. Uno de los ejemplos más claros es la propia iglesia parroquial, «un templo con medidas mayas», donde destacan las b’elejeb’ (‘nueve’, en maya) gradas y ventanas, número que en su cultura indica «la totalidad con la presencia de Dios» y «que todo el espacio es sagrado»; o las oxlajuj (‘trece’) gradas que van desde la puerta hasta el altar, número que se refiere a las «articulaciones centrales e integrales de la persona humana». El altar está situado en la parte de abajo: «Es importante desde dónde iniciamos la Misión. Hay que hacerlo desde abajo. Siempre desde ahí». Por esto recuerda a Paco, uno de sus compañeros: «Fue él quien insistió en que la encarnación tiene lugar abajo, que no podíamos poner el altar arriba». Un templo simbólico y abierto que, para Prudencio, «no es algo separado, sino que se integra. Y claro, eso conecta muy bien con el mundo maya en el que lo sagrado y lo civil están conectados, armonizados». Un templo al que volvió al día siguiente de realizar la entrevista, con la ilusión renovada, a continuar su labor de misión.
En la imagen superior, Pruedencio Rodríguez el día de la entrevista. Fotografía: Gonzalo Vitón
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