Pantallas que hacen daño

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Políticas, periodistas y defensoras de derechos humanos son amenazadas por Internet en Libia


La violencia y el desgobierno en Libia han ensuciado las esperanzas de libertad que se crearon con la caída de Gaddafi. Un agente de cambio, Internet, se ha convertido también en una herramienta de violencia y acoso contra las mujeres, sobre todo las que alzan la voz por los derechos humanos.



Con el impulso de una ola de indignación, empoderamiento y deseos de cambio, Libia salía hace 12 años de una revolución armada que hizo algo que poco antes parecía imposible: acabar con Muamar el Gaddafi y su régimen. Fue un momento esperanzador. La sociedad en general, pero sobre todo jóvenes y mujeres en particular, muy visibles y activas en la revolución tras décadas de ostracismo, vivieron con ilusión el desafío de una transición con la que construir una nueva Libia.

Ayat Mneina nació en Libia, pero su familia emigró a Canadá cuando tenía seis años. Durante las revueltas árabes cofundó Shabab Lybia (Movimiento de la Juventud Libia), una plataforma con la que informar a través de las redes sociales de lo que pasaba en el país: «Seguíamos lo que ocurría en Túnez o Egipto por los medios, pero en Libia estaba todo controlado por el régimen. Usamos Twitter y Facebook para contar lo que sucedía con fuentes por todo el territorio. Hablábamos mucho por teléfono e Internet. Teníamos mucha esperanza. A finales de 2011 fui a Trípoli e incluso hice planes para mudarme». En esa época, Myriam, una joven revolucionaria que había luchado en la guerra tras el alzamiento, protagonizaba el documental Pionniers (‘Pioneras’, de Vanessa Rousselot). La cinta la seguía en la aventura de presentarse por Trípoli en los comicios regionales que acompañaban a las primeras elecciones al Parlamento en medio siglo. Eran, además, las primeras a las que se habían podido presentar mujeres en Libia. En su campaña, Myriam afrontaba el descrédito de muchos y muchas que le decían que no votarían a una mujer y se encontraba con su cara tachada en los carteles que anunciaban su candidatura. Pero segura de la posibilidad del cambio, recorría los barrios para convencer votante a votante de su voluntad de hacer un país en el que revolucionarios y seguidores de Gaddafi vivieran en paz. 

No salió elegida. Años después, dedicados al activismo en Internet denunciando abusos y violaciones de derechos humanos, Myriam aparece en un informe de Amnistía Internacional (AI). En 2018, una milicia a la que había criticado la secuestró y torturó. Cuando contó su caso en un vídeo en Facebook, fue vilipendiada e insultada y su familia la dejó de hablar. 

Su caso sintetiza lo peor de lo que ha pasado en Libia y muestra algo que muchas mujeres experimentan cuando se atreven a ocupar la esfera pública. «Menos de un año después de las primeras elecciones eran comunes la intimidación y los asesinatos de activistas. Pronto estuvimos en un escenario armado controlado por las milicias», dice Mneina.

Un grupo de mujeres protestan en la plaza de los Mártires de Trípoli por las condiciones de vida en el país. Fotografía: Nada Harib / Getty


Según AI, las defensoras de derechos humanos sufren riesgos específicos como la violencia de género o los estereotipos que las estigmatizan. La organización documenta casos de secuestros, torturas y asesinatos, y recoge testimonios de activistas amenazadas de violación, o acusadas de blasfemia o infidelidad. También la Comisión Internacional de Juristas destaca que las autoridades libias han permitido que actores no estatales amenacen y asesinen impunemente a defensoras de los derechos humanos. Hay más informes y organizaciones. Plataformas como Mujeres Libias por la Paz, entre otras, han alzado su voz en los últimos años contra el creciente clima de violencia contra las mujeres. 



Internet, parte del problema

Las elecciones previstas para finales de 2021 se suspendieron a pocos días de celebrarse y todavía no se han retomado. Antes de que se cancelaran se habían presentado 98 candidatos, de los que solo dos eran mujeres. Meses antes, el Gobierno de transición de Abdulhamid Dbeiba, que domina el oeste del país, apoyado por Naciones Unidas, presentó una formación con cinco ministras. Fue un hito, pero aún estaba por debajo del 30 % prometido. A menudo se explica la influencia tribal para justificar la infrarrepresentación de las mujeres en la política libia. Precisar las causas es complejo, pero todo indica que se ha visto complicada por la violencia a través de Internet. 

Las redes sociales, sobre todo Facebook, han sido durante los últimos años fundamentales en la comunicación en el país. Sin embargo, para muchas mujeres son entornos hostiles, sobre todo para aquellas cuyas ideas pueden molestar a poderes de distinta índole. Las amenazas y el lenguaje violento dirigido contra ellas son una forma de violencia que busca silenciarlas. Un informe de la Misión de Investigación Independiente de las Naciones Unidas sobre Libia documentó casos de intimidación, agresiones y amenazas por Internet contra las defensoras de los derechos humanos en Libia. «Las redes sociales fueron una herramienta vital durante la revolución y aún lo son para organizarnos, movilizarnos o compartir información. Pero también son una espada de doble filo porque se convierten en la herramienta perfecta para usar contra los activistas, sobre todo con las mujeres. Es otra forma de violencia», dice Ayat Mneina.

Manifestación en Bengazi diez años después de la caída de Gaddafi. Fotografía: Abdullah Doma / Getty



La ONG Abogados por la Justicia en Libia (LFJL, por sus siglas en inglés) hizo una encuesta a 163 mujeres libias para que contaran sus experiencias online. El 96 % declararon que el acoso por Internet contra las mujeres era un problema grave del país y más de dos tercios reconocieron haber sido víctimas de ataques. Según ONU Mujeres, el 46 % de las mujeres que utilizan Internet en el mundo árabe no se sienten seguras ante la violencia cibernética. La Alta Comisión Electoral Nacional de Libia lanzó un proyecto para rastrear las actividades de odio por cuestión de género en la Red. El resultado fue que más de tres cuartas partes de las libias habían sufrido chantaje, difamación y mensajes obscenos. «Creo que las mujeres que se expresan en público son vulnerables ante el acoso por parte de la sociedad masculina. Personalmente no he experimentado estos problemas, pero quiero destacar el caso ilustrativo de Hanan Al-Raasi, hizo valientes críticas hacia las violaciones perpetradas por las milicias en su ciudad. Antes de su asesinato, transmitió un vídeo en directo donde censuraba a grupos armados cercanos al comandante Jalifa Haftar», cuenta a MUNDO NEGRO Mawwada, una joven profesora libia en Trípoli que ha preferido no concretar ni su apellido ni dónde trabaja. «Desde luego he sufrido acoso online, sobre todo cuando era más activa en Internet. Intimida usar las redes cuando hablas contra las milicias o mencionas algo que supone cierto riesgo», reconoce, la cofundadora de Shabab -Lybia.

Según un grupo de 90 organizaciones de mujeres y activistas reunidas por la Misión de la ONU de Apoyo a Libia, los abusos por Internet son a menudo seguidos por ataques físicos. En el contexto de una campaña de la ONU contra la violencia de género, el grupo manifestó que el marco legal en Libia no está preparado para abordar la violencia contra las mujeres, y que los tribunales se centran en casos civiles relacionados con el derecho de la familia en lugar de juzgar delitos de violencia. Desde 2011 se han propuesto varios proyectos de ley sobre violencia contra las mujeres, pero la LFJL afirma que no cumplen los estándares internacionales, ya que se centran solo en lo físico sin tener en cuenta los daños psicológicos. «Las amenazas tienen consecuencias directas en la salud emocional, la seguridad y la participación cívica», dice Mawwada. Más allá de las leyes, las autoridades libias no han mostrado una determinación clara en la persecución de los casos más conocidos, transmitiendo el mensaje de que estas violencias pueden quedar impunes. Una consecuencia es la autocensura en Internet, donde no es fácil saber quién puede estar al otro lado.

Ayat Mneina, investigadora especializada en medios digitales. Fotografía: Javier Sánchez Salcedo



Peculiaridades libias

«La libertad varía de unas zonas a otras del país –dice Mawwada–. En las regiones más pequeñas y apartadas, las mujeres tienen menos libertad. En Trípoli tienen un papel más activo, pero, por ejemplo, las periodistas tienen que tomar precauciones si expresan opiniones contrarias a ciertos partidos o agencias de seguridad». La joven cree que factores como la transición política, la presencia de milicias y las tensiones étnicas o regionales hacen de Libia un caso muy complejo, sin olvidar que las tendencias de hostigamiento a las mujeres funcionan a nivel regional e incluso global. En opinión de Ayat Mneina, «el acoso online y reputacional contra las mujeres activistas y las que ocupan un espacio público son un lugar común. La sociedad es muy tradicional en Libia en algunos ámbitos y el acoso puede ser muy efectivo porque la reputación se ve como algo que trae orgullo o vergüenza a toda la familia. No solo implica a la mujer como individuo, sino que ella se tiene que preocupar también por el impacto en los suyos. ¿Cómo será visto mi marido o mi padre? Ellas se convierten en el objetivo». Otra docente en Libia que también prefiere mantener el anonimato dice que la sociedad en Libia es conservadora y las familias prefieren que sus hijas y mujeres no sean conocidas: «Cuando se ve una mujer por Internet hay poco respeto. No se acepta que sea más exitosa que un hombre o le dirija en el trabajo. No obstante, el islam prohíbe el acoso y existen también hombres nobles y educados que respetan a la mujer y creen en ella», dice.

Las plataformas tecnológicas que difunden los mensajes de odio tienen su cuota de responsabilidad. Ayat Mneina es escéptica en relación a lo que se puede esperar de ellas, y recuerda casos donde se aprovecharon las redes sociales para desinformar, como durante la Covid-19 o en las elecciones en EE. UU. 

La dejadez de las administraciones, que suelen carecer de unidades policiales especializadas, y la falta de compromiso de las empresas tecnológicas, desplaza el trabajo a las afectadas, a las oenegés y a las acciones formativas que estas puedan llevar a cabo. La educación en el uso de los nuevos medios es clave. Muchos usuarios desconocen la existencia, por ejemplo, de los mecanismos de denuncia. «Hay que enseñar a los activistas a usar mejor las redes: no compartir a veces cierta información como la localización, o subir las fotos después del evento y no mientras sucede… Depende del nivel de amenaza al que esté sometida la persona. En algunos casos, tendrá que dejar Libia si quiere seguir haciendo lo que hace. Hay personas que se han quedado, pero ya no dicen lo que piensan. Es una pena», dice la libiocanadiense.

Sin embargo, la pericia en el manejo de redes o las respuestas de los activistas no van a solucionar, de por sí, los problemas asociados al acoso por Internet. La evolución de la tecnología y su dificultad para controlarla crecen con la inteligencia artificial, con la que, por ejemplo, no hace falta robar información personal para exponer a alguien, sino que basta con crearla. 

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