Pastoral en tiempos difíciles

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La inseguridad y la violencia condicionan la vida de las comunidades cristianas en el Sahel 



No es fácil ser cristiano en el Sahel. Las exigentes condiciones climáticas y las enormes distancias, unidas a la falta de infraestructuras y, sobre todo, a la creciente amenaza terrorista y la inseguridad que impera en muchos puntos de este inmenso territorio, ponen a prueba a la población y, de manera particular, a las comunidades cristianas.

El Sahel es una zona de transición entre el desierto del Sahara y las sabanas africanas que atraviesa el continente desde el Atlántico hasta el mar Rojo. Esta franja, de aproximadamente 5.400 kilómetros, engloba diversas regiones de nueve países africanos: sur de Mauritania, norte de Senegal, centro de Malí, norte de Burkina Faso, sur de Níger, norte de Nigeria, centro de Chad y Sudan, y Eritrea.

La situación de los cristianos en la región varía según los países. Los más de 800.000 católicos senegaleses –el 5 % de la población, frente al 91,2 % de musulmanes– no encuentran dificultades de convivencia con el resto de conciudadanos. El islam de las confraternidades religiosas musulmanas de Senegal permite una coexistencia armónica entre miembros de las diferentes confesiones religiosas, incluso dentro de una misma familia. En otros países, como Chad o Sudán, también existe tolerancia, aunque con matices. En Sudán, donde los cristianos son fundamentalmente sursudaneses o sudaneses de la etnia nuba, son considerados con frecuencia «ciudadanos de segunda» por la mayoría árabe. A pesar de la dilatada presencia histórica del cristianismo en tierras sudanesas, la Iglesia católica todavía no goza de personalidad legal, lo que dificulta la gestión de sus bienes y la defensa de sus derechos.

Dos niños participan en la celebración eucarística en una parroquia de Dano (Burkina Faso). Fotografía: Simone Bergamaschi / Getty. En la imagen superior, un grupo de mujeres toca la cruz de la puerta de acceso a la iglesia católica del campo de refugiados de Shagarab (Sudán). Fotografía: Abdulmonam Eassa / Getty



En el caso de la República Islámica de Mauritania, donde el islam es religión de Estado, no son posibles las conversiones al cristianismo. En este contexto, el proselitismo es considerado un ultraje contra las costumbres islámicas y conlleva graves penas de cárcel. Aunque las autoridades mauritanas mantienen relaciones diplomáticas con la Santa Sede desde 2017 y los aproximadamente 4.000 cristianos residentes en Mauritania –todos extranjeros– viven su fe sin ser molestados, últimamente despunta la presión de un islam fundamentalista apoyado desde Arabia Saudita. 

Tres países sahelianos –Burkina Faso, Níger y Malí– sufren desde hace una decena de años la amenaza de movimientos radicales islamistas que condicionan la vida eclesial de las comunidades. En el primero de ellos, los ataques contra la Iglesia se intensificaron a partir de 2019. En febrero de ese año fue asesinado el misionero salesiano español Antonio César Fernández, y en mayo, otro sacerdote y cinco fieles fueron igualmente asesinados durante la celebración de una eucaristía en la parroquia de Dablo. En febrero de 2022, el seminario de Kizito, en Bougui, fue destruido y quemado por grupos armados y también se ha producido el secuestro de agentes pastorales, como la hermana marianista Suellen Tennyson, liberada el pasado 30 de agosto tras cinco meses de cautiverio. En estas circunstancias de inseguridad, la prudencia lleva a algunos misioneros a salir del norte de Burkina Faso o a limitar sus visitas a las comunidades.

La situación es casi idéntica en Níger y Malí, donde muchos misioneros han tenido que abandonar algunas de las pequeñas y jóvenes comunidades cristianas que acompañaban. En el caso de este último, el país sufre el enfrentamiento de dos formaciones yihadistas, el Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes, afiliado a Al Qaeda (GSIM), y el Estado Islámico en el Gran Sahara, también conocido como IS Sahel. Según la agencia Fides, este último grupo sería el responsable del secuestro, el pasado 20 de noviembre en Bamako, del misionero alemán P. -Hans-Joachim Lohre, que seguía desaparecido al cierre de esta edición.

La persecución de los cristianos y de otras minorías religiosas y sectas de origen islámico también es moneda corriente en Nigeria. La Iglesia católica, que a pesar de sus más de 32 millones de fieles es minoritaria en el país, sufre de manera recurrente ataques en sus lugares de culto y el secuestro de agentes pastorales. El 19 de diciembre fue secuestrado en la diócesis de Umuahia el P. -Christopher Ogide.

Desde la organización Alliance Defending Freedom señalaban a Catholic News Agency que «Nigeria es uno de los lugares más peligrosos del mundo para ser cristiano. Sabemos que miles de cristianos en Nigeria son masacrados cada año por su fe, la gente es silenciada, encarcelada y hace frente a una violencia colectiva mortal bajo acusaciones de blasfemia».

En el extremo oriental del Sahel se encuentra Eritrea. En este país, tanto los cerca de 200.000 católicos como los musulmanes y los cristianos ortodoxos tienen como enemigo común al Gobierno comunista, en el poder desde 1993. En su afán por controlarlo todo, el Ejecutivo tolera a las religiones pero hace todo lo posible para debilitarlas.

Queda mucho para que la libertad religiosa sea una realidad en la zona del Sahel.

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