¿Odio africano?

Por Gerardo González Calvo He escuchado atónito e indignado a un periodista tertuliano la expresión “odio africano” para describir la animadversión de un dirigente político español a otro. Eludiré los nombres, porque no viene al caso. Lo preocupante es que se empleen todavía epítetos, cuando menos inadecuados, al poner como paradigma del odio a más de 1.100 millones de personas que viven en el continente africano. ¿O es un tic racista? Me temo que sí.

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gerardo_gonzalez   Por Gerardo González Calvo

 

He escuchado atónito e indignado a un periodista tertuliano la expresión “odio africano” para describir la animadversión de un dirigente político español a otro. Eludiré los nombres, porque no viene al caso. Lo preocupante es que se empleen todavía epítetos, cuando menos inadecuados, al poner como paradigma del odio a más de 1.100 millones de personas que viven en el continente africano. ¿O es un tic racista? Me temo que sí.

A los africanos en general y a los negros en particular se les han dedicado toda suerte de descalificaciones. Llegó incluso a asegurar el barón de Montesquieu en su celebrado ensayo El espíritu de las leyes, publicado en 1748, que los negros no tenían alma. Justifica así la esclavitud una persona considerada una de las lumbreras de la Ilustración. Después de afirmar que “el azúcar sería demasiado caro si no trabajaran los esclavos en su producción”, asegura: “Resulta impensable que Dios, que es un ser muy sabio haya puesto un alma, y sobre todo un alma buena, en cuerpo enteramente negro”.

Por otra parte, lo cómodo y fácil es satanizar a unos pueblos, a los que previamente hemos considerado “salvajes”, porque no conocemos nada de su Historia, nada de su arte, nada de su literatura, muy poco de su música. Los enjuiciamos con altanero etnocentrismo. Comentaba así Luis María Ansón el secuestro de los españoles Francisco Rodríguez y José Antonio Tremiño en Georgia: “Y eso ocurrió no en el África recóndita a cargo de una tribu semisalvaje sino en un país de la Europa culta del siglo XXI…” (La Razón, 11-12-01).

Tenemos todavía la convicción de que hemos realizado una tarea civilizadora con los pueblos que conquistaron nuestros antepasados y nos aferramos, consciente o inconscientemente, a la teoría de Herber Spencer de la evolución de las especies y de las civilizaciones, poniendo la occidental en el centro de todos los logros, hacia la que deben converger todos los pueblos. Pero cuando Spencer escribía, en la segunda parte del siglo XIX, sus tratados Principios de la ética y El hombre frente al Estado, los “civilizados” países occidentales se estaban repartiendo el continente africano sin el menor escrúpulo. No sé si con odio o sin odio, pero durante los 23 años -de 1885 a 1908- que el rey Leopoldo II de Bélgica fue propietario personal del Congo fueron exterminadas unas diez millones de personas nativas, la mayoría de ellas esclavizadas, mutiladas y asesinadas durante la explotación del caucho. Algo de ello cuenta minuciosamente el escritor peruano y Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa en su novela El secreto del celta.

El periodista ecuatoguineano Donato Ndongo-Bidyogo, durante muchos años colaborador de Mundo Negro, ha detallado la sarta de tópicos insultantes a los negros. Por lo general, la estética, cuando se proyecta sobre África, es un elogio de lo feo, de lo bárbaro, del espectáculo de la sangre. Pero en los semanarios dominicales se publican las fotografías en blanco y negro para no molestar a la publicidad, aunque sean bajo el peso de la calidad fotográfica de Sebastiâo Salgado.

Seamos serios y más cuidadosos a la hora de enjuiciar a los africanos. Más de 1.100 millones de personas se merecen, como mínimo, un poco de respeto.

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