Publicado por Enrique Bayo en |
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El sueño y el cansancio por el largo viaje desde Madrid a Yaundé no me impidió llegar con puntualidad a la cita con el P. Alfonso Ruiz. El jesuita riojano me esperaba en el porche de uno de los edificios del internado para menores del Foyer de l’Espérance (Hogar de la Esperanza), una institución diocesana dedicada a la protección de la infancia en dificultad que el P. Alfonso ha coordinado durante 22 años. En 2024 le pasó el testigo a un jesuita chadiano, el P. Tobian Noubaïssem, al que el religioso español ha acompañado durante un año para introducirle en el trabajo de gestión.
El internado Frère Yves es uno de los cuatro centros del Foyer, todos situados en el barrio de Mvolyé, en la capital camerunesa. Consta de varios edificios de planta baja que albergan los dormitorios, el comedor y la cocina, las salas de estudio, los despachos y otras dependencias, distribuidos en un espacio abierto y sin muros que facilita el contacto con los vecinos. Dispone, además, de una pequeña piscina que hace las delicias de los chicos residentes y de otros que «se cuelan de vez en cuando» para disfrutar de un buen baño. Durante nuestra visita, los colchones de los dormitorios habían sido sustituidos por esterillas debido a una invasión de pulgas que traía «de cabeza» al P. Alfonso. Después de cinco meses de dura lucha con toda clase de productos y técnicas, los tenaces insectos seguían ahí instalados.
El Foyer de l’Espérance se marcó desde el inicio como objetivo principal la reinserción familiar y social de chicos, chicas y jóvenes de la calle, y también los procedentes del módulo de jóvenes de la prisión central de Yaundé. El primer paso es siempre «ir a buscarlos a la calle», de manera que varias veces por semana los equipos de educadores del Foyer salen al encuentro de los chavales para invitarles a venir al centro de día y de escucha donde pueden asearse y lavar su ropa, comer, ver la televisión, jugar y participar en charlas educativas. En torno a 140 chavales frecuentan el centro cada semana. Unos vienen y otros se van, hasta ganar la confianza de algunos «que un día te cuentan su verdad, que a veces es muy difícil, sobre todo si se trata de niños abusados sexualmente dentro de la familia. Son necesarios mucho tiempo y mucha paciencia», señala el jesuita. Solo cuando en el marco de esta confianza los jóvenes se abren y manifiestan con sinceridad su deseo de salir de la calle son acogidos en el internado, escolarizados y se comienza a contactar a sus familias u otras familias de acogida para la reinserción. Según el P. Ruiz, esta «puede durar dos días o diez años», porque nunca hay dos chavales iguales, cada uno tiene su historia personal.
Es difícil encontrar en la calle niños menores de seis o siete años porque cuando son tan pequeños «alguien suele ir en su busca y recogerlos», pero a partir de los ocho años sí es posible dar con ellos. En el internado los chicos tienen una media de 14 años y su número está limitado a la treintena para favorecer su formación personalizada. «Cada chaval tiene asignado un educador de referencia, lo que permite crear una relación de confianza entre ambos, algo fundamental en chicos que han vivido al margen de la familia para que se sientan valorados y puedan recuperar su dignidad y autoestima», señala el jesuita. Tarcile Mbous, camerunesa, asistente social y directora del internado, confirma esta idea: «Son chicos que tienen una gran falta de afecto y yo, de alguna manera, soy su madre y represento el lado maternal que necesitan. Trato de combinar la ternura y la firmeza, para lo cual me ayuda mucho mi rol de directora».
El Foyer de l’Espérance fue fundado en 1977 por el Hno. Yves Lescanne, miembro de la congregación de los Hermanos de Jesús y entonces capellán del pabellón de menores en la prisión central de Yaundé. Este seguidor de Charles de Foucauld se dio cuenta de que muchos chicos que salían de la cárcel terminaban durmiendo en la calle y pidió al arzobispo de Yaundé, Mons. Jean Zoa, un lugar para poder acogerlos. Todo empezó de forma muy sencilla, con una pequeña casa de palos y barro en el lugar donde hoy se encuentra el internado.
En los años 70, aunque la capital camerunesa apenas contaba con 700 000 habitantes, ya empezaban a verse niños que hacían de la calle su hogar, un fenómeno que no ha dejado de crecer. En la actualidad se habla de segunda y hasta de tercera generación de niños y niñas de la calle para referirse a aquellos nacidos de padres que ya viven en la calle.
En 2017 se llevó a cabo un estudio sociológico en Yaundé que, a pesar de su antigüedad, sigue ofreciendo los datos más fiables. Se calculó entonces que unos 3 000 niños y jóvenes vivían en las calles de la capital, con un porcentaje de niñas por debajo del 4 %. Sin embargo, todo apunta a que esas cifras han aumentado. El hecho de haber menos niñas en situación de calle se debe, según el P. Alfonso, a que «cuando deciden irse a la calle y van a los mercados, es común que las mujeres que venden ahí las llamen para que les ayuden con sus negocios y las lleven a sus casas para dormir dándoles protección», algo que no sucede con los chicos.
Con respecto a las causas que llevan a los chicos a la calle, la encuesta reveló que más del 80 % de los casos se deben a la desestructuración familiar en un ambiente urbano donde se pierden poco a poco los valores de la solidaridad y la acogida. Si un chaval no se siente querido y, además, vive en un contexto violento, un día se va. La pobreza extrema, si el chico se siente querido, no provoca necesariamente su huida. Podrá pasar el día entero en la calle buscando qué aportar a la familia, pero al llegar la noche regresa a su hogar.
Además del internado de menores y del centro de día, donde tiene lugar la primera acogida y el proceso de escucha de los jóvenes, el Foyer de l’Espérance se completa con el hogar de las chicas y el internado para jóvenes mayores de 16 años en formación profesional. Este último alberga a unos 15 chicos, a los que se les ofrece una formación técnica adaptada a su nivel educativo, proceso que puede extenderse cuatro años como máximo. El P. Alfonso no esconde su pesimismo, porque «estos chicos mayores vienen directamente de la calle o de la cárcel y, de alguna manera, su proceso de reinserción familiar ha fracasado. Algunos se van antes de tiempo porque les cuesta cumplir el reglamento. Los que consiguen terminar la formación tienen muchos problemas para insertarse en el mercado laboral, sobre todo en un país donde la corrupción es grande y es difícil encontrar trabajo si no tienes a nadie que te abra una puerta».
El hogar de las chicas es internado y centro de día para la acogida y la escucha. Los miércoles llegan al centro directamente de la calle grupos de jóvenes –entre 15 y 30, según los días– para lavarse y comer algo. Aquellas que lo desean pueden hablar con las educadoras. En la casa de planta baja y el primer piso residen una veintena de chicas, acompañadas por educadoras especializadas, entre las cuales se encuentran dos religiosas de la congregación de las Hermanas de la Compasión. Todas las chicas del internado, al igual que los chicos del Frère Yves, están matriculados en escuelas públicas que conocen su realidad y los aceptan incluso cuando el curso está avanzado. El Foyer anima aulas de alfabetización para ayudar a subir el nivel de los más rezagados y una escuela para unos 130 alumnos de Primaria y Secundaria en el pabellón de menores de la Prisión central de Yaundé, pero no ha querido crear centros educativos propios externos porque, según el P. Alfonso, «es mucho mejor que compartan la escuela con otros niños y niñas. Acostumbrados a ver pasar a gente que les insulta, ir a la escuela y, a veces, hasta tener mejores notas que los compañeros, es un acto importante de socialización».
Organizaciones como Misereor, Manos Unidas, Magis Italia o Misiones La Rioja apoyan económicamente al centro, que cuida mucho la transparencia de sus cuentas al realizar cada año dos auditorías contables.
Desde el punto de vista formativo, la fundación católica Apprentis d’Auteuil apoya con sus materiales didácticos los encuentros que el centro organiza todos los viernes para los 17 cameruneses asalariados y el personal extranjero del Foyer. También suelen participar en la formación algunos voluntarios y los universitarios y universitarias que prestan servicio en los internados cuidando a los chicos y chicas por las noches a cambio de ayudas para sus estudios.
El Foyer de l’Espérance no es la única iniciativa en Yaundé que trabaja para la reinserción familiar y social de los niños y niñas de la calle. Frente a la estación de Gare Voyageurs, en la capital camerunesa, se encuentra el centro de día Edimar Princesse Grace, fundado por el sacerdote italiano P. Maurizio Bezzi y dirigido desde hace seis años por la camerunesa Mireille Yoga. Esta mujer, madre adoptiva de nueve hijos, multiplica los abrazos y las sonrisas a los niños y niñas que vienen al centro. Mireille recuerda las palabras del P. Maurizio: «Los niños de la calle son como un reloj desmontado. Se necesita mucho trabajo y tiempo para poner las piezas en su sitio». Desde el Centro Edimar Princesse Grace anima un equipo de personas, entre psicólogos, médicos y educadores sociales, que llevan adelante programas de escolarización, salud o educación a la vida y a la paternidad con los que pretenden brindar esperanza a los niños y niñas que llegan hasta ellos.
Otra persona que está dedicando su vida a los niños y niñas en situación de calle es el P. Serge Evina, camerunés, misionero espiritano y director de los Foyers Saint-Nicodème, en Duala. Esta institución, fundada en 1996 por la Hna. Marie Roumy, dispone de una red de hogares para la reinserción familiar de niños y niñas en situación de calle y un centro especializado para niños con discapacidades que apoya en Duala a más de 180 familias. El P. Serge ha elegido vivir en el internado PK14, acompañando y educando a una treintena de menores acogidos, y lo lleva a cabo rebosando entusiasmo y entrega. Sobre su trabajo dice: «Hay que ofrecer siempre una sonrisa a estos chicos y chicas, porque la vida es bella a pesar de todo lo que han vivido».
El primer destino misionero del P. Alfonso Ruiz Marrodán fue Chad, donde llegó en 1968. Después, las circunstancias de la misión lo llevaron varias veces a Camerún, donde el jesuita fijó residencia en 1998, primero en Duala y a partir de 2002 en Yaundé. Ese año, el arzobispo de la capital, Mons. André Wouking, pidió ayuda a los Jesuitas para crear una estructura de coordinación en el Foyer de l’Espérance, que atravesaba serias dificultades, y el P. Alfonso fue elegido para ese servicio. Se metió tan a fondo en su trabajo que acabó siendo coordinaador general del mismo durante 22 años.
«Los chicos de la calle forman una sociedad aparte, con una frontera que no es física, sino sociológica, muy fuerte, que hay que atravesar aunque no tengas visado. Eso significa salir a la calle y hablar con los chavales. Al principio te miran raro, pero hay que plantearse la operación “formar parte del paisaje”, al igual que las vendedoras ambulantes o los guardias de seguridad de los negocios. Cuando ya nadie se extraña de ver a un blanco, viejo y calvo que anda por ahí, comienzas a ganar la confianza de los chavales, porque el encuentro no es obligado, sino deseado, y te reciben muy bien. Únicamente quien ha pasado por la calle puede trabajar en un centro como el nuestro». Y añade el P. Alfonso: «Este trabajo es difícil, pero para mí ha sido una bendición de Dios, el trabajo de mi madurez-vejez que me ha venido humana, cristiana y socialmente de maravilla».
El 7 de febrero de 2025, los Jesuitas y la archidiócesis de Yaundé firmaron un convenio por el cual el Foyer de l’Espérance pasa a ser una obra diocesana confiada a la congregación, lo que asegurará la gestión y la continuidad del proyecto. El P. Alfonso regresó a España con esta alegría en el corazón. Aunque tiene billete de vuelta a Camerún para el próximo mes de junio, no sabe todavía si se quedará o aprovechará para despedirse y regresar a España de manera definitiva. El 15 de marzo cumplió 80 años y tal vez decida seguir aportando a la Misión desde este lado.
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